El teatro siempre se ha hecho eco de la evolución técnica para incorporarla a la representación: desde la machina grecolatina, pasando por la incorporación de la luz eléctrica hasta las nuevas tecnologías impulsadas por nuestra era digital. Partiendo de esta idea, no es de extrañar que tanto los textos dramáticos como las puestas en escena se desarrollen en paralelo con este nuevo paradigma social.
Cada uno de nosotros vive sumergido en esta vorágine, pues todo se lleva a cabo a través de la red, forma parte de nuestra cotidianidad. De manera que lo digital ahonda en la percepción de la realidad, distorsionando el lenguaje, promovido por el multimedia y la interacción, lo que se utiliza, en la escena, para nutrir una subjetividad múltiple ávida de una “espontánea” inmediatez.
Así, se abre una profunda reflexión, pero también una confrontación directa, con el medio, con el uso de la tecnología en la sociedad. Estos conceptos aparecen en los montajes de los japoneses Dumb type cuyos análisis versan sobre la velocidad de la difusión de la información en el mundo contemporáneo, así como su rápido olvido. A su vez, la mayoría de los espectáculos de la compañía La Fura dels Baus promueve esta reflexión social entre la experiencia vivida en el teatro y la realidad del espectador a través del uso de cámaras, pantallas, avatares, etc.
Esta nueva concepción de la tecnología, marca la aparición de un nuevo personaje en la escena: lo digital. Este se puede expresar mediante diferentes vías posibles. Por un lado, una pantalla que proyecta imágenes o vídeos –previamente seleccionados o rodados– e introduce el componente más cinematográfico en los escenarios. Esta utilización del elemento digital favorece una subjetividad más onírica, por parte del espectador, pues se encuentra ante unas imágenes que le abstraen del cuerpo presente del actor. No obstante, se suelen utilizar para provocar una emoción directa, paralela al texto, como ocurre, por ejemplo, en la obra de Itziar Pascual, Pared, en la que se proyectan los nombres de las mujeres españolas víctimas de la violencia de género.
Por otro lado, las videocámaras que graban y reproducen al mismo tiempo el espectáculo ofrecen una tridimensionalidad única en el teatro, pues el espectador puede ver al actor en todos sus movimientos y gestos, como es el caso de la obra 120 pensamientos por minuto (2002), pero también se puede ver proyectado a sí mismo en la pantalla. Esta nueva subjetividad discursiva confluye en lo que Augusto Boal denominaba espect-actor. En este sentido, el espectador se enfrenta a la proyección de su propio “yo” engarzado en el acto performativo de mirar al otro y ver su propio reflejo.
En cualquier caso, ambos procedimientos están íntimamente relacionados con la capacidad de cualquier usuario de la red de seleccionar la información que es de su interés. De manera que el teatro se presenta como una nueva estructura narrativa que favorece la aparición de cambios constantes mediante la creación de estructuras hipertextuales, que permiten navegar de una ventana a otra y, por consiguiente, la aparición de diferentes mundos en paralelo. Con ello, se desvanece la frontera espacio-temporal entre el presente, el futuro y el pasado.
Para los curiosos, la creación del ciberdrama, pensado como una serie de televisión que se puede visualizar en streaming, en la obra serial de Gracia Morales, La grieta, compuestas de seis episodios y un epílogo, cuya duración oscila entre 2 y 8 minutos y que, desde el escenario, están grabados para su difusión en la red.