A través del presente artículo, nuestro colaborador Raúl Olivencia del Pino reflexiona sobre el estado de las cosas del activismo y de la organización política a más de una década del 15M, incorporándose así al debate originado recientemente en Madrid sobre esta cuestión. Olivencia toca aspectos como la idea de impasse de Santiago López Petit; los sindicatos independientes Las Kellys y Sindillar; el concepto de «lucha de clases» y de «izquierda»; Pier Paolo Pasolini y la performatividad del lenguaje, entre otras cosas.
Las Kellys (respuesta de Twitter a un señor ¿marxista?)
Este artículo pretende ser una secuela de «Construir desde el impás», escrito por parte del autonomismo madrileño y publicado en El Salto, y de «Movimiento socialista y autonomía. O cómo no hacer del impasse una religión», de Gonzalo Gallardo, militante socialista, y publicado en contracultura.cc.
Lo escribo con la intención de que el debate sobre la cuestión de la organización de una respuesta anticapitalista y antiestatal al estado de cosas actual, en el que prima una representación apocalíptica del mismo, abandone la capital del reino y no caiga en el narcisismo de las pequeñas diferencias, donde el tamaño sí que importa porque se ha perdido la unidad de medida de las cosas.
En la práctica, la unidad de medida la aportan los afectos. De nada nos vale una revolución si nos hace tristes y desgraciadas. En la teoría, en cambio, la unidad de medida son los conceptos, que funcionan como tales si, y solo si, son una expresión de su tiempo.
#1 El impasse en lo político
las acciones que podrían traer consigo cambios realmente
significativos son políticamente impensables”.
Santiago López Petit,
Para atravesar el impasse antes hay que haber entrado en él
En 2009, la editorial argentina Tinta Limón publicó un volumen editado por el Colectivo Situaciones titulado Conversaciones desde el impasse. El texto de López Petit del que he extraído la cita que encabeza este apartado es de 2011, publicado en El impasse de lo político, n.º 9-10-11, de la revista Espai en blanc. Han pasado trece años desde la primera publicación y se diría que, usurpándole la metáfora a López Petit, aún no hemos encontrado la puerta de acceso al impasse, o impás: estamos en el mismo lugar, se escriba como se escriba.
Cuando el impasse es un estado, y deja de ser proceso o tránsito, va en contra de su concepto. Algo similar le sucede al concepto de «crisis»: si las nacidas después del 2000 han vivido toda su vida en «época de crisis», esta deja de ser tal y se vuelve una «forma de vida».
El impasse está contenido en la fórmula «ya no…, pero aún no…». Si lo remitimos al acontecimiento político que supuso el 15M, los puntos suspensivos se podrían rellenar del siguiente modo:
Ya no podemos pensar la política a partir de las formas de representación que han caracterizado a las democracias parlamentarias modernas, pero aún no disponemos de las instituciones que deberían sustituirlas.
De ahí que el 15M acabara como acabó: con una huida hacia adelante y con un paso atrás. La huida hacia adelante la protagonizaron los partidos de la «nueva política», fundados al calor del desencanto popular por la política de partidos, y que en el 15M se expresó en la consigna «Nadie nos representa». En el caso del estado español, quien supo aglutinar el malestar social expresado en el 15M fue Podemos, aunque Ciudadanos y VOX pescan sus votos, paradójicamente, en el mismo desencanto.
En el caso de Catalunya, y a pesar de que desde l’esquerra indepe se tildó en más de una ocasión al 15M de ser un movimiento españolista, la CUP aprovechó el tirón para presentar su candidatura al Parlament de Catalunya en las elecciones del 2012 (el 15M fue en el 2011), con relativo éxito, pues, efectivamente, muchas de las personas que se movilizaron en el 15M catalán les dieron su voto. Otras dimos un paso atrás, debido, precisamente, a la situación de impasse descrita más arriba, y que, en el caso de Barcelona, hizo de la Plaça de Catalunya un callejón sin salida.
La consigna, entonces, fue «Volver a los barrios», movidas más por aquello de que «una retirada a tiempo es una victoria» que porque hubiera un proyecto descentralizado a realizar.
Pero no fue en vano. Por un lado, aparecieron colectivos sindicales autónomos (Las Kellys, Sindillar, el colectivo de Putas Libertarias del Raval…) que, de alguna manera, encarnaban nuestro desencanto respecto a la representatividad política. Por otro, se crearon sindicatos de inquilinos, de barrio o de pueblo que expresaban una nueva forma de sindicación no vinculada al puesto de trabajo.
Si el sindicato sale de la fábrica es porque allí ya no le queda gran cosa por hacer, debido, quizá, a que la diferencia marxiana entre el tiempo de producción y el tiempo de trabajo ha saltado por los aires, el empleo y la búsqueda del mismo se parecen demasiado y el trabajo desde casa se ha impuesto como tendencia. Parece entonces razonable que las clásicas formas de sindicación nacidas en la fábrica den paso a nuevas formas de sindicación en una fábrica difusa que ocupa las dimensiones de la sociedad en su conjunto, y que tienen el lugar de residencia como campo de acción, ya que el lugar de residencia es, en muchos casos, el lugar de trabajo.
Para no hacer, como señala Gallardo en el título de su artículo (publicado en contracultura.cc), del impasse una religión, habría que determinar cuáles son los «ejercicios espirituales» que nos permitan, en palabras de López Petit, atravesarlo.
El prólogo de El impasse de lo político señala, al menos, dos «ejercicios espirituales» practicables. El primero: «Encarar el impasse supone, sobre todo, no reconocerse en el papel de víctima». Saberse víctima no tiene por qué implicar reconocerse como tal. Lo religioso, justamente, está en ese reconocimiento. El segundo, evidentemente, consiste en «El problema de la organización. Abordar de un modo serio y consecuente el impasse de lo político implica, evidentemente, empezar a pensar en ello».
#2 La organización política
Gilles Deleuze, Tres problemas de grupo
En el artículo «Construir desde el impás» se aborda la cuestión de la organización revolucionaria rescatando la célebre pregunta de Lenin que dio título a una de sus obras: ¿Qué hacer?
En esta fase «madura» del capitalismo tardío, la pregunta suena más a expresión de impotencia1 que a cuestión teórica con pretensión de orientar las prácticas. En la coyuntura en la que nos encontramos, y a raíz del debate suscitado entre las compañeras madrileñas (firmantes de «Construir desde el impás»), quizá conviene más recurrir a La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, otro texto de Lenin no tan memorable como el anterior, pero que es donde este abordó de forma más explícita la cuestión de la organización.
De hecho, el subtítulo original de la obra era claro al respecto: Ensayo de discusión popular sobre la estrategia y la práctica marxistas. Claro que aquí «marxista» debe entenderse en un sentido laxo que incluye tanto a quien lee al pie de la letra las obras de esta tradición como a quien convierte esas obras en un laboratorio. Si luego resulta que en vez de dinamita se obtiene jabón, o al revés, el resultado no siempre depende de la voluntad del experimentador, ya que a menudo se suele dar la denominada «heterogénesis de los fines»2, un factor, en sí mismo histórico, de la imprevisibilidad de los acontecimientos históricos: quiero ir al cine y acabo echando unas cañas con un amigo que me he encontrado de camino; quiero conseguir un medicamento que mejore la circulación sanguínea en personas que sufren angina de pecho y doy con la Viagra; quiero construir una asociación de individuos libres a escala internacional y acabo sentando las bases de un capitalismo de Estado.
Pero, al menos, Lenin tenía los soviets para pensar el comunismo: «el comunismo son los soviets más la electrificación de todo el país». Si la electrificación de todo el país acabó siendo la electrocución de buena parte de sus habitantes, podemos empatizar con las víctimas y pensar que Lenin era un perverso3 o un depresivo4, o con el político, y pensar que, como cualquier otro mortal, no podía predecir el futuro.
Más allá de si el perverso, el depresivo y el futurólogo se pueden dar en la misma persona, para ser más centralista que Lenin «el centralista», la cuestión de la organización debe empezar por saber cuáles son nuestros soviets. No vale la pena hacerse la pregunta estratégica ¿partido o federación? si no se da una respuesta práctica a la primera.
Por otra parte, no es que se ande «falto de ideas» cuando se recurre a ejemplos de organización revolucionaria distantes en el tiempo y en el espacio, sino que es una muestra más del carácter público de la inteligencia. Desde un punto de vista materialista, se trata, más bien, de «poner a prueba» esos ejemplos con el mismo «espíritu innovador» que se nos exige en cuanto fuerza de trabajo.
Además de por la cuestión de la organización, La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo de Lenin cobra vigencia en, al menos, otros dos aspectos:
Primero, porque vuelve a poner sobre la mesa el lastre que ha supuesto a lo largo de la historia del movimiento revolucionario la idea de «izquierda». Por un texto citado en el de Gonzalo Gallardo y otro escrito por Emmanuel Rodríguez, uno de los firmantes de «Construir desde el impás», se diría que la izquierda autóctona, catalana en el caso de la carta de Chirivella y española en el del texto de Emmanuel Rodríguez, encarnan ese lastre a este lado de los Pirineos.
Segundo, porque la infancia crónica del ser humano se convierte en un recurso indispensable de la fuerza de trabajo en la etapa actual del capitalismo, lo que se expresa en la formación continua, la flexibilidad laboral y vital, el carácter lúdico del trabajo, la infantilización productiva o un periodo prolongado de dependencia de los cuidadores.5 La «enfermedad infantil», es decir, lo que vendría a ser en la actualidad la «puerilidad», es una característica de la fuerza de trabajo bien valorada en la sociedad-fábrica. Y este es un dato histórico a tener en cuenta si se le quiere dar una forma revolucionaria a la clase trabajadora.
#3 Sobre la lucha de clases
con los policías,
¡yo simpatizaba con los policías!
Porque los policías son hijos de pobres.
Pier Paolo Pasolini, El PCI para los jóvenes.
Toda definición socioeconómica de las clases sociales, su «en sí», es lábil. Se llame Poulantzas6 u Olin Wright,7 quien ha intentado proponer una definición socioeconómica del concepto de «clase» se ha estrellado contra una realidad viscosa. Marx, quizá viendo la dificultad de la cuestión, la dejó para el final de El capital, pero, por fortuna para él, se murió antes de poder abordarla.
En cambio, sí que hay una nítida definición política de las clases sociales, su «para sí», que recorre toda la obra de Marx, y según la cual, en el régimen de producción capitalista, hay dos clases sociales: la burguesa y la obrera. La lucha de estas dos clases es el motor de la historia: la primera lucha por mantener ese estado de cosas, la segunda, cuando consigue organizarse, por subvertirlo.
Si se confunden los dos planos, el socioeconómico y el político, que, evidentemente, están interrelacionados pero no se identifican, se puede llegar a escribir un poema como el de Pasolini.
Una verdad de Perogrullo es que la «lucha de clases» existía antes de Marx. También él chocó contra los límites de la performatividad del lenguaje. Lo que cambia es que tendríamos otro nombre para la misma cosa si Marx no hubiera leído el concepto biológico «struggle for life» en El origen de las especies de Darwin. El otro contenido del concepto marxiano es la «dialéctica del amo y el esclavo» de Hegel.
Así pues, «lucha de clases» significa, al menos, dos cosas a la vez: es un concepto político, en cuanto describe dos fuerzas antagónicas en lucha; y es un concepto antropológico, en cuanto hace del ser humano un «animal político» siempre en lucha.
Políticamente, el concepto de «lucha de clases sin clases» que proponen las autoras de «Construir desde el impás» parece que no tiene mucho recorrido: tiene que haber dos clases para que haya «lucha de clases». Antropológicamente, en cambio, se puede leer el concepto como referido a una «lucha por las formas de vida», en la que es la reproducción de la vida, y no la producción de mercancías, lo que define el campo de batalla.
Claro que este cambio de perspectiva suscita aún muchas preguntas:
¿Sigue habiendo «odio de clase» en una «lucha de clases sin clases»? ¿Dónde desemboca la lucha, en la «dictadura del proletariado» o en la «dictablanda del proletariado»? ¿Cuando hablamos de «proletariado» nos referimos al hecho histórico de una fuerza de trabajo que no tiene más propiedad que su «prole», es decir, que lo único de que dispone es de su fuerza de trabajo y la de sus hijos, o al otro, no menos histórico, de una fuerza de trabajo que no deja de ser «prole», es decir, que posterga su entrada en la edad adulta?…
#4 Elogio de Mary Poppins
Mary Poppins
Mary Poppins es un producto de la industria cultural capitalista, pero, al mismo tiempo, representa a una niñera que llega a la ciudad volando encima de una nube, es decir, es una mujer migrante que viaja de forma «irregular», y a quien no se le ve firmar contrato alguno a lo largo de la película.
Los que deberían ser sus contratadores son la prototípica pareja de clase media, cuyo efecto8 ha sido políticamente devastador en las sociedades «avanzadas», con la casa y «la parejita» en propiedad.
El padre trabaja en un banco, encarnando a la vez el patriarcado y el capitalismo. La madre es una «feminista» a su manera, frívola, que trata de adherir a la causa a las mujeres que trabajan para ella en el servicio doméstico.
El trabajo de Mary Poppins en el hogar consiste en cuidar a la «prole», una niña y un niño un poco díscolos, pero su innovación como trabajadora es la de reencantar el mundo9 sórdido en el que viven, fundamentalmente, para no acabar asesinando a dos hermosas criaturas.
De este modo, propone a los hijos una salida del mundo al que pertenecen: otra forma de vida.
2 Marco Mazzeo, Lo que es mío es tuyo. Magia y técnica en la época del contagio, Tercero incluido, Barcelona, 2022
3 Oscar del Barco, «¿Era Lenin un perverso?», revista El Machete, n.º 3, México D. F., julio de 1980.
4Franco Berardi “Bifo”, «La depressione di Lenin», en Quarant’anni contro il lavoro, DeriveApprodi, Roma, 2017, pp. 355-357.
5 Marco Mazzeo, Capitalismo lingüístico y naturaleza humana. Por una historia natural, Tercero incluido, Barcelona, 2022, pp. 89-93.
6Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Siglo XXI, México D. F., 1973
7 EriK Olin Wright, Clases, Siglo XXI, Madrid, 1994
8Emmanuel Rodríguez, El efecto clase media. Crítica y crisis de la paz social, Traficantes de sueños, Madrid, 2022.
9Silvia Federici, Reencantar el mundo. El feminismo y la política de los comunes, Traficantes de sueños, Madrid, 2020.