En La última juerga (Algaida, 2019), José Ángel Mañas (Madrid, 1971) vuelve a reunir –después de 25 años– al mismo grupo de veinteañeros que protagonizaron su ópera prima, Historias del Kronen (1994). Aquellos jóvenes que iban durante el verano a un bar, punto de partida de una road movie de sexo, drogas y rock and roll. ¿Qué fue de la vida de estos muchachos? En este artículo escrito para Pliego Suelto, Mañas expresa sus impresiones, anhelos y sensaciones (como narrador) respecto a los nexos comunicantes entre su primera novela y su último libro, que obtuvo el Premio Ateneo de Novela 2019.
[Leer un fragmento de La última juerga]
“Un gentleman de Malasaña”. Así es como me ha bautizado, en una reseña de las suyas, Juan Carlos Garrido, hombre lúcido y de lengua afilada donde los haya. El concepto me ha hecho gracia y lo asumo como título honorífico. Es un bonito oxímoron que destaca una de tantas contradicciones que conviven en mi persona.
Y es que me considero cada vez más un rara avis en el mundo literario. Y cada día me sorprende más encontrarme vivo en un mundo en el que, a mi alrededor, no veo sino cadáveres.
Mi irrupción en la literatura fue tan inesperada como inhabitual. Yo tenía veintidós años cuando quedé finalista de un prestigioso premio barcelonés. Entonces irrumpí como un elefante en una cacharrería en un mundo editorial cuyos códigos desconocía. Mis torpezas fueron infinitas, y pese a ello el éxito insospechado me permitió continuar y progresar. Aquella era mi primera novela y hube de desarrollarme a la vista de todos.
No olvidemos que los escritores, como las plantas, necesitan la oscuridad para echar raíces y crecer antes de emerger a la luz del día. Yo crecí en medio de una sobreexposición que pudo haberme matado y, por alguna razón, no lo hizo.
He madurado, por tanto, a la vista de todo el mundo. Si un novelista empieza a publicar con cuarenta años, aparece en el mercado ya hecho y se guarda bien de exponer sus tanteos y aproximaciones. Conmigo se da la circunstancia de que, al haber crecido sobre el escenario, los lectores han podido seguir, novela a novela, mi progresión. Mis tanteos y errores están a la vista de todos, y eso también pudo matarme, pero no lo hizo.
Entremedias, multitud de turbulencias personales y artísticas. Dubitaciones, tribulaciones, cuitas, fracasos, pero también alegrías y triunfos. Todo lo que supone una carrera artística, con sus inevitables dientes de sierra en medio de una omnipresente incertidumbre.
Entremedias, también, la crisis económica, la crisis del sector editorial, la irrupción de Internet, el auge de las redes sociales, de los videojuegos y de las series, actividades tremendamente cronófagas y feroces a la hora de competir, por el tiempo de ocio, con el libro.
Eso ha mermado el mercado y expulsado a muchos de mis compañeros de oficio.
Todo ello hace que al ganar el premio Ateneo de Sevilla por mi novela La última juerga, lo haya sentido como la coronación a veinticinco años de esfuerzos dedicados de manera casi exclusiva a la narrativa. Ha sido una satisfacción personal tremenda, y también una garantía de que la novela estará bien distribuida y presente en los principales puntos de venta.
Soy cada vez más consciente de que es un privilegio encontrarme en las mesas de novedades y confieso que estoy disfrutando cada instante.
En definitiva, hoy disfruto de cada momento de mi vida como escritor con la sensación de que el fracaso es lo habitual y el éxito una anomalía. Sé que esto puede durar el resto de mi vida –y ojalá, porque vitalmente me siento en la plenitud de mis capacidades y pienso que lo mejor aún está por llegar– pero también soy cada vez más consciente de que cada novela que publico puede ser la última.
De modo que, como decían los antiguos, carpe diem. A disfrutar día a día de esta maravillosa actividad. Y a agradecer a los lectores el que sigan comprando novelas. Las mías y las de los demás.