Miguel A. Zapata: “Los remedios de la fábula ya no sanan el espíritu enfermo de la posmodernidad”


 
Miguel A. Zapata (Granada, 1974), escritor y docente afincado en Madrid, conversa con Pliego Suelto sobre los pormenores de Las manos (Candaya, 2014), la primera novela que publica y donde aparecen retratos esperpénticos del mundo del fútbol actual, el absurdo y la heroicidad, el humor y la complejidad de las relaciones humanas en tiempos de crisis, los viajes y el azar. Zapata es también autor de libros de cuentos y microrrelatos: Esquina inferior del cuadro (Editorial Menoscuarto, 2012), Revelaciones y Magias (Ediciones Traspiés, 2009), Baúl de prodigios (Ediciones Traspiés, 2007) y Ternuras interrumpidas. Fabulario casi naif (Ed. Nuevos Autores, 2003).

Además de escritor eres profesor. ¿Cómo compaginas ambas facetas?

Supongo que busco alguna forma de continuidad entre mis dos ocupaciones esenciales. La docencia –actividad común entre los escritores– es un semillero impagable de historias. La experiencia cotidiana con los alumnos supone frecuentemente una inmersión en lo humano sin salvavidas, a pecho descubierto, y uno termina siendo un catalizador de esas biografías particulares. La escritura las sublima y se nutre de ellas, y aunque lo autobiográfico se desdibuja en la ficción, el sustrato de la experiencia real queda presente.

Esto no quiere decir que un contable o un ingeniero informático encerrados en sus oficinas carezcan de perfil literario, eso sería estúpidamente reduccionista, pero es cierto que el contacto diario con el otro alienta a la tinta contra el folio en blanco.

¿Cómo nace tu vocación literaria?

De la lectura. Primero fue la necesidad de emulación de esas iniciales aproximaciones a la literatura popular de alto octanaje durante la infancia y la adolescencia: Salgari, Verne, Stevenson, Enid Blyton, Michael Ende… Mi primer cuento se titulaba burdamente, sin rubor, «La máquina del tiempo», y era, por supuesto, una copia infumable de H.G.Wells. Más tarde pasa a ser un proceso natural de descubrir por cuenta propia las aristas y esquinas del mundo y las cosas.

Supongo que algo hay también de azar genético: nacer con predisposición a la pregunta constante y la curiosidad que no te deja vivir. Plasmarlo todo por escrito era una forma de materializar inquietudes que terminó por convertirse en una opción irrenunciable de vida. Irrenunciable: aquí hay un peligro, ya para siempre.

Más conocido por tus cuentos, ahora te estrenas con tu primera novela, Las manos. ¿Cómo es el paso del cuento a la novela?

Yo creo que ese paso de un género a otro es una percepción externa. Hay ciertas historias que, sin uno saberlo, demandan su propia extensión, y el mismo acto de construirlas te lleva a dilatarlas en forma de novela o a cerrarlas con el puñetazo breve de un microrrelato o un cuento. No creo, por supuesto, que un género prepare a otro, como el haiku de hoy no predispone al soneto de mañana. Son lenguajes y modos constructivos diferentes.

A mí me apetecía trazar la odisea de Mario Parreño, el protagonista de Las manos, más allá del mundo cerrado sobre sí del cuento, que conozco en su estructura y recursos, y aventurarme con Mario en un viaje que demandaría pasos a ciegas y rutas impredecibles. Esta es quizá para mí la diferencia entre ambos géneros: el cuento es un paseo por un bulevar, la novela es una incursión en la jungla. En ambos trayectos puede ocurrir lo inaudito, pero la predisposición del autor requiere herramientas e intenciones dispares: el periódico deportivo o un salacot y un machete.

A lo largo de la novela, los registros y los géneros se entrecruzan incesantemente. ¿Se trata de crear una perspectiva concreta para el desarrollo de la hazaña del protagonista o de una manera personal de experimentar con distintas técnicas?

He pretendido que los recursos (estilísticos, tipográficos, estructurales, etc.) estén siempre al servicio de la historia, de sus tramas y argumentos presentes o subyacentes. En este sentido, creo que ya es hora de superar el ensimismamiento en la pirotecnia de técnicas narrativas al servicio de sí mismas o de códigos que unos pocos tendrán que descifrar.

Hay que devolver a la literatura que se pretende de calidad el gusto por contar historias, que parecía un tanto abandonado en pos de esa experimentación recreativa. Evidentemente, tampoco tiene sentido ya una escritura decimonónica, cómoda y predecible. El hombre es hoy un producto tecnificado y un cajón de influencias que son como parpadeos sobre una superficie cambiante. La literatura debe adaptarse a ese espíritu heteróclito sin traicionar su sentido primigenio de historias contadas al calor de un fuego. Ese es quizá el reto mayor: seguir contando, pero con una aproximación diferente a la hoguera.

Hitchcock y Truffaut (1966)

El punto de partida de la novela es un episodio futbolístico que llevará al protagonista, Mario Parreño, a un viaje tanto por su interior como por un mundo en crisis. ¿Cómo nace este paralelismo y ese interés por el fútbol para el arranque de la novela?

A mí me gusta ese término que Hitchcock popularizó para explicar los argumentos de algunas de sus películas: el “macguffin”, una excusa argumental que pone en marcha la ficción para hablar de otras muchas cosas. Viendo por la tele los fastos de celebración mundialista en el verano de 2010, percibí en la cara de Fernando Torres (que había jugado poco y se lesionó durante la final) un gesto ausente, como si la celebración no fuese con él y un dolor particular lo llevara muy lejos de allí.

Quizá fue sólo una percepción mía, pero me sirvió para imaginar que, en su particular limbo, alguien robase de sus manos la Copa y qué ocurriría cuando el santo grial se evaporara desde las manos de uno de sus sagrados oficiantes. A partir de ahí, surgió el personaje de Mario Parreño, un inadaptado, un paria, un misántropo que conecta de forma inaudita con el suceso hasta arrogarse la misión de ser él el que lo recupere.

De ese contraste entre un hombre-niño y la magnitud de la misión que se impone, surge el concepto de Las manos. Parto de la anécdota futbolística para trazar un estudio de las obsesiones contemporáneas: la identidad diluida, la necesidad de proyectarse en los logros ajenos, en el héroe y sus griales, la claudicación del individuo ante las necesidades siempre insatisfechas de lo colectivo.

Fernando Torres, 2010

No es una novela de fútbol ni sobre fútbol, aunque sirve como punto de fuga para la ficción.

La estructura de la novela es circular. Empieza en el kilómetro 0 y termina (o no) en este mismo punto. ¿Cómo definirías el kilómetro 0 del protagonista?

Sí, eso que puntualizas es importante: “o no”, como indica el capítulo final. La estructura circular queda alterada aquí por el hecho de que ha habido una evolución o una regresión en el tiempo, y Mario retorna sólo aparentemente al punto de partida. Queda en manos del lector decidir si ha sido un viaje catártico o caótico, si ha avanzado o retrocedido, o incluso, si las experiencias humanas pueden calibrarse en función de líneas rectas predecibles o cuentas ensartadas en un collar con un orden establecido.

Es el río de Heráclito, digamos. Es esa frase de nuestra madre que ya no significa lo mismo que hace veinte años, o tal vez sí. Yo creo que Mario termina siendo consciente de que partimos desde la Ítaca de Kavafis, y el viaje no es más que una proyección de ese sueño anticipado de revelaciones.

Desde el título mismo, las manos prometen ser las protagonistas de la novela. De hecho, su omnipresencia las convierte casi en un concepto independiente, alejado del cuerpo que las enmarca: “yo pienso que las manos dicen cómo es una persona, su carácter”. ¿Qué representan para ti las manos del ser humano en la novela?

Funcionan como una alegoría sutil. Siempre me han gustado las manos, su movimiento nervioso, su naturaleza de comunidad de individuos que esperan, advierten, toman o dejan. Me gusta mirar las manos de la gente y creo que la manera en que una mano se mueve puede decidir incluso destinos individuales o colectivos: un saludo romano, un puño en alto, perder un taxi por una mano demasiado dubitativa, etc.

En este caso, volviendo al entorno futbolero, aquellas miles de manos alzándose febriles ante el paso de la Selección en su autobús entroncaba directamente para mí con aquellas otras manos inéditas del movimiento 15-M en Sol. Una agitación físicamente similar, intenciones tan opuestas…

Mi novela pretende cubrir ese arco que va desde la celebración casi pagana del triunfo deportivo hasta la reivindicación ciudadana espontánea de otro mundo posible. Esa es la “summa” poética de Las manos: el análisis de la sociedad contemporánea a través de las pasiones de sus hombres y mujeres, su articulación en un mundo que sustituye al hombre por objetos o mesías dignos de contemplación extasiada, una nueva forma de lucha de clases donde la clase es un concepto en vías de extinción.

Junto a las manos también aparecen los dados: “Mi padre decía que lo que no es fruto de la suerte es un invento del hombre”. ¿Cómo crees que afecta el componente del azar en el personaje?

Para Mario, el azar es consustancial a su temperamento poco decidido, a su duda continua: deja en poder de los dados las decisiones cuyas consecuencias podrían resultarle insoportables a él mismo. Es la coartada de los débiles, y no existe un hombre que no lo sea en un grado u otro. A lo largo de su odisea, cambiará su percepción de lo azaroso, por supuesto.

El azar ha sido muy bien tratado en literatura por autores como Pynchon o Auster, quizá porque es un componente esencial de nuestros pasos. Esto debería quitar trascendencia a los logros y las desgracias, como propone el “wu wei” o principio de “no acción” de la filosofía taoísta: dejar nuestras vidas en manos del flujo natural e irreversible de las cosas. Para Mario, menos espiritual, más de ración de oreja, esta será una misión casi tan heroica como recuperar la Copa de la FIFA.

El viaje que marcan los dados también se convierte en un viaje por el recuerdo, por el rescate de la figura del padre y, más concretamente, por darle un lugar en la vida de Mario. ¿Por qué esta importancia de la relación paterno-filial?

A veces, los recuerdos o su ausencia actúan como inhibidores de la acción cotidiana del individuo. Somos materia que recuerda o que no puede o no quiere recordar. Algo de todo esto hay en Mario. La figura trágica de su padre precisaba un rescate particular cuya justificación ni siquiera el mismo Mario conoce del todo. Una pulsión que él relaciona con un sencillo legado que le dejó su padre al morir activa su loco deseo de convertirse en un héroe de proporciones homérico-esperpénticas.

A lo largo de su viaje, en moteles o bancos de parque de Viena, Nueva York, Yotsukura o Madrid invocará la imagen de su padre para recomponer los pedazos inconsistentes de su propia vida. Pero las operaciones psicológicas y nostálgicas sólo actúan como catarsis perfectas en las películas de la sobremesa de los sábados, y Mario terminará aceptando el mal menor: si no sabes quién eres o quiénes fueron los tuyos, define al menos lo que no eres, lo que no fueron ellos.

Miguel A. Zapata

La relación del protagonista con las mujeres también es en cierto modo compleja. ¿Cómo definirías las diferentes experiencias femeninas que pueblan la existencia de Mario?

Él se define misógino en una proporción satisfactoria del 75%: de pensamiento, palabra y omisión, y demasiado cobarde para serlo también de obra. Es un hombre pueril que teme la firmeza y determinación femenina, el sometimiento masculino a sus extrañas necesidades y su naturaleza impredecible. Madres, amantes, redentoras… Demasiado para la concepción simplista del mundo de Mario. Conocer este otro gran secreto de la existencia humana no es misión adecuada para él, hombre de difícil roce con las cosas y las pieles.

En la novela escribes: “La realidad es más pequeña que la ficción porque cabe dentro de ella”. El viaje de Mario esboza la crisis mundial que estamos sufriendo: la pobreza de New York, el terremoto de Fukushima, la primavera árabe, etc. ¿Por qué has decidido incluir estos episodios reales en tu ficción?

No se entiende el hombre del siglo XXI si no es como producto de una realidad alterada por abstracciones que poco tienen que ver con lo humano, esa es la gran paradoja. Vivimos una época dominada por el número, la gráfica y el bit. Mañana, un cataclismo en un banco de Chipre decide si se reestructura la deuda griega o si se aplican nuevas congelaciones en la pensión de un jubilado de Móstoles. El hombre es zarandeado hoy por conceptos que se alejan de su comprensión natural de las cosas, pero que definen la pervivencia o no de esas mismas cosas.

Era necesario que la aventura de Mario, que remite a la mitología griega y su parafernalia de héroes y seres inauditos (Jasón, Hércules, Ulises, los cíclopes…), se incardinara también en la realidad que sigue su curso mientras él busca su propio concepto de lo heroico: catástrofes naturales, terremotos políticos y financieros, sistemas económicos en proceso de demolición o reconversión…

Syd Barrett (1946-2006)

Esa mixtura del mito y la realidad impuesta por los acontecimientos, esa esquizofrenia entre el deseo del hombre y el despertar de la mañana siguiente con una realidad de hipotecas, embargos y primas de riesgo al alza, me parecía muy estimulante. Algo así como una ópera lisérgica que hubiese firmado Rossini de juerga con Syd Barrett.

Más allá de este componente, Las manos es, sin duda, una obra muy cómica que se basa en una ironía y un sarcasmo apabullantes. ¿Cómo nace esta necesidad de arropar el relato bajo el prisma del humor?

El humor, lo surreal o lo esperpéntico desarman la pátina tediosa de la realidad, bucean hasta encontrar en ella nuevos ángulos de interpretación. No es posible hoy ya, en un mundo donde la saturación informativa banaliza y convierte el horror en algo cotidiano, no es posible, digo, una literatura envarada y severa que renuncie al equilibrio aportado por el humor sutil y el recurso a la ironía.

Para mí, son ambos elementos configuradores de la propia trama y de la naturaleza de los personajes, rasgos de estilo y modos de elevar la obra para que no sea un simplista retrato de lo real, cuando me consta que la realidad ya no existe.

Mario Parreño se configura, desde el azar de sus dados, como una figura cercana al antihéroe que llega por casualidad a su final. ¿Por qué has decidido dar el peso de la obra a un personaje común?

A lo largo de la obra, se lanza la duda metódica: ¿son posibles aún los héroes? En caso afirmativo, el modelo no puede remitir al héroe de una pieza, inmarcesible, invulnerable, depositario de todos los dramas del mundo sobre sus espaldas voluntariosas. No. Hoy el hombre conoce demasiado las consecuencias del dolor propio y ajeno, y los remedios de la fábula ya no sanan el espíritu enfermo de la posmodernidad.

Las manos | Detalle cubierta

Si hay un mesías, éste debe ser un hombre común, con corte de pelo a 6.50 euros en la peluquería de los chinos y problemas de relación severos. El héroe, hoy, será ridículo o no será. No es un antihéroe, es el héroe imposible que nos tendrá que salvar a base de mostrar el esperpento risible que somos.

El narrador se hace explícito y, en varios momentos, rompe con el transcurso de la narración para dar diferentes informaciones al lector. ¿Cómo nace este afán por evidenciar la parte más ficcional del relato?

Un narrador lineal y omnisciente full time no se adaptaba bien a las necesidades de lo que yo quería contar. En Las manos, el narrador parece cambiar su punto de vista, omite o desconoce informaciones, se interroga a sí mismo como si fuese el mismo Mario. El narrador es aquí un producto de la zozobra y la crisis de identidad del personaje y del mundo que recorre en pos de una reliquia contemporánea que ni siquiera parece desear del todo. Yo le perdí la pista al propio Mario en numerosas ocasiones, y sabemos de él lo que el azar o las imposiciones de su aventura nos dejan conocer.

Esta entrevista no puede terminarse sin una referencia más a las manos: ¿qué proyectos tienes entre manos?

Tengo terminado desde hace tiempo otro libro de microrrelatos y una segunda novela en fase de primer borrador. Duermen el sueño de los manuscritos aún inacabados para dejar respirar a Mario Parreño, que terminará absolutamente agotado la mostración al público de la odisea que decidió vivir. Ya habrá momento de hacerle caer en un sueño profundo y sacar a la luz otras voces, otros ámbitos.
 

Sobre el autor
(Salon de Provence, 1986). Aunque nacida en Francia, España es, sin lugar a dudas, su país de adopción. De hecho, se especializó en literatura española y, concretamente, cursa un doctorado sobre dramaturgia contemporánea. Es co-directora de la Revista de Investigación Teatral Anagnórisis. Y, a pesar de la crisis, también co-dirige la Editorial Anagnórisis, sello digital especializado en teatro y estudios humanísticos.
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