De paseo por los limbos (Wunderkammer, 2022) es un ensayo de Anna Adell (Blanes, 1972) donde explora –de forma multidisciplinar y con múltiples referencias contemporáneas– los espacios liminales y simbólicos como umbral a lo desconocido. Conversamos con ella sobre las diferentes aristas de su nuevo libro. Adell es documentalista, historiadora del arte y autora de Atrapados por Saturno. Imaginarios recientes de la melancolía (Casimiro, 2020), Creación y pensamiento hacia un ser expandido (Trea, 2013) y El arte como expiación (Casimiro, 2011).
Dedicas un breve capítulo a la obsidiana, ¿qué valor simbólico atribuyes a esta piedra en relación con el tema central de tu libro?
En las culturas precolombinas, la obsidiana está imbuida de simbolismo adivinatorio. El dios azteca Tezcatlipoca leía el destino de la humanidad en su «espejo humeante» de obsidiana. El espejo de obsidiana, como conector intertemporal, sugiere una mirada doble, retrospectiva a la par que prospectiva, entre el pasado y el futuro.
Esos espejos opacos no servían para verse sino para perderse en ellos, escribe Andrés Ibáñez en A través del espejo. Y el extravío es condición de umbral. El espejo es en sí mismo un umbral que nos confronta con la alteridad, y que cuando metafóricamente lo franqueamos accedemos a la parte oculta de nosotros mismos o a un mundo al revés que pone en suspenso la validez de nuestra realidad.
El texto se mueve sin dificultad dando saltos espaciotemporales entre disciplinas, obras y reflexiones diversas, de los dioses antiguos a los shopping malls de Dubai. ¿Entiendes también el libro como un espacio intermedio entre la evocación poética y la rigurosidad de lo académico?
En el prólogo Victoria Cirlot dice que en este ensayo forma y contenido coinciden porque te da la impresión de adentrarse en un laberinto lleno de pasajes imprevistos. No es deliberado este modo de escribir, sino producto de entrelazar ideas que me sugieren referentes de todo tipo (cinematográficos, literarios, de arte contemporáneo…)
Soy historiadora del arte, así que cuando introduzco temas de filosofía o antropología nunca es con rigurosidad académica (no podría hacerlo, aunque quisiera). Supongo que lo poético prevalece porque, al final, se trata de mi mirada casi caleidoscópica sobre un tema inmenso, inabarcable, el de los umbrales.
De paseo por los limbos viene encabezado por el recuerdo de la película Cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, cuyas pistas sigues a través de «tres rutas liminares»: la infancia, la ciudad y la memoria. ¿Podrías explicarnos por qué te planteaste estos tres caminos a la hora de abordar el tema de los umbrales?
En esta película confluyen el tema de la infancia, como la edad en que los umbrales hacia lo invisible se hacen visibles; el de la ciudad, leída desde sus vacíos (que están llenos de historia y son umbrales de entretiempo); y el tema de las fronteras, que también trato después a lo largo del ensayo.
Más que la infancia, me interesa revisitar la casa natal (el primer hogar que nos marcó) desde la edad adulta, porque desde el recuerdo los intersticios se agrandan, como nos muestran por ejemplo las memorias de Nabokov.
La atracción que sentimos por los limbos mágicos a temprana edad quizás nos ayuda a entender lo que a veces experimentamos en los terrenos baldíos de la ciudad, y que artistas como Robert Smithson pusieron de manifiesto con sus paseos suburbanos.
En ese paseo por los limbos hay dos nombres que se van repitiendo y resuenan como ritornelos de una composición musical: el dios bifronte Jano y Walter Benjamin. ¿Qué te atrajo especialmente de estas dos figuras para tu libro?
Yo me figuro a Benjamin como una especie de Jano, porque su pensamiento se forma en las brechas temporales, a través de un ejercicio dialéctico entre el pasado y el porvenir. En su filosofía de la historia o en El libro de los pasajes (centrado en el París decimonónico), su estudio retrospectivo le ayuda a entender el presente y atisbar la posibilidad de emancipar el futuro de la inminente catástrofe.
El rostro del dios de doble faz conoce el pasado y mira esperanzado al futuro: su rostro joven se dirige hacia adelante, su cara de anciano contempla lo que ha sido.
Las puertas de la ciudad de Roma estaban consagradas a Jano (el dios de los umbrales y los inicios), y su templo era en sí mismo un pasaje (un largo pasillo con una puerta a cada lado: solo se cerraban en tiempos de paz, o sea, casi nunca). En la ladera del Quirinal (colina consagrada a Jano) estaba el Mercado de Trajano, precedente de los pasajes comerciales que estudia Benjamin, y de los centros comerciales.
Me imagino, por todo ello, al fantasma de Jano merodeando los pasajes parisinos e inspirando las reflexiones de Benjamin sobre las modas, el fetichismo de la mercancía, las fantasmagorías, los tiempos-bisagra y la engañosa idea del progreso.
Del imposible personaje de Kafka, Odradek, dices que «es el punto ciego de la interpretación, es lo insondable que anida en los márgenes de lo familiar». ¿Podrías decirnos qué simboliza para ti este personaje en relación con el tema del libro?El protagonista de este microcuento de Kafka («Preocupaciones de un padre de familia») es una criatura ambigua, físicamente indefinible e inquietante por esa misma indefinición. Ya desde el nombre, nos hace dudar: su etimología es confusa.
El hecho de que aparezca siempre en los lugares de tránsito o liminares de las casas (junto a la barandilla, el rellano de la escalera, el zaguán…) enfatiza, a mi ver, esa idea de extrañamiento materializado que pone en crisis nuestra ilusión de resguardo de la identidad que nos da nuestro hogar-refugio.
Lo siniestro (lo unheimlich) es, para Freud, lo extraño irrumpiendo en el corazón de lo familiar. Para mí, Odradek es una especie de reverso de los lares romanos, los geniecillos cuidadores de los espacios domésticos.
«Habitar el limen es frisar con la muerte simbólica: regiones liminales marcan el tránsito de un ser a otro, o bien, son un umbral a lo desconocido». Se entiende, por tanto, el limen como un estado inherentemente transitorio…
La liminalidad se define como transitoria. Limen significa umbral. Cuando lo liminar se prolonga demasiado puede llevar a la locura. Aunque también hay personas que aprenden a vivir en las grietas abiertas entre dos mundos, sea por voluntad propia o porque son expulsadas hacia los márgenes por la sociedad.
¿Podrías explicarnos los conceptos de rizoma, desterritorialización y reterritorialización deleuzianos a los que aludes en el libro en relación con esta transitoriedad de los espacios liminales?
La filosofía de Deleuze atiende a los márgenes, a los umbrales, porque concibe el ser como devenir en constante mutación por las alianzas espontáneas entre órganos y deseos.
Así como la orquídea se “desterritorializa” al asumir la forma de avispa (al mimetizarse en ella), la avispa la “territorializa” de nuevo al polinizarla. Es un juego rizomático (no arbóreo, no genealógico) entre especies, como el que tiene el capitán Ahab y Moby Dick, pero Ahab solo se desterritorializa (se identifica demasiado con la ballena). Se ha quedado atrapado al otro lado y no puede regresar (lo que decíamos en la pregunta anterior de la posible emergencia de la locura cuando se fuerza lo liminar).
Deleuze y Guattari ponen varios ejemplos (a través de personajes beckettianos y kafkianos) de desterritorializaciones que van demasiado lejos y no saben regresar. Frente a estos casos fallidos, se me ocurre que quizás a estos autores les gustaría la escritura rizomática de Irene Solà, al menos la de su libro Canto jo i la muntanya balla, donde mientras leemos “devenimos” puro flujo molecular mutando como esporas: devenimos-nube, devenimos-rayo, devenimos-hombre atravesado por el rayo, devenimos-espíritu de bruja ajusticiada, devenimos-corzo, devenimos-poema del niño muerto…
En el libro hablas también de los expatriados y de los refugiados, retenidos en las fronteras, habitando en campamentos y salas de espera, en una suerte de limbo tan topográfico como existencial…
Los habitantes de limbos topográficos no serían solo los retenidos en asentamientos fronterizos (como los de la película de Angelopoulos El paso suspendido de la cigüeña), sino también los inmigrantes en cualquier ciudad de Europa, que mentalmente moran entre dos mundos.
Como los caboverdianos en las películas de Pedro Costa. En Caballo Dinero, incluso los escenarios son liminares: un ascensor, un hospital, un ascensor, una fábrica abandonada… Lugares que son trasunto de ese quedarse atrapado en un no-lugar psíquico.
Me interesan las obras donde la geografía real y la topografía mítica se funden, como también ocurre en Barzaj, de Alejandro G. Salgado: dos adolescentes marroquíes tomando su último té de menta antes de emigrar. Nunca viajarán porque sus conciencias entran en bucle. Una Melilla sublimada por un crepúsculo permanente expresa ese estado de tránsito sin tránsito. En el Corán, el barzaj es el estado intermedio entre la muerte y la eternidad.
En el penúltimo capítulo haces referencia a Dead Man de Jim Jarmush, Pedro Páramo de Rulfo y 2666 de Roberto Bolaño para hablar de los umbrales de la percepción histórica y de la inmersión en una memoria dolorosa…
En ese capítulo reúno narraciones (ficticias, pero que se enmarcan en un contexto real) que de algún modo remiten a episodios traumáticos de la historia, y que encuentran en la literatura o el cine un modo de ser recordadas.
Son como historias de fantasmas atrapadas en una especie de bardo o limbo porque no tuvieron la adecuada sepultura. Y los espectros nunca mueren. Me refiero a los genocidios de los nativos americanos (trasfondo de Dead Man); las muertes de infinidad de mujeres en las maquiladoras de frontera (2666); el caciquismo y las secuelas del colonialismo tras la revolución mexicana (Pedro Páramo), la muerte en vida de los esclavos afroamericanos (Lincoln en el Bardo)…
Y para acabar, ¿podrías comentarnos las ideas de Van Eyck que aparecen en tu libro acerca de un urbanismo donde «los umbrales, como lugares de paso y cruce, debían ser propiciadores de encuentros»?
Aldo van Eyck era arquitecto pero su concepto de «in-between realm» trascendía el marco arquitectónico. Lo intermedio era para él el ámbito donde se desarrolla la vida: allí donde el espacio abstracto deviene «lugar” y el tiempo deviene «ocasión».
Se esforzó en explorar la potencialidad del espacio urbano y sus construcciones en vez de predefinir usos cerrados como había hecho el funcionalismo, cuyos logros cuestiona.
Atender a las zonas medianeras de la ciudad, fijarse en cómo los niños interactúan con el espacio, reinventar el urbanismo inspirándose en los poblados dogón, pero también en la obra de artistas visuales coetáneos…
El suyo era un pensamiento muy holístico e interdisciplinar, muy “de umbral”.