«El artículo literario es el soneto del periodismo»
Francisco Umbral
Consideraba Oscar Wilde que la diferencia entre la literatura y el periodismo radica en que este es ilegible y aquella nadie la lee.
Dejando de lado la ironía, el dicho abunda en el duradero prejuicio que ha rodeado, por lo general, a esa «literatura de urgencia» que es el periodismo. Algo agravado, seguramente, por los escritores, a quienes les ha gustado demasiado a menudo mirar por encima del hombro a sus primos hermanos periodistas.
Al mismo tiempo, ese prejuicio convive con la conciencia de que hace más de un siglo las mejores plumas del planeta son colaboradoras habituales en prensa.
Y, consecuentemente, como decía Francisco Umbral, «la mejor literatura se publica en los periódicos».
¿Cómo casar ambas cosas? ¿No parece una contradicción flagrante?
En realidad, la contradicción desaparece si se observa que dentro de cualquier diario existe un espacio específicamente literario: el artículo de opinión, en sus diversas variantes, con la columna a la cabeza, que viene a ser, de nuevo en palabras de Umbral, “el solo de violín de la literatura entre la multitud tipográfica del periódico”.
Es un espacio donde se exige la máxima calidad literaria y donde se le concede a uno una libertad total. Siempre, claro está, dentro de los límites de la actualidad: la ley ineludible del periodismo. Si en la sección informativa prima la objetividad, el artículo de opinión es el reino de la subjetividad y la originalidad.
El artículo/columna tiene que ser un rastro de la actualidad, algo que se enciende como una noticia, se remonta como un ensayo y se resuelve en una metáfora o un endecasílabo conceptual. (Llamo endecasílabo conceptual a esa frase final, rúbrica, que sintetiza todo lo anterior y, en ello, una idea del mundo, una verdad momentánea, una iluminación tan intensa como las de Rimbaud, por la veracidad o por el estilo). [Francisco Umbral, prólogo a Spleen de Madrid/2]
Comparado con los géneros tradicionales, el artículo quedaría en algún lugar entre la epístola y el ensayo.
Decía Voltaire (1694-1778) que la carta es el lugar donde se captura a vuelapluma una intuición, una idea, una sensación. El artículo también plasma la fluctuación anímica de un escritor, a través de las ondas y remolinos que provoca una noticia en el lago de su sensibilidad.
Los artículos literarios son cartas abiertas dirigidas al mundo entero.
Mensajes embotellados que los escritores lanzamos desde nuestras islas mentales al océano informativo que nos rodea.
El género lindaría igualmente con el ensayo, entendido como lo hacía Michel de Montaigne (1533-1592), como un intento, esbozo o boceto reflexivo, absolutamente libre y personalísimo, sin pretensiones de ser concluyente.
A medio camino entre ambos –y muy marcado por el aspecto argumentativo de retórica clásica– el articulismo ha fructificado a lo largo del siglo XX y goza todavía hoy de una salud extraordinaria.
El articulista nato es manierista, por cuanto nunca ataca frontalmente las grandes ideas o los grandes hechos de la actualidad, sino que les entra por el costado sangrante de una minucia, de un detalle mínimo, de una anécdota sobre la que, luego, de su oficio o su talento, hará descender el cielo dorsiano –antidorsiano– de las categorías. [Francisco Umbral, prólogo a Spleen de Madrid/2]