Mariano Quirós: «Me gusta la idea de un lector que molesta, capaz de leer en lugares imposibles»

Mariano Quirós (Resistencia, Argentina, 1979) ha sido galardonado recientemente con el Premio Casavella 2013 por Tanto correr. La novela se caracteriza por la fluidez textual y por su conexión ingeniosa con la realidad histórica y cotidiana. Desde distintas perspectivas narra un hecho real: la matanza de 25 presos políticos en Margarita Belén (1976) en plena dictadura militar argentina. Entre sus obras destacan Robles (2008), Torrente (2010), Río Negro (2011), No llores, hombre duro (2013).

En algunas entrevistas te defines como “un tipo enfermizamente lector” y  al que le gusta “la literatura que se escribe con urgencia”. ¿Cómo se origina ese ímpetu por la lectura y esa pasión por la escritura?

Me gusta la idea de un lector que molesta. Un lector extremo, el hombre o la mujer que son capaces de leer en lugares aparentemente imposibles. El ciclista lector, por poner un ejemplo vulgar. A mí me gusta leer en mi trabajo —es a lo más extremo que he llegado—, en medio del trajín cotidiano, mientras mis compañeros y superiores se pierden con cuestiones que no tienen solución o que, bien mirado, no le importan a nadie. Ni siquiera a ellos. Pero como yo leo, y puedo así suspender el ajetreo, abismarme, molesto. Resulto antipático. De leer, por supuesto, es de donde vienen la necesidad y el impulso de escribir. Entre tantas razones que puede haber para escribir, justificar las horas de lectura puede ser una importante. Y disimular un poco, de paso, esa apariencia de hombre improductivo.

Tanto correr establece vasos comunicantes entre la literatura, la historiografía y el periodismo de sucesos (policial-judicial), ¿cómo nace esta conexión? ¿Existe en ti una vocación de cronista?

Nace sin premeditación, sin pensar en esos posibles “vasos comunicantes”. Se trata de la manera que encontré para narrar un hecho terrible —la Masacre de Margarita Belén en 1976—. O más que para narrarlo, para “ir hacia él”, hacia ese hecho, y no para tratar de entenderlo, sino más bien para darle otra posible perspectiva. De todos modos, cualquier forma narrativa es esencialmente literaria. Y el periodismo y la historia principalmente, por lo que aquella conexión con la literatura sería un elemento natural. En cuanto a lo de cronista: qué más quisiera yo que existiera en mí esa vocación. Pero no estoy a la altura. El cronista en serio, se supone, vive en situación de riesgo. Es alguien que compromete el cuerpo de un modo, digamos, más literal. No es un aventurero —el aventurero bien puede ser un loco, un tipo medio mercenario—, el cronista se mueve y trabaja a partir de una sensibilidad particular, con un afán más noble. Por lo menos ésa es la imagen de cronista que yo tengo, el cronista que a mí me gusta.

Tanto correr es el relato novelado de un hecho real: el fusilamiento de 25 presos políticos del Movimiento Peronista en Margarita Belén durante la dictadura militar (1976). ¿Consideras que es una novela emparentada de alguna manera con Operación masacre de Rodolfo Walsh (1957), que reproduce un acontecimiento similar?

Me avergüenza muchísimo la comparación. Operación masacre, su épica publicación, fue determinante para que se develaran los fusilamientos de José León Suárez (Provincia de Buenos Aires) en 1956, a manos de la llamada Revolución Libertadora. Revolución que en 1955 derrocó al gobierno democrático de Perón. Con esa novela, además, Walsh “inventaba” un género, una forma nueva de hacer literatura. Digamos, si Operación masacre no se escribía es muy probable que nunca se hubiera sabido —o por lo menos se hubiese tardado mucho más en saber— qué había pasado en José León Suárez y cuál era el proceder habitual de aquel gobierno. En modo alguno tuve yo que asumir riesgos o modalidades de trabajo similares a las de Walsh. En Argentina, por suerte, hoy se juzga a los responsables del terrorismo de Estado; quienes perpetraron la Masacre de Margarita Belén están cumpliendo su condena. Nadie me persigue por escribir una novela como Tanto correr, puede haber unos cuantos ofendidos, pero no más que eso. En cierto modo, y gracias a los organismos de derechos humanos —con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, con H.I.J.O.S., y con grupos de ex presos políticos a la cabeza—, este es un país distinto y más libre. Habría que cuidarlo más.

¿Cómo se explica desde la literatura la omnipresencia, en la historia contemporánea argentina, del peronismo, movimiento que ha albergado a facciones que van desde la extrema derecha hasta la ultraizquierda?

Precisamente porque el peronismo es bastante inexplicable: puede ser tan bello como pavoroso. Entre otros, José Pablo Feinmann, gran escritor y pensador, le dedicó un tomo de casi mil páginas y ni así pudo abarcarlo —tampoco, creo, era ésa su intención. Más tarde el mismo Feinmann se juntó con Horacio González, otro gran pensador y director de la Biblioteca Nacional, y armaron un libro con reflexiones acerca del peronismo. Tampoco lograron dilucidar mucho. Y creo que está bien que así sea. Horacio Verbitsky, el hombre que mejor piensa y realiza el periodismo en Argentina, se refiere a la parte “fea” del peronismo —la derecha digamos—como “peor-nismo”. Suena infantil, pero a mí me gusta. Ricardo Piglia en su última novela —El camino de Ida— hace lugar a un “chiste” sobre el peronismo que me encantó y que ahora paso a arruinar: dice que a los norteamericanos les falta eso, peronismo, les faltan más conflictos sociales y sindicales, no estar tan desamparados y laboralmente a la deriva, para bajar el índice de asesinatos en masa realizados por individuos que se rebelan porque los han dejado sin trabajo. El peronismo da para todo.

En un pasaje de la novela, el protagonista arremete contra Borges: “Nunca lo leí. Tampoco siento que deba leerlo, después de todo el tipo apoyó a la dictadura”. ¿Qué reflexiones te plantea esta cita?

Cuando el narrador dice semejante pavada ronda los quince, dieciséis años. Después, como tiene que hacer todo el mundo, leerá a Borges.

A lo largo de la historia cobran relieve, los libros, el amor y la actividad de correr maratones, como elementos liberalizadores de la pesadilla colectiva que la dictadura militar (1975-1983) ha dejado hasta nuestros días. ¿Cómo es la filosofía del corredor de fondo que planteas?

Lo que llamó mi atención, en realidad, fue la semejanza que encontré entre ciertos testimonios. Por un lado, ex presos políticos que hablan o escriben sobre la tortura como una experiencia, por supuesto, terrible y espantosa. Pero a la vez señalan una idea estremecedora: llegado cierto momento en la sesión de tortura, cuando uno siente que ya no se puede ir más allá, el cuerpo y la conciencia se pierden, se difuminan. Uno deja de estar. Ya no importa lo que pasa, lo que le está pasando, porque uno ya no está ahí. ¿Dónde está?

Por otra parte, los maratonistas: el corredor de fondo, su gran virtud, es la resistencia. Correr kilómetros y kilómetros, sometidos al clima que sea. Dicen los maratonistas que alrededor del kilómetro 25-30, la cosa se pone fea. El cuerpo dice basta, ya no puede ir más allá. Pero una vez atravesado ese umbral, el maratonista, su cuerpo, se esfuma. También se esfuma la conciencia. El maratonista desaparece. Haruki Murakami lo explica con más pericia que yo —pero también más ñoño que yo— en un lindo libro para corredores. Las similitudes entre la horrible experiencia de aquellos ex presos y el sufrimiento, si se quiere, auto inflingido de los corredores de fondo me impresionó lo suficiente como para lanzarme en busca de la historia.

En lo que a mí respecta, soy un corredor mediocre, de resistencia paupérrima.

¿Hay intencionalidad autobiográfica o autoficcional, teniendo en cuenta que el narrador de Tanto correr tiene tu edad, es comunicador social, vive en Resistencia una pequeña ciudad del norte de Argentina y cuenta su vida cotidiana?

Aproveché, más que nada, ciertas anécdotas de infancia que pasadas por un tamiz literario podían servirme para entrar en tema, para ir hacia donde me interesaba. Aunque a la vez: ¿Qué era lo que me interesaba? Autores de mi generación —pienso en Alejandro Zambra, en Patricio Pron o en Laura Alcoba, que son apenas más grandes que yo— ya habían indagado con sensibilidad y belleza en el desbarajuste que provocaron las dictaduras latinoamericanas. Lo hicieron, también, apelando mucho a lo autobiográfico. La vida de uno, de cualquiera, puede ser por demás anodina en su cotidianidad, pero la literatura permite perturbar esa aparente abulia. ¿Cómo? Invadiéndola, o bien desde la belleza o bien desde la atrocidad. Siempre por los extremos, y siempre, desde luego, con una buena historia que contar. Quiero pensar que Tanto correr encierra una, por lo menos, buena historia.

En declaraciones a la revista Vos afirmas que los escritores del interior de Argentina tienen “una mayor vocación por contar historias”. ¿En tu opinión, la narrativa “porteña” repite esquemas de la literatura fantástica o de los ensayos metafísicos?

Mariano Quirós

Lo que decía, en realidad, es que la literatura porteña suele asentarse en cierta comodidad —como si los escritores porteños tuviesen sus necesidades básicas cubiertas y no encontrasen más alternativa que contarnos sus sesiones con el psicólogo— o en gestos de aparente irreverencia que no lo son tanto. Está muy bien que se experimente con el lenguaje, con la estructura, etcétera, pero es un embole cuando en el fondo no hay nada que contar, nada que decir. A mí, por lo menos, me aburre.

¿Cómo se manifiestan las relaciones centro-periferia en el ámbito de la literatura de Argentina?

Argentina es de un unitarismo salvaje. Estamos rodeados de salvajes unitarios. Pero es normal que así sea. En todo caso nos corresponde a quienes vivimos en la “periferia” inventar nuestros propios circuitos, no depender tanto de Buenos Aires. O, más que depender, no estar tan pendientes de lo que pasa en Buenos Aires.

En el norte de tu país se ha formado un núcleo fuerte de activistas literarios. ¿Qué te sugiere los nombres de escritores locales como Carlos Busqued, Miguel Ángel Molfino, Pablo Black, Orlando Van Bredam, Germán Parmetler, Sergio Gaiteri o José Gabriel Ceballos?

Son todos grandes escritores; a todos los leí y a todos les presto atención. Algunos de ellos han sido y son determinantes en mi vida de escritor y, más aún, de lector. De algún modo siento que Pablo Black y Germán Parmetler son mis hermanos, y que Van Bredam y Molfino son como nuestros tíos, tíos enfermos de literatura e incapaces de ofrecer un buen consejo. El tipo de tíos que valen la pena.

Has manifestado gran interés por narradores hispanoamericanos “de Bolivia para arriba” como Paz Soldán, Gamboa, Enrigue y Junot Díaz, entre otros. ¿Qué es lo que más valoras de ellos?

En todos ellos hay algo así como una vitalidad especial, a la vez que una permanente elegancia y bella prosa. Por ejemplo en Necrópolis, de Gamboa, o en La maravillosa vida breve de Oscar Wao, de Junot Díaz: son dos novelas poderosísimas, torrentosas; son artefactos literarios —ya no meros libros ni meras novelas: artefactos— originalísimos. O los cuentos de Hipotermia, de Álvaro Enrigue (sobre todo dos, “La pluma del Dumbo”—que tiene un arranque luminoso: “Soy un escritor de categoría, pero nadie lo sabe”— y “Sobre la muerte del autor”), cuentos elegantes y melancólicos,  dan ganas de ir a buscar a ese tipo, a Enrigue, y darle un fuerte abrazo. O al menos un apretón de manos, no hay que pasarse de confianzudo.

Tanto correr apela a la memoria histórica, en relación con el terrorismo de estado en Argentina. ¿Tienes algún grado de empatía e identificación con jóvenes escritores peruanos como Diego Trelles (Bioy, Premio Casavella 2012) y Daniel Alarcón (Guerra a la luz de las velas y Radio Ciudad Perdida), cuyas obras retratan el conflicto interno en la nación andina (1980-2000), que dejó 70 mil muertos?

Leí una novela de cada uno, Bioy y Radio Ciudad… Más que por el tema, creo que la coincidencia está en que los tres somos, en mayor o menor medida, devotos y deudores de Roberto Bolaño. Como Bolaño se ha convertido en un fenómeno medio inasible, hay como un pudor pudoroso al momento de pronunciarse al respecto. De pronto, y sobre todo en Argentina, nos volvemos mesurados al juzgar su obra. Sospecho que debe ser el comportamiento adecuado, marcar una distancia antes de hablar. Pero yo prefiero ser más kamikaze: cuando sea grande quiero escribir como Bolaño. Pero no morir tan joven, claro.

Por otro lado, ¿qué corrientes, autores y títulos destacas de la escena literaria en España?

No voy a ser original: me encantan, principalmente, Juan Marsé, Enrique Vila-Matas y Javier Marías. Vila-Matas es de los pocos autores a quienes les soporto sus neurosis literarias, sus histeriqueos y berrinches. Además de que es un tipo muy fotogénico, convengamos. Javier Marías escribe como si estuviera loco. Y Juan Marsé sospecho que, efectivamente, está loco. Y los tres, más allá de sus obras, hablan y escriben sobre literatura con una pasión infrecuente, una pasión que sirve para convencerse de que la literatura es lo más importante que existe sobre la faz de la Tierra.

En la actualidad dedicas parte de tu tiempo —además de a tu carrera literaria y periodística— al fomento de la lectura en las escuelas y a la producción editorial. ¿En qué consiste la Colección Mulita? ¿Y cuáles son los proyectos venideros en que estás trabajando?

No me dedico —de manera laboral, quiero decir— al fomento de la lectura en las escuelas, actividad noble si las hay. Simplemente, cuando me invitan a leer o a mentirles a los estudiantes acerca de los beneficios que acarrea convertirse en lector, acepto el convite y voy.

Colección Mulita es un proyecto editorial que emprendimos junto a Pablo Black. Nuestro deseo es simple: publicar la literatura que nos gusta. Arrancamos este año con dos libros de cuentos: Carece de madurez, de Tony Zalazar; y Lo difícil que es partir de Buenavista, de José Gabriel Ceballos.

En lo que a mí respecta, leo y escribo, siempre cuidándome de la celosa mirada de mis superiores, que, quiera Dios, nunca lean esta entrevista. O sí.
 

Sobre el autor
Sobreviviente, Lic. en Filología Hispánica y Máster en ELE (Universitat de Barcelona), sujeto migrante. Ejerce actividades humanísticas en vías de obsolescencia programada: la docencia (castellano, catalán y literatura) y el periodismo independiente (codirector-fundador de «Pliego Suelto»). Mientras, desarrolla técnicas de sobrevivencia, cree en la utopía de disfrutar del amor, de la comida, de los libros, del viaje, de la cerveza, del vino, y de las conversaciones (presenciales) y fraternas.
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