Cristina Morales: “Solo he dejado de escuchar chistes sobre mi acento andaluz después de ganar el Premio Herralde”

Cristina Morales, escritora. Fotografía: David F. Sabadell (El Salto Diario)

 
En el marco de la cobertura realizada por Pliego Suelto de las Converses de Formentor 2019, nuestro colaborador Josep Maria Nadal Suau entrevistó a Cristina Morales (Granada, 1985) –ganadora del Premio Herralde 2018 de Novela con Lectura fácil (Anagrama)–. Además del citado libro, la autora toca en la entrevista diversos temas: la retórica del poder y el lenguaje del contrapoder, el anarquismo, el feminismo, la oralidad, el punk, los fanzines, “la andaluzofobia”, lo charnego, Barcelona y la violencia, y la literatura de Bolaño y Marsé. Cristina Morales jamás deja indiferente al auditorio.

Sentía especial curiosidad por atender a la intervención de Cristina Morales en las Converses de Formentor, puesto que su presencia en ese entorno lujoso y en el marco de un evento de voluntad canónica y jerarquizante era una fuente potencial de contradicción con su discurso político y literario. Si algo define 2019 para un creador, es que su actitud pública deviene de inmediato extensión inevitable de su propia obra, y cada presencia o ausencia suyas en los espacios de debate o promoción se adherirá confusamente a la percepción y sentido de sus libros.

Cristina Morales, 2018

Tras Lectura fácil –novela que funciona como una okupación sin concesiones del prestigio narrativo español por parte de una voz hecha de voces anarquistas y dinamitadoras– las estancias congeladas carismáticamente en el tiempo de uno de los hoteles más especiales de España, la carpa descomunal alzada en el centro de un pinar impoluto o el trasiego de vino español y hamburguesas envueltas en papel antigrasa con páginas de periódico vintage estampado en su superficie externa no constituían, a priori, un espacio cómodo para su autora.

Begoña Méndez ya lo ha explicado por aquí, pero voy a insistir: Morales no pudo resolverlo mejor.

En primer lugar, no pareció comerse la cabeza con el asunto. En segundo lugar, jamás dejó de estar junto a sus compañeros de la casa okupa Ka La Castanya de Barcelona, que eran golpeados por la policía, más o menos simultáneamente a la entrega del Premio Formentor, en el contexto de un desalojo judicialmente suspendido. Por eso se marchó antes de lo previsto y, mientras estuvo, fue encantadora con quienes nos a cercamos a ella, pero guardando cierta distancia, como si ya estuviera en tránsito.

Aunque todo esto no pasa de impresiones. Lo importante y deliberado en Morales fue su intervención frente al numeroso público de las Converses: performática, inteligente, coherente de principio a fin.

El bosque animado, 1943

Para empezar, propuso una lectura entusiasta de El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez, una elección bastante desconcertante que mereció por parte de la moderadora el condescendiente comentario de que era “un libro raro para una persona tan joven”.

Su presencia, el plumaje loco de su camiseta, la dicción rapada, el entramado subversivo que supo levantar de entre las sombras de aquellos viejos cuentos… Fueron unos minutos brillantes que culminaron con un giro de urgencia extraordinario. Morales nos resumió lo sucedido en Sants la noche anterior. Luego, con modales de seda, enarboló dos ejemplares del fanzine Yo, también quiero ser un macho y los puso a la venta para sufragar la asesoría legal de las compañeras apaleadas o detenidas. “Normalmente pedimos tres o cuatro euros por él”, explicó, “pero, dado que estamos en este entorno privilegiado, hoy los venderé por veinte euros”.

¿Es esto, quizás, lo mejor que ha ocurrido en la historia de Formentor? ¿Fue simplemente una estrategia ágil para servir a una causa que a la autora acababa de explotarle en sus narices militantes? Ambas cosas, y algunas más: sarcasmo, verdad, incomodidad, listeza y superación acrobática de las contradicciones.

Cartel Formentor 2019

Por cierto, ese fanzine bien valía veinte euros, tanto por la catarata de afrentas al macho fascista contemporáneo que contiene como por su historia particular. Se trata del documento que la edición de Lectura fácil en Anagrama reproduce en sus páginas centrales, aunque con algunos recortes, y es el mismo que provocó en su momento la cancelación del libro en Seix Barral, por el miedo de la editorial a posibles represalias judiciales por parte de las personas mencionadas en él.

Solo nos impusimos una condición para la entrevista: que no coincidiera con el turno de palabra de Elisa Victoria, a la que queríamos escuchar. Tras la intervención salvaje de la autora de Vozdevieja en las Converses, intercepté a Morales. En diez minutos, celebró la fragilidad expuesta de su compañera generacional, citó a Carlos Edmundo de Ory, se bañó en pelotas en las aguas de Formentor, y nos sentamos a charlar.

Los entornos libertarios, anarquistas y asamblearios generan bastante escritura, a menudo muy estimulante, pero poca “literatura”, que en todo caso raramente llega a ganarse un espacio en editoriales tan grandes como Anagrama…

Para mí fue un gran descubrimiento el modo de expresión de la realidad anarquista, especialmente de las corrientes insurreccionales que contiene. Pienso en los fanzines que editan, los comunicados internos y externos que emiten, los modos verbales que se despliegan en las asambleas y que reconstruyo en Lectura fácil

YTQSUM, fanzine

Los fanzines, por ejemplo, son publicaciones que no quieren sacar pasta y se saben absolutamente marginales, así que se permiten llegar muy lejos, soliviantar los pilares más básicos de nuestro entorno: títulos como Quema tu móvil, El sida no existe o Sexo colectivo es cohesión social alimentaron la novela de un modo directo, y fueron algunos fanzines los primeros en lanzar discursos críticos contra el 15M, que hasta entonces se había considerado piedra de toque de toda la izquierda, un momento incuestionable de nuestra historia…

Estas formas de expresión me acompañan desde los 27 años, que es cuando me instalo en Barcelona, y han cambiado por completo mi forma de escribir. La han desestetizado, en el sentido modernista del término: han hecho que me aleje de la búsqueda de lo bello o lo efectivo en pos de una oralidad que se haga entender, incluso de un componente pedagógico.

“Pedagógico”o, incluso, “útil”, aunque no sé si te gustará la palabra. Creo que tu narrativa se planta contra la utilidad del mercado, pero en cambio busca provocar consecuencias, ser “útil” al lector. Y, establecida en sus propios términos, esta utilidad o pedagogía es perfecta.

¿Te parece? Verás, cuando escribía Lectura fácil, se me hacía imprescindible explicarme. El lector siempre es una fantasmagoría para el autor, también para mí, pero durante el proceso no dejaba de sospechar que algunas de las categorías de pensamiento que manejo no serían conocidas por el lector habitual de sellos como Seix-Barral, que era el que iba a publicarme en principio, o Anagrama.

Cristina Morales, 2017

De modo que hice un esfuerzo por explicar ciertas cosas que luego, en las nuevas ediciones, he ido puliendo un poco… Quien no lo entienda, que se joda un poco, ¿no? Aunque admito que yo estoy entre Pinto y Valdemoro. He publicado en un sello importante, quiero que la novela sea leída y ganar dinero con ella… Y al mismo tiempo, quisiera que nunca dejara de ser tributaria de su origen, que está en esas asambleas quilométricas en las que he reconocido a veces un modo de expresión cercano a la verdad, al desenmascaramiento de la realidad.

A esto hay que añadir otro componente, y es que a mí me enseñaron a escribir y a leer, a reconocer la buena y la mala literatura, según unas reglas muy claras que proscribían lo pedagógico y lo político: “no expliques tanto”, “menos es más”… Todo eso.

¿Te reconoces cuando algún crítico, por ejemplo yo mismo, califica Lectura fácil como punk? [Ya en casa, releo mi reseña: lo que escribí en realidad es que la novela “baila un pogo con el lector”]

¡Me encanta! ¡Es el mayor halago! El punk me parece la expresión artística más refinada de las sociedades occidentales contemporáneas, así que, al decir eso, siento que me colocas al lado derecho de dios.

Recientemente, una banda de Barcelona que ensaya en Can Vies, At-asko, me han dedicado una canción titulada “Grano en el culo”. Como me han empezado a ver en prensa, dicen cosas como: “No paras de chupar cámara, te veo en el telediario, molestas con tu presencia, jodida Cristina Morales”. Cuando suena en los conciertos me vuelvo loca.

Roberto Bolaño, 2010

Hay un hilo común que une Terroristas modernos con Lectura fácil: la preocupación por el lenguaje del poder y la construcción de una escritura que ejerza de contrapoder. ¿Es posible desinfectar el lenguaje de la retórica del poder?

Es cierto que ambas novelas conectan por ese lado. Por lo demás, sí, creo que es posible, y tenemos muy buenos ejemplos. Aunque sea un tópico, Bolaño es un maestro en esto. A él le preocupaba sobre todo el lenguaje del poder literario, al que contraponía efectos horripilantes como la empatía con el turista masificado de la Costa Brava que recorre El tercer Reich. Hace poco leí una pieza breve de una autora de mi edad, Almudena Sánchez, que también trabaja muy bien en este sentido. O acuérdate de Juan Bonilla, un maestro para mí, sirviéndose en Prohibido entrar sin pantalones los textos de Maiakovski.

Ahora bien, lograr esa desinfección es una tarea monumental, porque una, como todos, piensa y lee en ese esquema mental dado. En mi caso, he optado por introducir en el libro el discurso del poder con la mayor fidelidad posible, retratarlo o emularlo con exactitud, y luego confrontarlo con el mío propio.

Es casi un ejercicio de literatura comparada, algo que me acostumbré a practicar cuando trabajé en mi tesina de Ciencias Políticas: cogía discursos completos y me dedicaba a marcar sus orígenes, su dirección estratégica… Lo mismo ocurre en Lectura fácil y Terroristas modernos.

Caballo de Troya, 2013

A veces no hace falta ni siquiera plantear un contraste, basta con trasladar al libro un discurso que no fue pensado para ello. Por ejemplo, tomas cualquier basura racista del Ayuntamiento de Colau, esas campañas que dicen “Compra legal, si no alimentas a las mafias”, y la conviertes en carne literaria sin mayor elaboración. Puede que en la vida cotidiana hayamos naturalizado esas porquerías, pero como en la literatura tiendes a esperar algo más estetizado o denso, al encontrártelas en la página solo mueve a risa, es ridículo e insostenible.

Aunque sobre esto tengo una anécdota tremenda. En mi primera novela, Los combatientes, metí íntegro, sin citarlo, el discurso a las juventudes de España de Ramiro Ledesma Ramos. Pasaron meses antes de que alguien lo advirtiera. De hecho, cuando me dieron el premio Injuve por el libro, la Secretaria de Estado de Asuntos Sociales me pidió que leyera ese fragmento “tan bello”. Así que un auditorio lleno de protopodemitas aplaudió como si fuera la síntesis del 15M un discurso fascista de manual, un texto clave en la fundación de Falange de las JONS. Por mi parte, esa operación fue muy tramposa, es cierto, ¡pero no esperaba tanta torpeza por parte de los receptores! Y todo esto demuestra que el discurso fascista está tan normalizado que ni siquiera nos huele raro.

Estudiaste Ciencias Políticas y Derecho, ¿qué utilidad tienen esas carreras para un escritor?

Derecho, en particular, es muy útil. Desde entonces, le tengo gusto al vocabulario forense, jurídico y legal. Es una retórica compleja y, para una novelista, explayarse con ella resulta un juego, una ventriloquía fascinante. Aparte, esos estudios me proporcionaron algo mucho más inmediato: la capacidad de comprender una sentencia o cualquiera de esos textos legales que para la mayoría de la gente suenan a sánscrito.

Cristina Morales, escritora

La misma lógica opera también en sentido contrario: mi formación facilita que agarre uno de esos discursos políticos simplísimos, pensados para que ser engullidos por el votante, y lo despelleje sin piedad. Cuando una concejala inaugura una guardería, su discurso en ese acto no es inocente. Y a la hora de hacer descender el primer lenguaje del pedestal, o de hacer emerger el segundo al lugar necesitado de análisis que requiere, los estudios de Derecho me han retorcido el colmillo. Me han proporcionado buenas dosis de mala leche y suspicacia.

Mientras te escucho hablar, me viene a la mente la jueza de Lectura fácil, en tanto que su presencia sitúa a la protagonista en una posición violentada por el lenguaje institucional…

Cierto, pero me resultó muy fácil construir a ese personaje, que en realidad es menos un personaje que un arquetipo, y por lo tanto no requería de gran elaboración. Lo único que nos interesa de ella es que tiene poder, que es una villana.

Antes has hecho referencia a Colau. Los comunes, la política municipal barcelonesa, parte de la CUP o la buena conciencia progre salen mal paradas en tu libro… ¿Cómo resumirías el momento que atraviesa Barcelona?

No tengo televisión y apenas uso Internet, pero evidentemente me consta que desde hace un tiempo el tratamiento que recibe la ciudad es el de asociarla a la violencia: cuchilladas, apuñalamientos, mafias ilegales… Es gracioso, porque alguna vez me han preguntado si tenía miedo viviendo allí. Bueno, pues sí lo tengo: a la policía. ¿Cómo le voy a tener miedo a un vecino del Hospitalet? No niego que se den actos violentos, cómo no va a haberlos, pero son ínfimos en comparación con la violencia sistemática, organizada, legal y legitimada que practica la policía a diario.

CSOA Ka la Kastanya

Fíjate en lo sucedido ayer mismo en Ka La Castanya, donde los agentes estaban calentitos y decidieron que no podían irse de vacío, así que molieron a un par de chicas. El discurso sobre la violencia callejera es excelente para omitir toda esa otra violencia institucional que, además, tiene su origen en el supuesto Ayuntamiento del Bien, el Ayuntamiento Robin Hood de Ada Colau.

En Lectura fácil, lo charnego tiene un papel (estilístico e ideológico) importante. Hace poco, también Brigitte Vasallo ha retomado el concepto con un Festival de Cultura Txarnega que provocó una reacción inmediata: centenares de personas se lanzaron encarnizadamente a proclamar que el tema no tenía ningún interés y estaba superado, aunque su reacción pareció señalar, me parece mí, justo lo contrario.

La óptica de Vasallo no es la mía, pero el caso que protagonizó es ciertamente revelador. Ella intenta desarrollar una arqueología de la identidad charnega, cuando para mí lo interesante es, precisamente, que el charnego puede emanciparse de los estrechos límites de cualquier identidad.

M. Besora y B. Bargunyà, 2018

Pienso en Trapologia, el libro sobre la escena trap que han publicado Max Besora y Borja Bagunyà. En sus páginas, hacen con el catalán algo que en castellano ya se había practicado con Makoki, Makinavaja o El Víbora. Escriben la lengua fonéticamente. Creo que a Besora, con quien somos buenos amigos, le interesa especialmente esta fórmula, que él llama “bastardismo” y yo, “estilo acharnegueado”.

El resultado desactiva esa preocupación por la pureza digna del Siglo de Oro que exhiben ciertos estratos del nacionalismo, y que tan mal casa con el discurso cosmopolita (sobre el que también habría mucho que decir).

Yo no hago proselitismo de nada, pero con amigas migrantes, andaluzas, castellanas y sobre todo latinoamericanas, tenemos más que comprobado que se pone un especial foco en el “hablar bien”, en que la peruanita hable catalán que para eso lleva ya un tiempo aquí.

En una entrevista incluida en Ronda Marsé, el volumen crítico editado por Candaya, al novelista le preguntan por qué no escribe en catalán si en su DNI pone “Joan”, y él contesta de la única manera posible: que escribe como le sale de los cojones. Tiene razón: no creo que haga falta una justificación para ese tipo de decisiones, argumentar implicaría entrar en la misma dinámica identitaria, más aún cuando se trata de un creador.

Ana Rodríguez Fischer, 2008

Para mí, este tipo de discusiones, esas preocupaciones por la lengua que hablan los habitantes, son poco más que luchas entre élites, o entre quienes se ven cooptados por las élites. Las políticas lingüísticas pueden ser opresoras y olvidar a la parte más frágil de la población, que son los recién llegados, los migrantes…

Esto que digo es compatible con que muchos barceloneses de origen andaluz sean cuperos. Conozco numerosos casos. Pero si tengo que hablar de todo esto desde mi propia experiencia, te diré algo curioso: solo he dejado de escuchar chistes sobre mi acento andaluz después de ganar el Premio Herralde. Hasta entonces, en los diez primeros minutos de cualquier conversación el interlocutor me decía siempre, “uy, tú no eres de aquí”, o “qué bonito el acento del sur”.

La primera sensación que te producen tales réplicas es que no te están escuchando, puesto que lo único importante está en mi acento. Un acento que, con buenos o malos modos, convierten en la excusa para hacerte exótica. La primera vez que leí el término “andaluzofobia” fue en un artículo de la revista Pikara, y me costó mucho reconocerme en él, admitir que hay una violencia implícita en esas actitudes. Y eso que yo soy una privilegiada respecto de cualquier compañera latinoamericana que, encima, no lleve unos cuantos libros escritos por ella bajo el brazo.
 

Sobre el autor
(Palma, 1980) Doctor en literatura contemporánea y profesor. Ejerce como crítico en El Cultural y Mercurio. Sú último libro es «Temporada alta» (Sloper, 2019).
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