La literatura española explicada a los asnos: La España invertebrada de Ortega y Gasset

José Ortega y Gasset (1883-1955)

 
Por la vastedad de campos que abarcaba, por la altura de sus miras y por perdurabilidad de su obra, puede decirse que Ortega (1883-1955) es el pensador español más importante del siglo XX.

De sus muchos textos, me gusta España invertebrada (1921) porque, con todos sus defectos, hace exactamente lo que debe hacer un ensayo: plantear una problemática de interés general, exponerla de manera clara, iluminarla con una mirada novedosa, esclarecerla con ideas sugerentes y desarrollar el conjunto con agilidad, dejando el análisis exhaustivo a los especialistas.

Un ensayo tiene que dar orientaciones y apuntar caminos, nunca desarrollar el detalle.

Y Ortega todo esto, en España invertebrada, lo cumple al pie de la letra.

España invertebrada, 1921

El tema, desde luego, no era nuevo.

La decadencia nacional había sido tratada en infinidad de ocasiones desde el Siglo de Oro. Basta recordar España defendida y los tiempos de ahora de Quevedo, los ensayos dieciochescos de Jovellanos, las cartas de Cadalso, el regeneracionismo de Joaquín Costa y ese prenoventayochista que es Ángel Ganivet y su Idearium español. Un lista de predecesores ilustres capaces de impresionar a cualquiera.

Pero Ortega actúa con respecto a ellos como un alpinista que se apoya en la experiencia de anteriores expediciones para coronar una montaña. O como el científico que se aprovecha de las ideas de sus coetáneos y de los predecesores para, subido sobre sus hombros, formular la teoría definitiva.

Su texto tiene algo de coronación de una empresa centenaria.

Ortega, con esa brillantez y esa amplitud de miras que lo caracteriza, es capaz de clavar el problema, situándolo en la perceptiva histórica adecuada. Muchas veces el mejor ensayo no es el más novedoso, sino el que plantea el problema de forma más sencilla y clara.

De entrada, tiene la sensación de plantear la nación como un proyecto común en el que se embarca una colectividad.

En toda auténtica incorporación, la fuerza tiene un carácter adjetivo. La potencia verdaderamente substancial que impulsa y nutre el proceso es siempre un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común. Repudiemos toda interpretación estática de la convivencia nacional y sepamos entenderla  dinámicamente. No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí; esa cohesión a priori solo existe en la familia. Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo. (España invertebrada, Primera Parte)

Una nación debe ser por ello un plebiscito cotidiano, que diría Renan.

¿Qué es una Nación? (1882)

Además de superar las limitaciones evidentes de una definición racial o geográfica, la concepción de Ortega explicaría, pongamos por caso, el apasionado patriotismo que suscita ahora mismo entre sus ciudadanos un país como Israel.

El ejemplo es, desde luego, un anacronismo mío. Ortega prefiere remitirse a una Roma que presenta como un proyecto de organización universal, una gran empresa vital donde cualquiera podía colaborar: “Una tradición jurídica superior, una admirable administración, un tesoro de ideas recibidas de Grecia que prestaban un brillo superior a la vida, un repertorio de nueva fiestas y mejores placeres”. En el momento que dejó de serlo, el Imperio se desarticuló.

¿Cuál fue, entonces, el proyecto común de los españoles?

Ortega lo tiene claro: América fue lo único verdadera, sustantivamente, grande que ha acometido España. Y por eso, nos dice, una vez muerto el proyecto, a finales del siglo XIX, empieza a desmembrarse el país y se avivan los separatismos que habían unido fuerza para colonizar el Nuevo Mundo.

Ya lo intuyó Fernando el Católico:

La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que solo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden.

Y lo explicó Maquiavelo:

…uno de los modos como los Estados nuevos se sostienen y los ánimos vacilantes se afirman o se mantienen suspensos e irresolutos, teniendo siempre a las gentes con el ánimo arrebatado por la consideración del fin que alcanzarán las resoluciones y las empresas.

La conquista fue la zanahoria que logró que los burros siguieran tirando, por un tiempo, del carro nacional. Pero enterrado el proyecto, las mismas fuerza belicosas y desordenadas se activan en un impulso centrifugador, y resucitan los regionalismos y los restantes particularismos peninsulares.

Maquiavelo, 1513

Para no ceñirse exclusivamente al nacionalismo como problema, Ortega, que busca la mayor abstracción posible (es seña de identidad filosófica buscar lo general en lo concreto, extraer una enseñanza y universalizar), decide que los separatismos no son más que un tipo peculiar de ese particularismo que según él afecta a toda la sociedad española, empezando por los militares, pasando por la Iglesia, y terminando con la burguesía “chabacana” y la clase obrera popular.

Una vez fijada la intuición y localizado el principal mal de la sociedad, el autor se dedica a rastrear sus raíces en la historia (la culpa acaba cayéndoles a los visigodos) y propone la única solución posible. Para que España deje de ser un “pueblo pueblo”, las masas han de reconocer su papel sumiso con respecto a los hombres ejemplares.

No entraré aquí en criticar las ideas orteguianas, ni su desarrollo. Reconozco que no me acaba de gustar el salto del territorialismo al particularismo genérico, y tampoco creo que la reflexión sobre las masas pueda vincularse realmente al problema del particularismo.

Pero eso es lo de menos.

Un ensayo no tiene por qué ser perfecto ni profundizar en un tema, sino acertar en el planteamiento y, sobre todo, resultar sugerente.

En España invertebrada, Ortega acierta en ambas cosas.

Ortega y Gasset

Primero, con el diagnóstico. En mi opinión poca gente ha comprendido mejor los problemas que ha tenido –y que sigue teniendo–, históricamente, España. Y, luego, su tremenda capacidad de sugestión convierte a su texto en una mina de ideas, aún hoy, pasado casi un siglo, para cualquiera interesado en el asunto.

Ortega escribió en los años veinte, cuando se pensaba que la tendencia se podía invertir. Era antes de la Guerra Civil. Imperaba el regeneracionismo y había, aunque solo fuera entre los intelectuales, voluntad de problematizar España.

Hoy se va expandiendo la idea de que el franquismo ha sido el canto del cisne de una nación, y apenas hay voluntad de frenar la desespañolización de la Península.

Con todo, si el principal problema, según Ortega, se debe a la falta de proyecto común, el concepto tiene el mérito de dejar abierta la posibilidad de encontrarlo algún día y que se puedan reactivar las ascuas.
 

Sobre el autor
(Madrid, 1971) Es licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. En 1994 quedó finalista del premio Nadal con su primera obra, Historias del Kronen. La novela tuvo una gran repercusión y abrió las puertas a una nueva generación de escritores. Tras su publicación el escritor vivió durante varios años entre Madrid y Toulouse. Actualmente reside en Madrid.
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