Pistas en el laberinto: una reseña de ‘La contemplación’, de Edgar Borges

Detalle cubierta «La contemplación», de Edgar Borges. Tiempo de papel, 2021

 
La reedición potencia en el tiempo la vida de una obra. Es el caso de La contemplación, la novela de Edgar Borges, escritor venezolano radicado en España, que ahora recupera el sello valenciano Tiempo de Papel. En esta reseña el narrador madrileño Juan Laborda Barceló se sumerge en el fondo de este libro elogiado por Enrique Vila-Matas y reconocido como influencia por el artista plástico Álvaro Peña.

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Comenzar a leer una novela y que los ecos del abismo asalten el ánimo es algo tan extraño como notable. Un sabio del cine y de las semióticas, Jean-Luc Godard, logró generar esa suerte de exilio de uno mismo con diversos moldes narrativos. Nunca olvidaré la secuencia del filme Weekend (1967) en la que se inmola Emily Brontë (o un trasunto de ella) en la campiña francesa.

La novela de Edgar Borges se abre con algo parecido, pero con Virginia Woolf. Desde ese momento inicial los individuos son, en realidad, escenario y camino, pues se convierten en símbolos.

Luis Landero, 2021

La contemplación juega con los recovecos de la diégesis. Es un laberinto diseñado negro sobre blanco. Como nos explica Jaime Buhigas, todo aquel que penetra en la maraña de caminos es un Teseo en potencia. Por ello, tendrá que enfrentarse al Minotauro, tanto interno como exterior. El laberinto es, en definitiva, un símbolo de símbolos. Recorrer sus vericuetos supone una catarsis, una transformación, que en esta novela se concita a través del lenguaje.

Desde él nacen reflexiones de calado sin ser esta una obra de tesis. Son apuntes finísimos sobre, por ejemplo, el duelo, “ese contrato con el dolor”, la eufonía, la ética de la espera, el paseo como protesta frente a la voracidad del desarrollismo o la relación entre creatividad y erudición.

Aparece aquí esa idea feliz que también planteará Luis Landero en El huerto de Emerson: “El arte habla el lenguaje infantil de la intuición, no el abstracto y serio de la reflexión”.

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Edgar Borges sitúa a una mujer en el brete de la búsqueda de un ser querido que salió de su vida, describe unas investigaciones criminales y presenta a un creador que escribe una novela que es él mismo, pero que a la vez no lo es. De hecho, un personaje de la obra prepara un borrador de una ficción titulada La contemplación.

Edgar Borges, escritor

La metaliteratura, muy presente en el libro y sometida a la acción, no está reñida con un lirismo de la desesperación o, al menos, de la desazón.

Es una poética contenida, pero no por ello menos cierta. La reflexión sobre el hecho literario, desde Vila-Matas a César Vallejo, pasando por Robert Walser o Alberto Manguel, es la columna vertebral de esta novela de novelas (pero que también contiene fragmentos muy vivos de artículos, ensayos, relatos, misivas, entrevistas, poesías y canciones).

Todo es abismo, nebulosa y transmutación en estas páginas.

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Estamos, por tanto, ante una obra que es un fetiche en el sentido más alegórico del término. Es un libro, pero a la par es otras muchas cosas.

También es un artefacto repleto de significados. Los objetos, las emociones y las imágenes se agitan en él sin que por ello pierdan un ápice de su esencia. Al contrario, de ese entramado nace una de las grandes virtudes de la novela de Borges. Se trata de un hecho excepcional: estamos ante una obra que se construye con un andamiaje invisible, pero firme y sugerente, que ella misma va gestando.

Es algo así como el fin último de la literatura, incapaz de asir lo que persigue, pero permanentemente revoloteando sobre ello.

Tiempo de papel, 2021

Esta novela se escribe a sí misma y cobra vida, como las manos autónomas e imposibles del dibujo M. C. Escher. Su autosuficiencia se concreta en un buen número de cauces literarios, pero también vitales, que parten tanto de la experiencia del sufrimiento como de la creación.

Aprender a convivir con lo que nos hiere y somos capaces de soportar, por decirlo parafraseando a Rilke, es otro de los hallazgos de este libro.

La alteridad y la intimidad se ven reflejadas en un motivo: Mirar, en cambio, es abrirse de adentro hacia fuera. Cultivar la mirada y las obsesiones puede ser un estado cercano a La contemplación.

Si Jules Renard buscaba los puntos de contacto entre la verdad y el arte, esta novela podría establecer algunos. O puede que no. Quizá todo sea el humo de la memoria. Para descubrirlo hay que atravesar la bruma y, por supuesto, el laberinto.
 

Sobre el autor
(Madrid, 1978) Escritor, doctor en Historia Moderna, crítico literario y profesor. Cinéfilo confeso, está convencido de que la ficción es nuestro más fiel asidero. Es autor, entre otros, de los ensayos «En guerra con los berberiscos», Editorial Turner (2018) y «Alice Guy, en el centro del vacío hay otra fiesta», Huso ediciones (2022). También ha publicado novelas como «La fragilidad del neón», Editorial Alrevés (2014) o «Paraíso imperfecto», Editorial Alrevés (2017).
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