Enrique Vila-Matas: “Kassel fue una oportunidad para averiguar qué significaba ser vanguardista”

Fotografía: Elena Blanco

 
No hacen falta demasiadas presentaciones para un autor siempre estimulante como es Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948). En la siguiente entrevista charlamos con el escritor de su último libro Kassel no invita a la lógica (Seix-Barral, 2014), de su reciente Premio Formentor de las Letras 2014, del concepto de vanguardia, de dOCUMENTA (13), de lo real y de lo ficticio, de desdoblamientos y juegos de identidades, de OuLiPo, de Georges Perec y Marcel Bénabou y de la disolución de fronteras entre vida y literatura, entre otras muchas cosas.

Enhorabuena por el Premio Formentor de las Letras 2014. ¿Qué significa para ti obtener un galardón que también han recibido personajes tan importantes en la cultura como son Jorge Luis Borges y Samuel Beckett, entre otros?

A mediados de los sesenta, cuando yo era jovencísimo, leí a los entonces desconocidos –a escala internacional– Borges, Beckett y Gombrowicz gracias al premio Formentor. Los tres fueron influencias claves en mis comienzos. Y el premio, debido a esto, siempre fue una leyenda para mí.

En el discurso para la ceremonia de entrega, me apoyo en un aforismo de Kafka (“Hacer lo negativo aún nos será impuesto, lo positivo ya nos ha sido dado”) para sugerir que deberíamos insistir en la búsqueda del negativo de la escritura y completar así el concepto tan positivo de la literatura, ese que nos ha sido ya más que suficientemente dado a lo largo de la historia.

 
Tu nueva novela Kassel no invita a la lógica está directamente relacionada con tu participación en la exposición quinquenal de arte contemporáneo dOCUMENTA (13), celebrada en la ciudad alemana de Kassel. ¿Nos podrías contar cómo fue la experiencia?

Me invitaron a participar en la siempre vanguardista dOCUMENTA (13). Fue raro porque soy escritor, no me dedico exactamente al arte contemporáneo. Me desconcertó,  pero al mismo tiempo viví muy bien la idea de haber sido invitado. Después de todo, aunque sin reflexionar demasiado sobre la cuestión, siempre me sentí vagamente vanguardista, tenía idealizada la idea de serlo… Entonces caí en la cuenta: era toda una oportunidad para averiguar qué significaba en verdad ser vanguardista.

La novela se abre con una frase impactante: “Cuanto más de vanguardia es un autor, menos puede permitir caer bajo ese calificativo”. ¿Puedes explicarnos esta paradoja?

Viene a decir que uno no es vanguardista porque lo diga él mismo; es más bien al contrario: debe huir de pensarse o de llamarse vanguardista si quiere serlo, porque el vanguardista nunca llega a un lugar estable, nunca llega a ser; en el momento en que es algo, se halla perdido.

Por otra parte, la dificultad contemporánea para ser vanguardista está en que la vanguardia quedó atrás. E incluso parece haber quedado atrás la literatura. Puede por tanto que una tarea nueva sea dejar de ser vanguardista y construir el negativo.

La tarea encomendada de escribir en un restaurante chino de las afueras de Kassel permite realizar una lectura de la ciudad en la que uno se encuentra. En este sentido, recuerda tu Tentativa de agotar la Plaza Rovira (1996), un trabajo de campo, inspirado a su vez en la Tentative d’épuisemente d’un lieu parisien de Perec (1975), que se basa en retratar a los transeúntes en un lugar determinado. ¿Crees que ambas experiencias comparten rasgos comunes?

Esas dos tareas se parecen mucho, en efecto, sólo que yo en Kassel me negué a llevar a cabo esa tarea porque ya la había hecho en la plaza Rovira, de Barcelona. Tendrían que haberme encomendado una tarea nueva. Por ejemplo, la de en verdad dejar de ser vanguardista y empezar a construir el negativo de la escritura.

He nombrado a George Perec porque considero que tu obra tiene cierta relación con el Taller de literatura potencial (OuLiPo) ¿En qué medida te ha influenciado esta concepción de la literatura?

Una noche cené en París con Marcel Bénabou (el autor del genial Por qué no he escrito ninguno de mis libros, 1994).  Fui feliz, y me pareció todo fantástico, porque por unas horas me sentí oulipiano. Por lo demás, la propuesta de este grupo, aún hoy, me parece interesante y propicia para crear artefactos nuevos. Diferentes.

Walter Benjamin hablaba de que todo conocimiento debe contener un gramo de sin-sentido, al igual que las alfombras o los frescos ornamentales de la Antigüedad siempre presentaban en algún sitio una ligera irregularidad en su diseño. Yo amo la búsqueda de una irregularidad en cada libro que compongo, quizás porque quiero creer que el gramo de sin-sentido será vital para que mi libro sea un artefacto verdaderamente nuevo, diferente, algo que a la larga demostrará que tengo un gramo –creo que es algo más que suficiente– de OuLiPo, llamémosle el gramo Bénabou.

En Kassel no invita a la lógica aparece un “yo”, una máscara en la que se mezcla parte de tu propia biografía con notas de ficción, común a otras novelas tuyas anteriores. ¿Qué te interesa de este ejercicio de desdoblamiento?

Ayer mismo leí en un blog el comentario de una señora que decía: “Cuando Vila-Matas en París no se acaba nunca (2003) cuenta que nada más llegar a esa ciudad fue Marguerite Duras la que le alquiló una buhardilla… no sabes si es autoficción o verdad”. Bueno, ya le contesto desde aquí yo ahora: es verdad.

Me sucede muy a menudo: narro algo que realmente me acaba de suceder y, quizás por el modo que tengo de contarlo, la gente cree que no me ha podido ocurrir eso. En cambio, si me invento algo que me acaba de ocurrir, lo cuento en un tono que logra que todo el mundo crea que es verdad.

Lo que tal vez ocurre es que me adecuo con precisión a cierta sensibilidad contemporánea para la cual hay una continuidad natural entre lo real y lo ficticio. Como dice Andrés Sánchez Robayna, es posible que haya sabido “ficcionalizar” el yo y lo real en términos literarios muy convincentes, colaborando así a lo que hay que considerar como una conquista de la prosa narrativa.

Además de la presencia de este relato en primera persona, en Kassel no invita a la lógica aparecen dos figuras más, dos dobles: Autre y Piniowsky, que consolidan este juego identitario. ¿Qué te atrae de este juego de identidades?

Durante mi estancia en Kassel hubo un momento en que me sentí cansado de mí mismo y quise ser Piniowsky –un secundario de un relato de Joseph Roth– y que todo el mundo me llamara de esa forma. Y es que en todo viaje hay un momento en que deseo cambiar de nombre y de personalidad. ¡Descansa uno tanto llamándose, por ejemplo, Piniowsky! Y yo hace ya tanto tiempo que salgo de casa con la complicada esperanza de ser otro

Claro está que un día me di cuenta de que eso no tenía nada de particular, pues precisamente es lo que le sucede a Alonso Quijano.

También son constantes las menciones a obras de otros escritores que configuran un paseo literario que invita a la creación de un universo conectado y que otorga a tus novelas profundas reflexiones, críticas de literatura. ¿Cómo conjugas la literatura con tu vida del día a día y viceversa?

Procedo del mundo de Borges, aunque esto no lo he sabido hasta esta tarde mismo cuando he leído a Ricardo Piglia que decía que la lectura de Borges consiste en leer todo fuera de contexto: leemos la filosofía como literatura fantástica, leemos La imitación de Cristo (1418) como si hubiera sido escrita por Céline, leemos el Quijote como un texto contemporáneo escrito por Pierre Menard, leemos Bartleby de Melville (1853) como efecto de lo kafkiano. Fuera de contexto, eso es lo que hago con las citas literarias, les cambio el sentido al desplazarlas de lugar.

Y creo que se puede decir que lo leo todo como literatura, pero también que lo leo todo desplazado de lugar. Y sí. Me paso el día leyéndolo todo como literatura.

En diferentes momentos has afirmado que cada vez que viajabas te hacías del lugar en el que te encontrabas. ¿Cuál es tu relación con las ciudades en general y con Barcelona en particular?

Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada, sólo Barcelona.

Tienes una página web y un blog, ¿cómo llevas esta tarea?  ¿Nos podrías hablar de la sección La vida de los otros?

Es la página web la que recibe diariamente multitud de visitas –el blog sólo es una pieza de apoyo de la web– y está mal que hable bien de ella, pero los que la han visto saben que es de las mejores del mundo y que no la hago ni mucho menos yo solo sino que cuento con la inestimable ayuda de mi amiga Elena.

En un chino | Elena Blanco

La sección La vida de los otros tiene la particularidad de que invita a los otros escritores a participar en la página web. Eso reduce un poco el egocentrismo de estas páginas web de escritores. Colaboran ahí Almodóvar, Paul Auster, Javier Avilés, Lars Iyer, Joanna Kavenna, Banca Riestra, Mercedes Monmany, Eduardo Lago, Claudio Magris, Javier Marías, Masoliver Ródenas, Maurice Nadeau, John William Wilkinson, Ray Loriga, Alberto Manguel, Pozuelo Yvancos, Guadalupe Nettel, Alan Pauls, Valeria Luiselli, Rodrigo Fresán, J.Albacete, Alexander Hemon, André Gabastou, Rita Malú…

Te conocimos por tu faceta de prosista, ¿cuál es tu relación con la poesía?

Mi idea de la literatura es la misma que mi idea de la poesía, creo que son lo mismo, más allá de los géneros.

Para terminar, ¿nos podrías decir qué proyectos tienes entre manos?

Escribo un nuevo libro en el que voy a intentar jugar muy fuerte.
 

Sobre el autor
(Salon de Provence, 1986). Aunque nacida en Francia, España es, sin lugar a dudas, su país de adopción. De hecho, se especializó en literatura española y, concretamente, cursa un doctorado sobre dramaturgia contemporánea. Es co-directora de la Revista de Investigación Teatral Anagnórisis. Y, a pesar de la crisis, también co-dirige la Editorial Anagnórisis, sello digital especializado en teatro y estudios humanísticos.
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