La primera vez que vi a una fan histérica fue en el Teatro Municipal de Lima, durante un concierto de Los Kjarkas, un grupo folclórico de Bolivia que mis padres escuchaban en casa los fines de semana, porque a diario el tiempo libre lo empleaban en tareas del hogar o en ver las noticias por la noche.
El histerismo, según mi cultura musical, estaba reservado para la música rock y sus ramificaciones más duras. La imagen de un o una fan regando sus lágrimas y tirándose de los pelos, no coincidía en nada con la de mi abuela cocinando mientras escuchaba huaynos1 en la radio, en frecuencia AM, o con la de mis padres leyendo el periódico o limpiando la biblioteca el sábado, mientras sonaba cualquier otro grupo folclórico como Los Chalchaleros.
A mis hermanos y a mí ya nos habían llevado a varios conciertos de música folclórica. El más memorable había tenido lugar en la Concha Acústica del Campo de Marte, donde escuché a Mercedes Sosa, a quien ya conocía porque era uno de los clásicos en casa. Yo tendría unos nueve o diez años. La Concha Acústica era un anfiteatro descuidado en aquellos años y el Campo de Marte un terreno desigual de césped marchito donde yo podía correr y revolcarme a gusto.
Recuerdo que anochecía cuando Mercedes Sosa empezó a cantar y mis padres nos juntaron a mí y a mis hermanos para que prestáramos atención. Ellos, que eran de izquierdas, se identificaban con sus canciones y el sonido de los instrumentos de viento, los tambores monótonos y esa voz que atrapaba al público como una manta.
No es raro, reveladas mis raíces, que mi ritmo favorito sea el folk. Dudo que algún día me mude a una cabaña en el bosque y me dedique a la agricultura. Me siento a gusto en la ciudad. Cuando viajo, últimamente, visito pueblos y playas que han resistido la invasión hotelera. Pero al regresar a casa respiro de alivio y doy gracias por tener toda clase de tiendas a mano.
Escucho folk recordando mi vida familiar, las calles de mi barrio y sus personajes pintorescos y salvajes, los viajes que hice por las carreteras peruanas. Hay libros, canciones, películas, que sirven como puentes hacia un pasado donde nos sentimos cómodos, protegidos. Mercedes Sosa me sigue conmoviendo y me devuelve a una época en la que no sabía defenderme, porque otros eran mi armadura.
A mí me encantaba ayudar a mi abuela en la cocina. Pelaba las habas mientras ella permanecía en silencio escuchando sus huaynos. Cuando fui a ver a Neil Young a Barcelona en el 2009, pensé en el origen de mi devoción hacia sus lamentos guitarreros. El público se emocionó, pero nadie llegó al grado de histerismo que presencié en el concierto de Los Kjarkas en Perú.
Busco en mi álbum de imágenes y no encuentro nada similar en el resto de mis conciertos. He asistido a otra clase de gritos, claro, pero el de esa chica fan en el Perú me marcó. Ella, al menos podía expresarse. Mi abuela, que sólo estudió hasta tercero de primaria porque su madre murió y la pusieron a cuidar a sus hermanos, sospecho que a través de los huaynos viajaba en silencio hacia su infancia, antes de que su vida la decidieran otros y el conservadurismo la hiciera callar.
La chica histérica y mi abuela compartían gustos musicales, pero la primera vivía en FM y la segunda murmuraba en AM. Hoy que todo está tan de vuelta que la gente compra muebles viejos porque es cool y hasta sufre nostalgia de lo no vivido, no me sorprendería que se volviera a sintonizar música en AM, y que los padres pusieran a pelar habas a sus hijos mientras suena música de guerrilla.