En la industria del cómic norteamericano es tradicional la utilización de los mismos personajes por parte de diferentes autores. Esto se debe a que –desde la aparición de Superman y Batman en los años 30 del siglo pasado– los superhéroes no han sido propiedad del guionista y el dibujante, sino de la editorial que los publicaba. Una de las consecuencias es que las editoriales han intentado engarzar todos sus personajes a un único universo: Spiderman, Hulk o el Capitán América conviven en el universo Marvel, mientras que Batman, Superman o Green Lantern lo hacen en el universo DC.
En ambos casos hay algo en lo que no se suele reparar, y es que lo importante no es el universo en sí, sino los personajes que lo habitan. Son individuos –incluso cuando se trata de superequipos como los Xmen o los Vengadores– que encarnan al típico sujeto de la modernidad: claro, definido, con una moral y unos valores estables. Esto es así especialmente para los superhéroes más antiguos, si bien es cierto que a partir de finales de los sesenta –y, sobre todo, durante los ochenta– van abandonando, poco a poco, la rigidez característica del sujeto moderno en consonancia con los profundos cambios que nuestra sociedad iba sufriendo.
En esencia, sin embargo, buena parte de los valores que caracterizaban tradicionalmente a los superhéroes se han mantenido: estos se siguen identificando en gran medida con unos valores sólidos. Esta inadecuación a la liquidez de la sociedad postmoderna es, en parte, responsable de la crisis actual de la industria del cómic de superhéroes. Los mayores éxitos de crítica y público de las últimas décadas son aquellos que, precisamente, rompen con esos valores sólidos: el Batman y el Daredevil de Frank Miller, el Spiderman de Romita padre o el Spawn de McFarlane son tan solo algunos ejemplos.
En 2006, Garth Ennis publicó una serie de diez números, dibujada por Jacen Burrows, en la editorial independiente Avatar Press titulada Crossed. Se trataba de una historia apocalíptica en la que un virus desconocido convertía a la gente en una especie de zombis sádicos que se dedicaban a asesinar, mutilar, torturar y violar a todo aquel que pasara por su camino. Aunque es una obra excesiva y brutal, en el fondo no deja de ser una historia de zombis y, como tal, se centra en un pequeño grupo de supervivientes: personajes descentrados que intentan sobrevivir a la vez que buscan un sentido a lo que les pasa al mundo y a sí mismos. Son, en cierta medida, la encarnación de sujetos típicos de la postmodernidad, que ante el fin del mundo (ante el fin de la historia) deben retomar el control de sus vidas y erigirse de nuevo en sujetos –sin que ello suponga volver a la concepción moderna de la subjetividad– o morir.
Crossed relata una historia marcada por la frontera. Los propios protagonistas están entre la vida y la muerte durante la mayor parte de la historia, como cualquier infectado, aunque estos últimos literalmente por su condición de zombis. Asimismo, la causa de la enfermedad es un virus, ser liminal por naturaleza, en la frontera biológica entre la vida y la no-vida. Del mismo modo, la esperanza de supervivencia se centra en Alaska, la última frontera, en la que los infectados tal vez no puedan sobrevivir.
Pero, en el fondo, de lo que trata Crossed es de la historia de unas personas en busca de un sentido para sus vidas. Una gran metáfora de nuestro tiempo, en el que la postmodernidad parece haber arrasado con toda la solidez sobre la que se sustentaba la modernidad, y que muchos sienten no ha dejado nada en su lugar. De ahí que los personajes supervivientes de Crossed vayan conformando una nueva sociedad en miniatura, con su propia moral, más laxa que la anterior, pero con sus propios tabús.
El éxito de la primera serie fue tal que la editorial convenció a Ennis para publicar otros cómics, pero él renunció a continuar Crossed personalmente. Las seis series que se han publicado hasta la fecha han sido guionizadas por David Lapham y han tenido diferentes dibujantes, destacando entre ellos el español Raúl Cáceres, Raulo. Estas últimas series, sin embargo, no siguen la idea postmoderna de la serie original en la que el universo marca a los personajes y les obliga a erigirse en sujetos o perecer, sino que retoman la concepción de universo propia de la tradicional industria del cómic norteamericana, en la que los personajes ya son sujetos antes del universo y éste es una consecuencia de su existencia.
En el universo de Superman, por ejemplo, es la misma existencia del superhéroe la que define cómo funciona el mundo. En consecuencia, Lex Luthor, su némesis, sólo tiene sentido en tanto que existe Superman. El universo de Crossed creado por Ennis, en cambio, no viene dado por la existencia de ningún superhéroe, sino que es preexistente a sus protagonistas, y es sólo por él por lo que estos se conforman, se definen y acaban convirtiéndose en héroes. Sin embargo, en las series de Crossed posteriores a Ennid y guionizadas por Lapham, los protagonistas no sufren ningún tipo de epifanía ni de iniciación: son como eran antes de la infección, y el mundo en el que viven no supone ningún cambio en su personalidad. El psicópata de Crossed: Psycopath (2012) actúa exactamente igual que antes del brote, y la familia de Crossed: Family Values (2011) funciona con la misma lógica perversa y disfuncional incluso después de que sus miembros se infecten.
Así, vemos como al visitar el universo creado por Ennis, Lapham lo subvierte, convirtiendo lo que para el primero era una oportunidad para los personajes de definirse –de alcanzar la condición de sujeto y superar la ansiedad por la inherente falta de solidez– en todo lo contrario: un escenario que revela lo rígido de esos personajes, incapaces de mutar con independencia de lo extremas que puedan ser las condiciones. Ennis nos habla de cómo volver a ser sujetos a través de la destrucción de nuestro mundo. Lapham nos dice que somos como somos, como fuimos y que siempre seremos iguales. Ennis traza una alegoría de la postmodernidad. Lapham finge que ésta nunca ha existido.