La literatura española explicada a los asnos: sobre David, Goliat y la relación novela-cine (II)

«La colmena» (1982), Mario Camus, basada en la novela de Camilo José Cela

 
De todo lo dicho en la anterior columna se sigue que la rivalidad entre cine y literatura es una lucha tremendamente desigual. Y eso explica por qué muchos novelistas han renunciado a contar historias, so pretexto de que eso ya lo hace el cine.

Podríamos hasta afirmar que buena parte de la historia de la novela del siglo XX –estoy pensando en el modernismo de Benet o de Goytisolo— se explica como una búsqueda desesperada de cauces no narrativos. El propio Cortázar dice que la novela, llegado un momento, se poetiza.

Juan Benet, 1967

Y es que el cine, como indicaba en el artículo precedente, ha usurpado el puesto predominante que ocupaba la novela en el siglo XIX y se ha convertido en el arte narrativo por excelencia.

Nuestra lucha con el cine es una lucha de David contra Goliat.

No obstante lo cual, es obligado constatar que Goliat no solo no ha podido vencer a David, sino que empezó imitándolo y ha terminado viéndose obligado a recurrir a él y a pagarle para que se ponga de su lado.

Digo que empezó imitándolo porque las primeras películas, como las de Georges Méliès y las de Segundo de Chomón, se parecían más a la pantomima o al circo o al teatro de variedades, que al cine moderno.

En realidad no fue hasta la aparición de David Griffith, gran admirador de Dickens, cuando el séptimo arte tomó la dirección actual y empezó a novelizarse.

Pilar Miró, 1991

Y añado que hoy recurre a él, porque buena parte de las películas que se producen de unos años para acá son adaptaciones de novelas. Según lo que he leído, se estima que están basadas en libros entre un treinta y cuarenta por ciento de las producciones actuales.

En España esta moda se dispara en los años ochenta, con el éxito de obras como La colmena (1982) o Los santos inocentes (1984), adaptaciones dirigidas por Mario Camus de los textos homónimos de Cela y Delibes, laureadas respectivamente en Berlín y en Cannes.

Y la vorágine llega a partir de los noventa, cuando se adaptan, no ya clásicos, sino los últimos éxitos editoriales: novelas como Beltenebros, de Muñoz Molina, Historias del Kronen, o Nadie conoce a nadie.

Ante la situación, cabe preguntarse por qué se ha dado esta progresiva e innegable novelización del cine.

A bote pronto se me ocurren varias razones.

Juan Marsé, 1966

En primer lugar resulta incuestionable que la novela suele producir historias más originales y personales. Últimas tarde con Teresa, de Marsé, pongo por caso, es una obra que condensa muchos años de vivencias. Tiene una densidad de detalles que rara vez se encuentra en un guion. Eso lo convierte en una base excelente para una película.

Lógicamente, también existen razones más prosaicas.

Al adaptar una novela exitosa, el productor cuenta de entrada con un activo comercial de miles de lectores que están deseando ver la adaptación. Sería absurdo menospreciar la ventaja que ello supone.

Y tampoco conviene olvidar que, cuando se adapta una novela, existe de antemano un trabajo hecho. Por delante de los guionistas suele haber un tipo, que lleva ya un añito o dos, a veces más, pensando sobre una historia y resolviendo problemas narrativos.

Siempre es más fácil recrear que crear ex novo.
 

Sobre el autor
(Madrid, 1971) Es licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. En 1994 quedó finalista del premio Nadal con su primera obra, Historias del Kronen. La novela tuvo una gran repercusión y abrió las puertas a una nueva generación de escritores. Tras su publicación el escritor vivió durante varios años entre Madrid y Toulouse. Actualmente reside en Madrid.
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