Emmanuel Carrère: el escritor y el relato de vidas ajenas

Emmanuelle Carrère, París, 1957

 
Emmanuel Carrère comienza De vidas ajenas (2009) relatando la experiencia de unas vacaciones. Alejado de París, en compañía de su pareja y sus hijos, evoca esos días que pasaron los cuatro en un lugar paradisíaco, que sin embargo no los había alejado de sus angustias. Allí estaba el escritor francés, con un hijo disconforme, una esposa triste y la conciencia de que esas serían las últimas vacaciones que pasarían juntos.

Pero ese tedio se ve interrumpido súbitamente cuando el recordado tsunami de 2004 arrasa con el pueblo turístico de Sri Lanka en el que se encontraban. Es este hecho completamente fortuito el que da inicio a una serie de eventos, desgracias más bien, que Carrère siente la necesidad de contar. Se encuentra, dice, obligado a relatarlas por los protagonistas de esas historias. Si bien todo el resto de la ¿novela? hablará de esas “otras vidas”, nunca dejará de lado su presencia como escritor, como informante clave, pero también como un hombre inseguro y autocompasivo.

Tomemos, por ejemplo, a su esposa: periodista antes que turista, al tener conocimiento de la tragedia que había ocurrido a pocos metros de donde estaban descansando se enviste completamente en su profesión y se dedica a cubrir el suceso, dejando a Carrère abandonado —o al menos haciéndolo sentir así—. Resulta interesante cómo, en medio de las muertes, la desesperación de no encontrar a los seres queridos, el destrozo generalizado, Carrère sólo atina a pensar que su esposa se aleja de él y a sentir celos de no ser el protagonista de la historia que terminará escribiendo.

No lo confesaría por nada del mundo, pero la verdad es que para mí la situación se resume así: mi mujer se ha ido a vivir una experiencia extrema con otro hombre. Yo, que hace dos días la veía tristona y desganada, la veo ahora como una heroína (…). En esa novela o película no soy yo el héroe.

No es este el primer libro donde Carrère relata vidas ajenas; lo hace también en El adversario (2000) y Una novela rusa (2007), sin contar Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (1993), su biografía ficcionalizada de Philip K. Dick. En todos estos casos, Carrère se desplaza hacia los escenarios donde transcurren las historias, habla con los protagonistas y sus allegados, recorre los mismos lugares que tiempo atrás recorrieron sus personajes: trata de experimentar lo que luego plasmará en palabras.

No estamos, así, frente a un escritor arrobado e hipnotizado por la inspiración. El texto que tenemos enfrente es el producto final de un trabajo previo que poco tiene que envidiar al que se realiza en las ciencias sociales, y del que las mismas tienen bastante que aprender aún cuando el resultado —y, principalmente, el propósito— sea distinto.

Una de las particularidades de Emmanuel Carrère, aparte de su apelación constante a la primera persona, es el detalle con que relata las ténicas que utiliza en el trabajo previo a la escritura. Como él mismo aclara, es en El adversario donde comienza a escribir de esta manera, dejando de lado la ficción. Conmocionado por una de las noticias policiales más chocantes que pueden encontrarse en un diario —un padre que asesina a su familia, luego de haber mentido durante décadas sobre su identidad a todos sus seres queridos— Carrère intentará escribir al respecto, pero al mismo tiempo reflexionará sobre su papel como escritor. No le interesa relatar la sucesión de hechos que podrá reconstruir a partir de recolectar datos de la última noche de la familia muerta; quiere saber, entender y finalmente transmitir qué pasaba por la cabeza de Romand, el asesino. Su rol, tras entrar en contacto con el personaje, entrevistarlo, intercambiar palabras con él, va a ser puesto en primer plano una y otra vez: el texto final, se podrá decir, tiene mucho más de un diario personal sobre la experiencia de escritura que de una novela de no ficción sobre Romand.

En todos estos casos, el autor se siente, como apunta Juan Forn, dentro de la escena y se lo hace saber al lector, a quien le resta preguntarse si realmente la ficción queda a un lado. Después de todo, ninguna vida, ni siquiera la propia, puede reconstruirse en su totalidad sin apelar aunque sea una vez a la imaginación.
 

Sobre el autor
Buenos Aires, 1984. Es licenciada en Sociología y se encuentra cursando la Maestría en Investigación en Ciencias Sociales. Aún cuando diariamente trabaja con estadísticas, dicta clases de literatura e historia argentina en la Universidad de Buenos Aires. Los libros, la música, las películas y las series le ayudan a desordenar aún más sus ideas, lo que demuestra en resaltador.tumblr.com
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