La guerra interna en Perú (1980-2000) dejó unos 70.000 muertos y dos millones de desplazados. Un tema catártico y recurrente en la literatura peruana actual de la que El Anticuario (Candaya, 2015) es un buen ejemplo, una obra a caballo entre géneros que alude al conflicto bajo las distintas perspectivas de la locura, la amistad y la erudición. Conversamos sobre el libro con su autor, Gustavo Faverón Patriu (Lima, 1966), docente de la Universidad de Bowdoin (Maine, EE.UU), periodista y reconocido bloguero. Además, nos habla de la historia continental y la relación hispano-anglosajona en Estados Unidos. Faverón también ha escrito los ensayos Contra la alegoría (2011) y Rebeldes (2006) y editó Bolaño salvaje con Edmundo Paz Soldán (2008) y Toda la sangre. Antología de cuentos peruanos sobre la violencia política (2006).
El Anticuario, la primera novela que publica Gustavo Faverón, parte de una historia real: “Le pasó a un amigo de la universidad (mató a su novia) y lo metieron en un manicomio. No lo fui a ver hasta que él mismo me llamó y me preguntó: ¿Por qué no has venido a verme?”.
Ese impacto emocional dio pie a que escribiera dos novelas de manera simultánea. Por un lado, alguien que se reencuentra con un amigo, recluido en una clínica psiquiátrica, y que se pregunta por las implicaciones morales que tiene reconstruir una amistad con un asesino. Y por otro, una novela alegórica sobre la violencia política: un hombre encerrado en un manicomio, que por las noches reunía en el patio a otros internos y contaba historias acerca de la guerra.
Acto seguido, juntó los esbozos de ambas narraciones y surgió El Anticuario. “Conjuga con el planteamiento de Vargas Llosa: la novela total al mismo tiempo es erótica, policial, ideológica, ensayística o gótica”. Un libro en el que las fronteras de los géneros literarios se fusionan y desaparecen.
Trama y personajes
“No quería mencionar nombres propios ni topónimos para generar un nivel de abstracción relacionado con la locura. Todo está fantasmalmente presente, pero hay hechos literalmente insertados. La masacre de periodistas en Uchuraccay, por ejemplo, está narrada de forma completa”. En la trama no se sabe cuál es la causa de la guerra ni quién gobierna o si el grupo terrorista es de izquierdas o derechas, salvo en un episodio donde aparece una hoz y un martillo como una imagen espectral.
La voluntad del autor, al borrar todas las referencias literales acerca del país, es concebir una novela que trascienda ese país andino en concreto: “Mi deseo es que el libro deje una marca al ser leído fuera del Perú, no solamente en América Latina, sino también en sociedades que han atravesado procesos de violencia política y que han tratado de reconstruir su memoria”. En este sentido, es preciso señalar que El Anticuario ha sido ya traducido al inglés, chino, japonés y al turco.
La erudición y el amor a la cultura del protagonista (Daniel) son elementos tomados de la tragedia del amigo a la que alude Faverón en su novela. “Él era bibliófilo y dueño de la colección privada más rica que había probablemente en Lima. Estaba completamente implicado en los libros, era un comprador compulsivo y un lector extraordinario. Llegó a tener las primeras ediciones de las obras de Shakespeare y de la segunda parte del Quijote. ¿Cómo la persona más culta que yo he conocido pudo haber cometido, al mismo tiempo, el acto criminal más violento?” se pregunta el autor.
Cada personaje de la novela proyecta reflejos distorsionados de su propia imagen: Daniel en el Anticuario. Sofía como niña que jugaba a construir casitas de papel y Sofía ya mujer que aparece repentinamente en la narración. Huq y la joven campesina violada por miembros del ejército. Yanaúma el librero callejero y, a la vez, traficante de cadáveres. Tanto Huq como Yanaúma –los únicos personajes con nombres quechuas, que significan en castellano ‘uno’ y ‘cabeza negra’, respectivamente– son las referencias más directas de que la historia ocurre en Perú o en el mundo andino.
Los horrores de las guerras se amplifican en diferentes episodios y se fusionan con pesadillas, deformidades físicas y mentales, tertulias de eruditos y monólogos delirantes. “Hay una cuestión ética explicada como ficción. Además de Adela, hay otro personaje, Huq, víctima de la violencia, una violencia más marginal, hasta el punto que no se sabe si ese es realmente su nombre. Daniel la llama así porque es la única palabra que ella pronuncia. Su historia es tan terrible que ni siquiera hay un intento de contarla y muere asfixiada por las páginas de un libro”, señala el autor, que también es analista sociopolítico, y que respecto al personaje de Huq añade “Su historia expresa ese conflicto que lo peruanos conocemos muy bien entre la cultura oral y la cultura escrita”.
Antologías, ensayos y Bolaño
Desde el inicio de la década pasada, Gustavo Faverón investiga acerca del conflicto interno en el Perú, paralelamente a la creación del blog de crítica cultural Puente Aéreo –quizás, uno de los más influyentes de habla hispana–. Recientemente, la Editorial Peisa publicó una selección de las entradas publicadas entre 2005 y 2015. De su actividad como bloguero surgió también Toda la sangre. Antología de cuentos peruanos sobre la violencia política (2006). “Comenzó con un post donde preguntaba ingenuamente: ¿Por qué no se ha ficcionado sobre la violencia política en el Perú, si estamos tan obsesionados con el asunto? A la mañana siguiente, abrí el blog y había centenares de comentarios que decían ‘lee el cuento tal y la novela tal’. Resultó que había mucho material escrito”.
Al poco tiempo, Ezio Neyra, editor de Matalamanga, le propuso realizar la mencionada antología de relatos centrados en la violencia política en el Perú. Cabe señalar que, hasta ese momento, solo se habían publicado la selección de relatos y los estudios del profesor norteamericano Mark Cox (Presbyterian College): El cuento peruano en los años de la violencia (2000) y Pachaticray (El mundo al revés). Testimonios y ensayos sobre la violencia política y la cultura peruana desde 1980 (2004). Ambos trabajos publicados en Editorial San Marcos.
En este sentido, Faverón tiene la impresión de que, como autor, escribir ensayos y novelas no son actividades tan distantes. “Los temas que me preocupan son semejantes: la violencia política, la locura, los límites de la representación. La novela entra naturalmente dentro de esa producción textual, no la veo como una actividad diferente a la que tenía antes: escribir libros de ensayos”.
Asimismo, cuando Faverón escribía su tesis doctoral en la Universidad de Cornell sobre las novelas latinoamericanas de los siglos XIX y XX, buscaba nuevas lecturas detrás de las representaciones “canónicas, elitistas y criollas”. “Quería incidir en que existían discursos fragmentarios que atentaban contra esa interpretación hegemónica”. Finalmente, el resultado de dicha investigación salió publicado bajo el título Contra la alegoría. Hegemonía y disidencia en la literatura latinoamericana del siglo XIX. Según el autor de El Anticuario, en la academia norteamericana existe la visión de que la novela latinoamericana de los dos últimos siglos puede leerse como una alegoría de la nación. “Yo quería ir en contra: descubrí que en muchas de esas novelas, en informes biográficos y en narraciones que se consideran alegóricas hay discursos enterrados que corroen esa idea”.
Un ejemplo es El dilatado cautiverio bajo el gobierno español, las memorias de Juan Bautista Túpac Amaru, hermano menor del líder de la revolución anticolonial (1780) José Gabriel Condorcanqui Tupac Amaru II. Son los testimonios casi desconocidos –agrupados en un libro publicado en Buenos Aires (1824)– de un hombre que tras sobrevivir a más de cuarenta años de prisión, en Ceuta y Cádiz, es acogido por el gobierno de la naciente república de Argentina, cuando ya era un octogenario.
A este respecto, Faverón afirma que “En cierta medida son documentos espurios, cuando se pensaba que habían sido escritos directamente por él. En mi ensayo demuestro que Juan Bautista Túpac Amaru dictó los hechos a un sacerdote agustino, quien después los recompuso y los redactó de forma muy diferente: ahí está claramente el discurso del religioso criollo junto a fragmentos que parece que vinieran de la propia voz de Juan Bautista”. La investigación minuciosa que Faverón realizó sobre la rebelión de Túpac Amaru II dio, asimismo, origen al ensayo Rebeldes: Sublevaciones indígenas y naciones emergentes en Hispanoamérica en el siglo XVIII.
A continuación, vino la antología de ensayos Bolaño salvaje (Candaya, 2008), editada con Edmundo Paz-Soldán. “Teníamos el interés de reunir ensayos académicos y no académicos sobre su obra, ya que es un escritor fuera de serie. Él anuncia lo que va a ser, probablemente, la narrativa escrita en español para las próximas décadas”.
Hispanos en Estados Unidos
“La comunidad hispana es una realidad cada vez más presente y aceptada como un elemento integrado en la trama cultural de Estados Unidos”, señala Faverón, en contraposición a décadas recientes en que era una comunidad rechazada o recibida como exótica. “La nueva progresía interpreta el fenómeno latino como un regreso al origen nacional. Es algo que los norteamericanos perdieron en su memoria: que sus padres, abuelos y bisabuelos llegaran desde otros países, sin dinero, a hacer trabajos modestos y construyeran sus vidas en este país-continente”. No obstante, el autor peruano considera que dicha percepción se ve “ensuciada” por algunos sectores racistas en el poder. “Ellos no piensan en levantar muros entre Estados Unidos y Canadá ni en detener a los viajeros alemanes o ingleses en los aeropuertos”.
Actualmente, Gustavo Faverón dirige el Departamento de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Bowdoin y recuerda que esta institución académica ha sido el alma mater de escritores clave en la tradición estadounidense como Henry Wasdworth Longfellow (1807-1882) o Nathaniel Hawthorne (1804-1964). “Longfellow, el gran poeta canónico de Estados Unidos, fue el primer profesor de literatura en español. Algo muy simbólico, traducía a Jorge Manrique y a Calderón de la Barca. Eso significa que, para alguien muy central en las letras norteamericanas, la cultura hispana ya era muy importante”.