Los memes como remake de citas falsas


Primero pongámonos de acuerdo en qué es un “meme”. En los años setenta, el biólogo Richard Dawkins acuñó este neologismo inspirado en la palabra inglesa gene. Intentando llevar un concepto propio de las ciencias naturales al terreno cultural, este divulgador científico keniata definió el “meme” en su ensayo El gen egoísta (1976) como una unidad portadora de información cultural que se transmite entre los individuos en el seno de una cultura determinada. A semejanza de la genética, la memética estudia estas unidades de información.

Olvidémonos de definiciones pensadas hace cuarenta años. Abramos el Facebook. ¿Con qué nos vamos a encontrar a cada rato? Imágenes. Muchas imágenes. Pero casi siempre vienen con algunas palabras. Por lo general, de temática social o política, cargadas con cierto tono moralista. Es cierto. No todo es tan grave y serio en Facebook. En muchas ocasiones nos vamos a encontrar con otro tipo de imágenes, cuya finalidad no es más que humorística. Los memes no son más que eso: imágenes con algún “mensaje” más o menos didáctico o cómico, que se propagan como reguero de pólvora.

Pero vamos a aquellos memes que nos interesan. Para eso, tenemos que aludir a un segundo concepto adyacente, propio del pensamiento anglosajón, que suele mencionarse a menudo en relación a los memes: me refiero a los hoax, que en España conocemos como el “bulo”, los datos o “noticias falsas propaladas con algún fin”, tal y como lo define el DRAE.

Calculo que todos habremos visto alguna vez (no sólo en Facebook; en cualquier rincón de internet) uno de esos retratos de celebridades muy respetadas, acompañados de frases de su autoría, como este del filósofo pitagórico Démocrates. No hace falta tener mucha imaginación para darse cuenta que en un gran número de casos estos retratos no son más que un auténtico hoax, citas falsas que pasan por verdaderas.

Un ejemplo concreto. Hace unas cuántas semanas, @masaenfurecida, una cuenta satírica de Twitter, retuitea todas las noches a decenas de usuarios que reiteran de manera compulsiva, como si se tratara de un mantra, una frase que presuntamente pronunció o escribió Winston Churchill: “Los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas”. Esta cita también circula, efectivamente, en Facebook, donde sin embargo no es suficiente con la firma y se vuelve necesario el retrato del líder político. Por lo general, tanto los usuarios de Twitter como los de Facebook suelen aplicar esta cita a medidas o a figuras que podríamos englobar dentro del progresismo.

Una rápida averiguación nos permitirá dilucidar que no hay documentos que evidencien que el escritor británico sea autor de esta cita. Al parecer, se trata, en cambio, de una adaptación de una frase pronunciada en un discurso por Huey Pierce Long, Jr, gobernador demócrata del estado de Louisiana durante los años treinta, quien paradójicamente se encontraba en las antípodas ideológicas de Churchill. En aquellos años, se le atribuyó a Huey Pierce esta frase, que sostenía una idea ligeramente distinta a la cita apócrifa de Churchill. Según el político estadounidense, “cuando el fascismo llegue a Norteamérica, lo hará disfrazado de antifascismo”.

La frase original, sin embargo, se remonta a una tercera instancia: un sermón recogido en un artículo titulado “Disguised Fascism seen as a Menace”, publicado antes de la Segunda Guerra Mundial. El sermón era de Halford E. Luccock, un profesor de teología de la Universidad de Yale, preocupado por la posible importación desde Europa del discurso fascista en la sociedad estadounidense. Traduzco las primeras frases del sermón: “Cuando el fascismo llegue a los Estados Unidos (si es que alguna vez lo hace) no llevará la etiqueta ‘Hecho en Alemania’, no vendrá marcado con una esvástica, ni siquiera se lo llamará ‘Fascismo’; se llamará, por supuesto, ‘Americanismo’”.

En gran medida, podría afirmarse que este temor de la instalación de ideas fascistas en la sociedad estadounidense se materializó no sólo en el Macarthismo durante la Guerra Fría sino más recientemente con la Patriot Act, la ley impulsada por George W. Bush en su primer mandato. En ambos casos, cierta forma de entender el nacionalismo estadounidense se metamorfoseó y se tradujo en una persecución estatal del disenso intelectual, que en el fondo no dista demasiado de los preceptos fascistas. Más allá de que hasta un cierto punto la cita profética se cumplió, el temor originario, tanto de Pierce como de Luccock, no comparte en absoluto la descalificación del progresismo democrático que connota la cita falsa de Churchill.

Alguien, algún inteligente usuario anónimo de internet, tuvo la brillante idea: hacer un remake de la cita, atribuírsela a Winston Churchill y hacerla circular. ¿Quién va a discutirle una idea al Premio Nobel de Literatura de 1953? Es asombroso observar cómo los memes, portadores de hoax, se propagan por los múltiples canales de internet de modo más eficaz no porque sean o no ciertos, sino según su grado de verosimilitud. Es verosímil que un férreo liberal como Winston Churchill dijera o escribiera esta frase. Por eso se repite de manera tan efectiva, se replica con retuits, se difunde al “compartir” en Facebook, al reenviar correos electrónicos. Por eso se vuelve innecesario cuestionar su autoría.

Hay quien piensa que los “memes” reflejan la ausencia de cultura y de un diálogo real de ideas, propiciada por la dinámica de las redes sociales. Sin embargo, si nos fijamos bien, de una manera no muy distinta se ha transmitido un gran caudal de la alta cultura. Para el siglo XVIII, los autores clásicos ya habían dejado de ser leídos por las exiguas élites que accedían a la palabra escrita. Las ideas ya no circulaban a través de lecturas de las fuentes primarias. Dicho de otra manera, ya nadie iba a ver qué había escrito Aristóteles en sus textos, sino aquello que los autores modernos decían que Aristóteles había dicho. Por supuesto, esto incluía cosas que Aristóteles jamás había dicho. Como ya no se consultaba el texto original, la mera referencia a Aristóteles era suficiente para dar crédito a la cita. No importaba dónde lo había dicho, en qué pasaje de qué obra, por qué motivos lo había dicho, en qué contexto histórico. Lo importante, lo que garantizaba la legitimidad de la cita, era que lo había dicho él.

Es justamente este respeto reverencial y mecánico a la auctoritas classica lo que ataca Kant en su célebre ensayo ¿Qué es la Ilustración? (1784). Resulta interesante que la naturaleza masiva de los memes, portadores de presuntas máximas de algunos referentes del pensamiento y la cultura, nos esté llevando a reproducir este mecanismo premoderno. En aquel entonces, la alteración deliberada del discurso no era espontánea e inocente. Difícilmente podamos pensar que en la actualidad suceda lo contrario.

En una conferencia de 2009, Umberto Eco se refirió al regreso de Berlusconi al poder volviendo sobre unos conceptos fundamentales en su obra acerca de la tensión entre la cultura gráfica y la escrita. En esta ocasión, Eco aplicó sus ideas al impacto social de la transmisión cultural en internet. Para el escritor piamontés, “el problema es que se va a organizar una clase dirigente alfabetizada y un proletariado que es esclavo de las imágenes. Las últimas elecciones italianas son la demostración de eso: un tipo inteligente que es capaz de dominar el universo de las imágenes puede vencer a los que leen”. Frente a la concentración y complejidad que demanda la lectura, la imagen es un portador idóneo de cultura, que desde mucho antes de las redes sociales y de internet se transfiere de forma distorsionada.
 

Sobre el autor
(Buenos Aires, 1985), catalán por adopción, italiano por ley, brasileño y argentino por voluntad, es licenciado en Literaturas Comparadas por la Universidad de Barcelona y cuenta con un máster en «Littérature, Histoire, Société» por la Université Paris 7. Ha colaborado con distintos medios como Revista Quimera, Catalunya Ràdio y Eterna Cadencia. Actualmente, está escribiendo su tesis doctoral sobre literatura latinoamericana en Canadá, donde dicta clases de español para extranjeros y lee novelas policiales para sobrellevar mejor los nueve meses con lluvia fría de Vancouver.
3 total comments on this postSubmit yours
  1. Muy buena nota! el diagnóstico de Eco me recuerda al de Saint Simón en el siglo XIX: llegados a la era del capitalismo industrial, una elite de tecnócratas dominaría facilmente a las masas incultas. Como siempre, las cosas no dependen tanto de la tecnología, sino de la política y de la educación. No sabía que Churchill fue Premio Nobel.
    Saludos

  2. Totalmente ídem: su nobel de literatura me parece como el de la paz de Obama. Buen artículo, Fabri. Un tema muy explorable. Pero mejor escribe sobre historia europea que te llevas el nobel.

  3. Por años he escuchado atriburile a Don Quijote la frase: «nos ladran, señal de que avanzamos». Bien he leido la novela tres veces y nunca me he topado con la frase.

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