La casa de mi padre (H&O, 2022) de Pablo Acosta (La Laguna, Tenerife, 1981) es un monumento narrativo a la evocación de la figura paterna (ausente). Pliego Suelto conversa con el autor canario, residente en Barcelona, quien nos habla del desarrollo y composición de su libro; de la literatura medieval y de Petrarca; de la reflexión acerca del duelo; y del concepto estético y espiritual de construcción del “palacio de la memoria”.
[Leer un fragmento de La casa de mi padre]
La casa de mi padre es tu primer libro, como dices en la solapa, no académico. ¿De dónde sale y cómo fue su proceso de escritura?
Este es un libro que ha tardado muchos años en ver la luz, pero no por vergüenza o desidia, sino porque sus materiales primarios surgieron de lo que hoy sé que fue un duelo: el duelo por la muerte de mi padre, que se suicidó hace unos veinte años. Todo pasó en Tenerife, mi isla, en la primera parte de mi vida, también cuando yo tenía unos veinte años, antes de venir a vivir aquí, a Barcelona, para seguir estudiando.
En el libro lo cuento y, realmente, fue así: una vez separado de las islas, mi padre empezó a manifestarse (fuera de esoterismos: quiero decir que lo sentía dentro, que lo pensaba, que soñaba con él, que me dolía).
Fue muy al principio cuando comencé a meter en un archivo de ordenador cosas que no tenían ni otra salida ni otro encaje en mi vida, y que estaban relacionadas con lo que habíamos vivido juntos (“nuestra memoria de barones descastados”, digo en el libro), y, sobre todo, con su muerte y lo que había conllevado: ausencia, imposibilidad de saber, un desasosiego terrible…
Soñaba con él: eran sueños alargados, a veces casi como películas, que aún latían al despertarme y que yo anotaba, porque intuía que serían importantes. También había fragmentos que eran monólogos con el vacío, porque si algo dejaba claro esa escritura era que él ya no estaba, que no estaría nunca más.
Trabajé sobre esto durante años, mientras había cada vez más páginas.
Sí, a medida que avanza la lectura vas contando cómo fuiste construyendo el libro: libretas de sueños, retazos de apuntes y recuerdos guardados en la librería de tu padre, un archivo de Word llamado La casa de mi padre y otras muchas cosas ¿Cómo pusiste orden y estructuraste todo esto?
Tardé años en estructurarlo porque en principio, como te digo, era un archivo caótico. Hubo un momento en el que pensé que debería ordenarlo como un cancionero a la Petrarca: fragmentos líricos que escondieran una historia (de hecho, se llamó mucho tiempo así La casa de mi padre. Cancionero).
Y un día llegó la idea del «palacio de la memoria». Yo soy medievalista y he tenido que profundizar en el tema de la memoria en la Edad Media. Desde la Antigüedad tardía se usaban técnicas para memorizar aquello que no se podía poner por escrito (quizá por analfabetismo, por el costo de los materiales o porque, simplemente, en los tiempos que llamamos medievales, la memoria tenía un papel más preponderante que hoy en día) y una de las más famosas era la de los loci o lugares.
Imaginabas un lugar en tu mente (mejor si era familiar) y lo usabas para “colocar” mentalmente las cosas que querías recordar. Trazabas un itinerario que recorrías dentro de ti y a través del cual seguías el hilo de un discurso (con objetos localizados en sitios concretos que representaban temas que querías desarrollar, por ejemplo), u ordenabas los componentes de una lista…
A mí se me ocurrió que una forma de organizar los recuerdos que me quedaban con mi padre era construirle un palacio de la memoria y localizar todos aquellos textos allí… Dibujé un plano en esta segunda fase para trazar el itinerario que seguiría el lector, nació el narrador en primera persona y sus avatares… Y se siguió subtitulando “cancionero” durante mucho tiempo.
¿Por eso «esto no es un libro, es una casa», como repites varias veces en el libro?
Sí, esta es la casa de mi padre, una casa que llevo dentro, porque viví en ella cuando era niño y es donde visitaba a mi padre de adolescente.
En el libro (o en la casa) planteo un recorrido por aquel lugar, pero no solo es aquel lugar. Es un nuevo espacio mental, una re-construcción en la que ubicar la memoria, lo que implica no solo la toma de decisiones constante (qué recordar, qué no, qué mostrar, qué no, cómo hacerlo…), sino la toma de conciencia de que esa casa ya no será solo mía, sino también de otros.
Este palacio de la memoria es, además, un ejercicio consciente de no alimentar mitos ni elucubrar teorías sobre qué era o no era tu padre. Asumir que nunca sabrás qué escribió en su última libreta es complejo. ¿Cómo ha sido ese ejercicio?
Ha sido un ejercicio de soledad, pero sobre todo de comprensión.
Este es un libro que llevó mucho tiempo, y está claro que los fragmentos del archivo Word son algo completamente distinto a la construcción del palacio de la memoria. Son dos fases de mi relación con la ausencia de mi padre y lo que ella conlleva. Una de las conclusiones del libro es esa que dices y pertenece a una fase avanzada de escritura: no sé y no sabré nunca el porqué de tantas cosas. Ni de por qué se suicidó, ni qué significan los rastros que dejó detrás suyo…
Hay en mi escritura un rechazo a las grandes narrativas y a la narrativa al uso, en general, porque en este caso la ficción solo habría llevado a la falsificación y a la mentira. Hay ciertas cosas que son imposibles de conocer (las razones de un suicida son el ejemplo más claro) y aceptarlo no es fácil, pero la otra opción es peor: inventar una psicología, unas palabras que nunca se dijeron…
Por otro lado, este libro contiene varios núcleos de verdad (o eso siento yo: partieron de la necesidad real de hablar con mi padre, de cantarlo o de recordarlo). Preservarlos frente a una ficción blanda fue una de mis preocupaciones durante todo el proceso.
«Soy incapaz de recordar datos puros: fechas, cantidades, cronologías demasiado específicas. En cambio, sí puedo mapear mi cerebro con una red de referencias vivas». ¿Esta casa-libro funciona en cierto sentido como tu cerebro?
Sí, todo está conectado dentro de la casa y con elementos externos a ella, y hay una gran parte de trabajo obsesivo ahí, pero una quizá mayor de inconsciencia. Si tiras de un hilo, te aseguro que te llevará a algún lugar… Seguramente a uno donde vive uno de los monstruos de la casa…
La casa de mi padre está llena menciones a tus libros y tus discos, una especie de oda a la literatura y música que llevas dentro. ¿Me puedes hablar sobre esto?
Siempre he leído como un loco y la literatura me puebla. Sé que hay gente que pensará que soy un esnob, pero no es así. Es verdad. En mi vida solo he podido entender ciertas situaciones o a ciertas personas a través de lo leído. Ha habido un proceso de selección natural, también, y solo han quedado las obras o los fragmentos que me han punzado.
En La casa mis referencias están presentes, pero parten de referentes compartidos con mi padre. El Disintegration de The Cure que abre el libro, por ejemplo, porque es un disco que él me regaló, que estaba en aquella casa, y que ha sido fundamental en mi vida: realmente escribí este libro escuchándolo durante años de escritura, como una especie de meditación…
La música es esencial en La casa, sí.
Y el cine. Hablas de El resplandor en varias ocasiones, y en el salón resuena la escena de Jack Nicholson tomando bourbon en el bar. Pero hablemos de Dogville. Cada capítulo/estancia empieza con un plano de la casa donde la habitación correspondiente está remarcada. Estancia tras estancia se construye la casa entera para luego desvanecerse. ¿Es una especie de construcción exorcizante?
Sí, ya que la casa que construyo y ordeno sustituye al caos de la casa que había dentro de mí.
Esa es una forma, no sé si de exorcismo, pero sí de control.
El plano de la casa vuelve a emerger al final del libro, donde reaparece también la isla que había estado lejos y ahora «ha vuelto a doler tanto que he tenido que volver a hacerla mía». Hay una ventana y asoma un nuevo dolor, y ¿tal vez un nuevo proyecto literario?
Sí, desgraciadamente tengo que escribir La casa de mi madre, aquella en la que viví realmente mis primeros veinte años (a mi padre solo lo visitaba, la otra era mi casa de verdad), junto a una persona infinita.
Ya va creciendo, pero tomará tiempo, porque aún duele demasiado.