¿Antinovela, no-novela, laberinto textual? El escritor Luis Rodríguez (Cosío, Cantabria, 1958) responde a estas y otras preguntas planteadas por Pliego Suelto sobre 8.38 (Candaya, 2019), donde pone de relieve las múltiples posibilidades lingüísticas y retóricas del género novelesco. Rodríguez también reflexiona sobre la figura del lector, el autor, el anonimato, el reseñismo e Internet. Rodríguez es autor de otros títulos como El retablo de no (Tropo, 2017), La herida se mueve (Tropo, 2015), Novienvre (Tropo, 2013) y La soledad del cometa (2009, KRK).
[Leer un fragmento de la novela]
En 8.38 planteas un debate sobre la gestación y el alumbramiento de una novela, al situar al autor-personaje ante la imposibilidad de llevar a cabo su obra. ¿Cuál es tu definición de “novela”?
Si tuviera que responderte lo primero que se me ocurra, diría que una novela es un artefacto, el más complejo y sofisticado que conozco. Después, enseguida, te digo que no lo sé.
8.38 tiene algo que ver con ello. Yo estaba dispuesto a escribir una novela sobre un guardia civil (un buen hombre, de sólidos principios morales) que había de perseguir a unos maquis (unos pobres diablos que se habían echado al monte huyendo de las palizas que recibían en los cuarteles).
Quería contarlo desde el punto de vista del guardia civil. Lo intenté, varias veces, sin éxito.
Entonces, se me ocurrió escribir sobre alguien incapaz de escribir una novela, bloqueado por su propia exigencia, por lo que llamé, de un modo pretencioso, las potencias de la literatura. No escribía porque era un buen lector. Iba a servirme, como poco, para reflexionar sobre la novela. Que ahora no sepa decirte qué es la novela es la constatación clara de mi fracaso.
En tu novela la trama pasa a un segundo plano, para poner de relieve las múltiples posibilidades lingüísticas y retóricas del texto. ¿La manifestación del artificio técnico-estético es el fin de la novela del siglo XXI, y no el medio?
No, ni mucho menos. Incluso en 8.38, donde tiene una importancia considerable, el artificio, así mostrado, no deja de ser el medio, en la medida que aspira a ser una narración.
Cuando hablamos de la novela del siglo XIX y anteriores, o la del XX, trazamos unas líneas gruesas que nos son cómodas, gratas, por perezosos.
Yo no sabría decirte cómo se va ponderando la importancia de la forma con respecto al fondo. Pienso en el Flaubert que se sienta a escribir Madame Bovary, y no digamos el Quijote, que bien podría merecer lo que detallas entre paréntesis.
Hay un hecho: una buena historia, mal contada, nunca será una buena novela; en cambio, una mala historia, bien contada, puede ser una gran novela. Pero eso no quiere decir que la forma sea más importante, no. La técnica, la forma, siempre están al servicio del fin.
La contraportada de tu libro La herida se mueve advierte: “Aquí no hay trama. El narrador hace trampas”. 8.38 sigue las mismas coordenadas y descoloca al auditorio. ¿Estamos ante una “no-novela” o “antinovela”? Parafraseando a Fuentes: “¿Ha muerto la novela?”
La novela no ha muerto, ni morirá. Otro asunto es que la pregunta sirva para hablar de ella, pero en lo que concierne a su salud yo estoy muy tranquilo.
Además, tiene mucho camino que recorrer. Acabo de mencionar el Quijote, la primera novela moderna y, seguramente, la mejor. ¿Cuánto hemos avanzado (perdón por el verbo; avanzar no es la palabra, porque la literatura no va a ninguna parte ni en ninguna dirección) desde ella? ¿Qué novelas dan un paso más de los dados por Faulkner hace…más de 70 años?
Volviendo al principio de tu pregunta, la diferencia entre La herida se mueve y 8.38 es que en esta última se introduce, y tiene su relevancia, una reflexión sobre la literatura que quizá ensombrezca un poco la peripecia.
No estoy muy de acuerdo en el comentario del editor con respecto a La herida se mueve, y casi tampoco en lo de las trampas. Es verdad que el narrador, unas veces, tiene serias dificultades para seguir a los personajes, incluso los pierde de vista (pretendo acelerar el relato). Otras, en cambio, tiene acceso a información que no le ha sido dada (es como echarle el brazo por encima del hombro al lector). O cambia, sin explicación, de punto de vista (aspiro a convertir en omnisciente al lector, no al narrador).
¿Podrías describirnos, brevemente, cuáles son las distinas voces que conforman 8.38?
8.38 es una novela sobre un escritor llamado Luis Rodríguez contada en primera persona por tres voces:
Pablo, un escritor que lo conoce precisamente cuando intenta escribir la novela. Luis Rodríguez es incapaz de convertir la realidad de los maquis en ficción. Pablo, al contrario, ve cómo poco a poco esa ficción de Luis se está convirtiendo en su realidad.
Jacinta, la voz que aparece en el segundo capítulo, es una niña de doce años que lee la obra de Luis Rodríguez, fallecido años atrás, a quien ella no conoció. Su lectura es adulta. Jacinta, a diferencia de Pablo, piensa que la vida, que ella misma, entendida como obra de un Creador, cruje. En cambio, Jacinta, personaje de un novelista, justifica todas sus incongruencias vitales.
Claudio, finalmente, amigo desde la adolescencia de Jacinta, es un tipo amoral y despreciable, alguien que comete quizá el pecado más grande que se puede cometer: muerde la mano que le da de comer. Es, de espaldas a la literatura, probablemente quien la fija.
Así, puede deducirse que 8.38 es, efectivamente, una reflexión sobre la literatura. También que es una biografía peculiar. Pero lo que a mí me gustaría (y soy consciente de que pongo alguna dificultad) es que se lea como lo que es: una novela.
En tus libros encomiendas al lector la misión de descifrar, reconstruir y encajar las piezas del puzle literario. ¿Consideras al lector co-creador de la obra?
Totalmente. Escribir es lo que es, un proceso complejo donde se convoca más de un demonio, una pelea contra uno mismo cuya crudeza se mide por la ambición. Escrito, publicado el libro, lo que haya entre la novela y el lector solo le concierne al lector.
He presentado 8.38 en varias ciudades, he disfrutado mucho. No lo olvidaré jamás. Sin embargo, en todo momento me ha sobrevolado la sensación de que lo que estaba haciendo tenía poco que ver con el libro, y que, incluso, podía ser pernicioso.
Una de mis obras anteriores, El retablo de no, fue publicada con dos cubiertas, es decir, sin contracubierta. Ello me permitió, entre otras intenciones, poner el libro en manos del lector sin información previa, que es como yo entiendo que deberíamos hacerlo (sí, asumo los inconvenientes).
Al hilo de esto, permite que aproveche para decir algo que se está convirtiendo en mi cruzada: ¿por qué no se hacen las críticas literarias en dos colores? Por ejemplo, párrafos en negro destinados a quienes no han leído el libro, y en rojo para quienes sí.
Si el lector llega a un libro por una reseña, no debe recibir la misma información que si lo hubiera leído. La reseña ha de servir para las dos cosas. Poner en nuestro conocimiento un libro que puede interesarnos y dialogar tras la lectura compartiendo su mirada experta.
¿Cómo surgió un título tan enigmático como 8.38?
Normalmente, el título suele surgir durante la escritura de las primeras páginas, y lo hace con cierta soberbia, imponiéndose. Aquí también. Recordé un artículo leído tiempo atrás sobre la casa museo de Dostoyevski, donde hay un reloj detenido a las 8.38, hora de su muerte. No recuerdo dónde lo leí, pero sí que el autor escribió: A esa hora se detuvo la literatura.
Está bien, se ha detenido, pensé, vamos a hablar de ella. Solo eso, nunca la intención de poner de nuevo en marcha el reloj con mi novela.
¿Qué tal ha sido la recepción de 8.38, por parte del público y de la crítica?
Extraordinaria. 8.38 ha ensanchado considerablemente el número de mis lectores y la visibilidad en los medios. Olga y Paco, los editores de Candaya, han forjado un sello con un prestigio que me ha ayudado mucho.
La crítica ha sido muy generosa conmigo desde la primera novela. Soy consciente de que lo que escribo no es “convencional”, así que estoy preparado para ser ninguneado, o cosas peores.
Que yo guste, que interese a alguien, es algo que me sorprenderá siempre.
Desde la publicación de 8.38 tu imagen se ha visibilizado. Meses atrás, se dudaba de que Luis Rodríguez existiera como autor (incluso se pensaba que era un seudónimo), ya que no aparecías en los medios ni en las redes sociales. ¿De qué manera asumes esa pérdida del anonimato?
Las dudas sobre mi existencia venían alimentadas un poco por el hecho de que costaba creer que un tipo de la edad que se decía que yo tenía, pudiera escribir algo como La soledad del cometa. El dato y la novela chirriaban. Y algo ayudaba mi ausencia de las redes sociales.
Por otra parte, no ha habido, ni habrá, pérdida de anonimato. El anonimato, con lo que escribo, está garantizado.
Las redes sociales e Internet han cambiado sustancialmente la forma de comunicarnos y de informarnos ¿Cuál es tu reflexión sobre estos tiempos neobarrocos y la sociedad liquida?
Estoy de acuerdo. Hay algo en esto que me llama la atención. Y es el mimetismo de los medios convencionales (las revistas, la prensa y la televisión), que no entienden, y lo están pagando muy caro, que, muy al contrario, no hay mejor modo de permanecer que potenciando sus ventajas: la calidad del papel, la información elaborada y contrastada, una cuidada producción…
Por lo demás, estos tiempos son mejores que los anteriores. Nunca, desde que yo leo, ha habido tantas y tan buenas editoriales. Es posible leer cualquier libro gratis. Y tenemos acceso a más conocimiento del que nadie habría podido imaginar cualquier tiempo atrás.
¿Negativo?, sí, la aceleración.
Cambiando radicalmente de tema, ¿cómo es tu vida cotidiana como escritor cántabro afincado en Benicàssim?
Muy agradable. Estoy casado y tengo dos hijos mayores, independizados. En este aspecto, tengo las alegrías y preocupaciones que son fáciles de imaginar.
He trabajado 40 años en algo que no me gustaba (creo que nadie se dio cuenta). Ahora ha desaparecido ese lastre, que no eran solo las muchas horas dedicadas, sino también la calidad del resto.
Así que ahora leo, leo compulsivamente. Y alimento mi curiosidad, que es insaciable. El resto de actividades no tienen ni la frecuencia ni la intensidad necesarias para ser relevantes.
Y, finalmente, ¿en qué proyectos te encuentras trabajando?
He acabado, qué sé yo cuántas veces, una novela corta, una novela que estoy deseando abandonar porque me ha asaltado un pensamiento que tira poderosamente de mí: la misma importancia que tiene la luz en la pintura, la tiene el tiempo en la novela.
La luz no se pinta, sin embargo, si la luz no está bien resuelta, el cuadro es fallido. Con el tiempo en la novela ocurre algo parecido. Me está interesando mucho construir una novela teniendo esta premisa presente, e incorporando, aún no sé de qué manera, que el tiempo es más complejo de lo que siempre habíamos pensado.