La era del empleo caro: aventuras y desventuras de una profesora de idiomas

Isotype symbols

 
¡Buen día! La Barcelona productora me espera. Una mañana más en esta rutina tragicómica y quijotesca. Me aseo, me visto, y en pocos minutos me encuentro en mi destino: el salón de mi casa, donde me planto frente al ordenador para buscar empleo. El día empieza lento pero a medida que avanza parece poblarse de posibilidades. En cada uno de sus habitáculos, la ciudad promete un empleador potencial. Cuento los días en mi calendario de cartón publicitario, uno de mis objetos fetiches. Ya supero los siete meses. Hasta ahora ninguna llamada o mail de bienvenida a una empresa, academia, tienda, local o incluso fábrica. Cada día mi suspiro es más audible y transitar esta búsqueda me propone un interrogante: ¿existirá lo que estoy buscando? O dicho de otra manera, ¿se cumplirá de verdad esa regla “el que busca encuentra”?

Mientras tomo un café, me convenzo de que no es aconsejable perderme en cuestiones filosóficas. Mejor poner manos a la obra. Enciendo de una buena vez el ordenador. Hay alguna que otra oferta, unas más interesantes que otras. Hace tiempo que el Infojobs en el que veíamos un mercado laboral tangible y bullicioso se volvió una película de zombies trasnochada, un cajón de sastre abandonado, un cuento chino de esos que quedan atrás. Puedes mandar tus datos durante cinco años seguidos: los empleadores potenciales no te van a llamar; están muy ocupados incluso para quitar las ofertas de 2010.

Pruebo con otros buscadores de empleo. Encuentro un anuncio en Laboris.net para impartir tres horas semanales de inglés en una academia. Envío mis datos automáticamente. En seguida, los empleadores potenciales me responden agradeciendo mi interés y me aclaran que tendrán en cuenta mi perfil, que conservarán mis datos. Si subtituláramos este tipo de respuesta, inmediata y atenta, leeríamos lo siguiente: «ya eres historia». De igual suerte gozan los huesitos de los dinosaurios que descansan en las vitrinas de los museos. ¿Por qué los empleadores potenciales se darán tanta importancia? ¿Por qué pedirán más de lo humanamente necesario?

Isotype (1930)

Hago cuentas. Llevo más de quince años en el oficio. Tuve alumnos de todas las edades, entre niños, jóvenes, adultos, todos de distintas procedencias. Estudiantes argentinos, españoles, franceses, pero incluso de regiones más remotas: filipinos, iraquíes, rumanos, ¡hasta mis vecinos paquistaníes! Pese a mi experiencia, los empleadores improbables se van a frenar antes de concederme esas tres horas semanales. Tal vez estén buscando a alguien que para enseñar inglés también hable cantonés o ruso, por si acaso se vuelve necesario durante el curso. Si esa persona tiene un Máster en Idiomas, mejor; si además cuenta con décadas de experiencia, mejor aún. Pero sin pasarse, que no queremos vejestorios.

Google no miente. Todos los anuncios exigen las mismas cualidades para las funciones de un puesto de profesor: entusiasmo, liderazgo, manejo de tecnología digital, solvencia y experiencia en la formación de otros profesores, que aprendan de entrada que sus conocimientos nunca serán suficientes. Espabila, ser humano, a estas alturas tienes que tener un Doctorado para que tu currículum supere la fase de “fósiles conservados en vitrina”. En este proceso de selección, casi inexistente, te descartan muy rápido. Gracias por no existir, no mola tu candidatura. Ya voy por mi segundo café, paso a otras ofertas: total, seguro que al elegido le pagarán con suerte cuatro euros por hora.

Veo un aviso muy entusiasta en TodoEle.net, un portal de trabajo orientado a profesores de español para extranjeros: un crucero que sale de Japón y recorre el mundo. El señor Takeshi está reclutando formadores de idiomas para los pasajeros. La idea me resulta excitante. Navego un poco más y descubro que en realidad la mano de obra es gratuita: solamente te cubren la comida y el derecho a estar a bordo, camarote incluido, durante tres meses. Un negocio redondo, el del señor Takeshi. Te olvidas de la vida terrenal, te pagas un pasaje de avión hasta Japón en busca del crucero, y vas a trabajar a cambio de comida y techo. Además puedes disfrutar del ambiente glamuroso de una suerte de Love Boat (1977-1986), esa serie que en España se conoce como Vacaciones en el mar y en Hispanoamérica recordamos con el título de El Crucero del Amor. Finalmente, vuelta a casa sin un duro, previa compra del pasaje aéreo de regreso desde Japón, así cuando llegas a Europa estás más arruinado que todos tus antepasados labradores, dispuesto a empezar de cero, fresco y animado.

Unemployed (1930)

A todo esto, en el Japón, los empleadores inverosímiles como el señor Takeshi también exigen atravesar una selección casi inexistente. Por supuesto, no dejarán subir a cualquiera a ese barco, que no es como aquellas naves que llevaban inmigrantes en el siglo XIX a las Américas. Tampoco estamos hablando de pateras. Es un crucero de lujo y todos son de primera clase. Entrevistas por Skype, antecedentes penales, cartas de recomendación de aquellos empleadores que conocieron lo que ya es tu prehistoria laboral. La revisión de piojos es gratuita. Filtros de todo tipo para hacerte ver que lo que sobra es la gente, sobre todo si está cualificada. Los empleadores caprichosos recurren a unos filtros, que por muy útiles que sean a la hora de sacarse de encima tanto sobrante de gente, chocan con la dignidad.

Mejor dejarse de historias en el lejano Oriente, que ya se me va a pasar el arroz. Ya es mediodía y todavía no he comido. Abandono el ordenador un momento. Deambulo por la casa con mi plato, mientras pienso en más estrategias de búsqueda. Siempre nos quedará la opción de salir a recorrer las calles, para que los empleadores de carne y hueso se te queden mirando con cara pánfila, como diciendo: uf, qué original, persona con currículum en mano. Uno se pregunta qué harán con tanto papel de currículum, papel picado, anotador, bollos de papel, alimento de salamandra.

Por la tarde, recibo un mail de Montse, una de esas empleadoras locales de agencias de trabajo temporal, que me propone algo aún más inverosímil. Pregunta Montse si puedo alojar en mi casa a estudiantes italianos durante tres semanas y darles tres comidas diarias. Además, cuando la agencia lo considere oportuno, enseñarles un poco de la fonología histórica del español entre tentempié, primer plato, plato principal y generoso postre. O sea que para trabajar, como primera medida, debo convertir mi hogar en una de las antiguas casas de pueblo, donde iban a parar los viajeros para que les mataran el hambre.

U.S. School Population (1936)

En definitiva, Montse quiere saber si me interesa ser un miembro de una fundación alimentaria. Es decir, como una especie de voluntariado parecido a los que organizan en Africa, pero este es más ambicioso porque te lo traen a tu casa. Eso sí, te cambian a los africanos por europeos. Cuidado, esto también lleva su proceso de selección. No van a mandar a un europeo a vivir a la casa de cualquier persona. Quieren saber al detalle quién es ese profesor, si es higiénico (la revisión de piojos, me informa Montse, también es gratuita), tiene costumbres aceptables, come comida vegetariana. Lo más probable es que al final termines gastando el mísero sueldo de esas clases en un menú naturista a base de mijo, seitán y soja.

Entramos en una era en que ya no podemos ni siquiera levantarnos un día y exclamar como los estudiantes de El club de los poetas muertos (1989), ¡carpe diem!, me quiero ir de voluntaria a la India o a Tanzania. No, no, no. No tan rápido. Hasta ahora lo que puedes hacer, eso sí, es verter tus deseos en una ficha, un mail, las solicitudes de toda la vida, para entrar en un largo proceso de selección, a ver si hay suerte. A ver si te cogen para que te des una docena de vacunas y tengas derecho a ir a enseñar español a mucha gente que lo pasa fatal en algún lugar recóndito del planeta.

En el Mediterráneo las tardes de invierno también son cortas. Oigo a los niños jugar en la calle al salir de la escuela. Me toca el timbre Virginia, mi vecina paraguaya, para contarme que en el «Frescuore» de acá enfrente están ofreciendo una sustitución temporal. Enseguida veo el filón y pienso que puede ser un buen puntapié para aspirar a algo mejor desde la tranquilidad de un sueldo asegurado. Abandono, ahora sí, el ordenador, me lanzo a la aventura y me cruzo antes que cierre la tienda, para preguntar por un puesto de trabajo que obviamente (sí, adivinaron) ya está ocupado. Siempre hay alguien más preparado que uno para acomodar un buen melón en su sitio o vender correctamente una suculenta calabaza. Hay quien en tiempos de crisis se asegura de hablarle a los tomates, incluso acariciarlos y lustrarlos para que los clientes se vayan a su casa contentos, con sus carros llenos de legumbres bien tratadas y educadas.

Porque en esto consiste vivir tiempos difíciles: sacar lo mejor de cada uno. Anochece. Yo ya me planteo con mis licenciaturas y mis cursos de posgrado ser la mejor niñera de todas. Tengo muchos méritos a mis espaldas, además en la casa soy muy hábil porque puedo limpiar cada rincón con un cepillo de dientes sin utilizar guantes. Me considero una fan de la Cenicienta y de ella aprendí esas artes. Puedo trabajar las horas que hagan falta por dos duros y al final del día regresar a mi casa orgullosa de haber podido contribuir a este estimulante mercado laboral. Sí, lo digo de corazón, esta crisis nos hace mejores personas.
 

Sobre el autor
(Buenos Aires, 1975) Vive en Barcelona desde el año 2002. Es traductora de inglés graduada en su ciudad natal y licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Ha colaborado en la versión anterior de Pliego Suelto como correctora y autora de una serie de reseñas y artículos literarios. Entre sus hobbies se destaca su gusto por la música, la buena cocina y los espectáculos de humor.
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