Esta es la tercera entrega del especial dedicado a los veinte años de Historias del Kronen. En esta ocasión, Luis Mancha –sociólogo, profesor de la UAH y autor de Generación Kronen (2006)– resume el contexto sociocultural por el que transita la juventud española durante los años 90 del siglo pasado. Una generación asociada generalmente con la obra de Mañas pero de la que participan también otros autores nacidos en los años 60 y 70 como son Loriga, Prado, Etxebarría, Prada, Maestre, Salabert, Bonilla, Casariego, Romeo, Sanz, Ibáñez, Magrinyá o Gopegui, entre otros.
En 1994 un jovencísimo Mañas queda finalista del Premio Nadal. Su libro Historias del Kronen enseguida se coló en los primeros puestos de las listas de ventas, y en pocos años, ya se consideraba un clásico contemporáneo. Su propuesta conectó con una generación de lectores que era la misma que la de José Ángel Mañas. La España de la Movida ya les quedaba lejos y las “batallitas” de los escritores de los 80 solo suponían los ecos del contenido de los libros de texto.
Revista RDL, 1997
Estos hermanos pequeños de los protagonistas de la Movida se veían a sí mismos como una generación perdida, nihilista y sin grandes luchas. Una generación a la que solo le quedaban las miserias cotidianas de una España que se desayunaba todos los días con un nuevo escándalo de corrupción. Habitaban en un mundo donde el tan cacareado fin de la historia les había dejado sin referentes. El rock and roll, las road movies, la literatura norteamericana más descarnada, eran algunas de las vestimentas de una generación que creció con la llegada de las televisiones privadas y la invasión de las producciones de Hollywood.
Por su parte, las editoriales, rápidamente olieron el negocio y la maquinaria se puso en marcha. Se lanzaron a la caza y captura del escritor joven para aprovechar que los medios de comunicación ya habían colocado en su “agenda setting” el cartel: “Se busca escritor joven”. Toda una generación de jóvenes escritores, aquellos que nacieron en los 60´s y 70´s, se beneficiaron de ese movimiento y entraron en tropel al universo literario. Llegaron los Loriga, Prado, Etxebarría, Prada, Maestre, Salabert, Bonilla, Casariego, Romeo, Sanz, Ibáñez, Magrinyá, Gopegui, etc, etc, etc. El extremo del paroxismo llegó de la mano de una chica llamada Violeta Hernando, que con solo 14 años ya había publicado su primera novela.
La caída fue tan estrepitosa como vertiginosa la subida. La critica comenzó a demonizar todo lo que oliera a cuero, rock and roll o estética norteamericana. En todas las reseñas de estos «jovenzuelos» aparecía la sombra de Mañas como representante de lo que se denominó «la literatura del cuero». Todos los que habían entrado al calor de un movimiento, en parte construido por las editoriales, en parte fruto de una realidad subyacente, trataban de huir o defenderse en sus pequeños castillos de arena. El movimiento se disolvió producto de la trituradora de un universo literario que funciona con sus propias reglas.
Junto con la estigmatización de los referentes de esta generación de escritores encabezada por Mañas cayó algo más importante: el mundo de una generación que encontró su voz en ellos, alguien que les representaba, que hablaba su idioma, que entendía su forma de ver el mundo, sus inquietudes, sus traumas. Así, parte de la historia de España, esa juventud que surgió tras los felices años de la Movida, simplemente desapareció por el sumidero de la Historia.
