Entrañas infantiles esparcidas por la pared. Una joven objeto directo de una «matanza del cerdo». La íntima automutilación de una pianista desgarrada. Un pájaro atravesado y crucificado por unas tijeras. La cirugía cinematográfica que Michael Haneke practica en sus películas no debería sorprendernos (aunque lo haga, filme tras filme).
Árida frialdad y ojo clínico se reúnen en cada una de ellas en orgánica comunión con una fotografía siempre inteligente y un uso brutal del plano fijo con pretensiones de incomodidad. Todas las constantes de su cine encuentran su lugar, evidente o subyacentemente, en su última y recién estrenada Amor (Amour, 2012). Ya desde su título, seco, directo, simple y a la vez complejo, como la historia mínima que pretende narrar: la enfermedad que azota a un matrimonio de octogenarios ex-profesores de piano.
Amour: la realidad es un mundo terrorífico
Amour es una película de terror. Terror al cambio, a la pérdida de la identidad, encontrándose hoy con tu personalidad, tu yo frente al espejo, sonriente, complaciente, disfrutando de los últimos días de tu vida obviando el carácter potencialmente trágico de éstos, para que un acontecimiento, un cambio repentino transforme por completo a esa imagen especular, hasta el punto de impedir el reconocimiento propio.
Terror, del mismo modo, al cambio ajeno, a que la transformación de Jekyll a Hyde se produzca en la persona amada, acercándola un paso más hacia el inevitable final, hacia la separación definitiva, desencajando las piezas del puzzle que conforma tu vida y abandonándote para recoger los pedazos cuando las fuerzas y el ánimo no son capaces de sobreponerse al cansancio, al dolor.
Terror a la soledad, a la ausencia que no niega la presencia, a la recíproca incomprensión entre amante y amado motivada por la enfermedad, por la acuciante relajación del responsable de guardar tus recuerdos, tus sentimientos, tu razón, ese cerebro que finalmente decide rendirse, dejando en el camino una cruel carcasa que golpea a sus acompañantes, a su lado y en la distancia.
Terror, finalmente, a la humanidad, a la falibilidad del cuerpo humano, a la indeseada caducidad que nos es otorgada en el nacimiento pero de la que no se es realmente consciente hasta que ya es demasiado tarde para aprovechar el tiempo perdido, lo no dicho, lo no vivido, un terror a lo desconocido, a lo perdido por el tiempo que ahoga y agota, que deviene, finalmente, el homicida definitivo.
A este terror canta Michael Haneke con su Amour, con crudeza, con fisicidad, chocando contra esas carcasas que aún seguimos rellenando con el paso del tiempo, desconociendo el momento en el que la persona del espejo no será quien observamos un día antes.
La versatilidad del director a la hora de abordar los temas de sus películas, su obsesión por jugar con el ojo y el alma del espectador obliga siempre a una predisposición al sufrimiento que debe tenerse patente antes de introducirse en la filmografía de Haneke. El mismo visionado de los créditos iniciales debe asumirse como un rito de paso, una realidad dolorosa y necesaria que ha de cobrar un tono solemne y tan tétrico como melancólico.
Una experiencia anti-catártica similar a la asistencia a un funeral o el sometimiento a una complicada operación, con la única diferencia de que, en última instancia, sólo hemos sido espectadores y no protagonistas. No hay peligro, únicamente dolor y pérdida temporal de un pedazo de alma.
fff
14/01/2013
y de que va?
Ander Luque
16/01/2013
Teniendo en cuenta que esto es un artículo y no una reseña no me vi en la obligación de incluir sinopsis alguna, evitando así además posibles spoilers por ser una trama mínima.
En cualquier caso te enlazo a, por ejemplo, FilmAffinity, una web/base de datos estándar sobre cine donde están archivadas todas o casi todas las películas (algo así como el IMDb hispanohablante). Allí la sinopsis dice:
«Georges y Anne […] son dos profesores de música clásica jubilados que viven en París. Su hija también se dedica a la música, y vive en Londres con su marido británico. Un día, Anne sufre un infarto. Al volver del hospital, un lado de su cuerpo está paralizado. El amor que ha unido a la pareja durante tantos años se verá puesto a prueba.»
(Fuente: http://www.filmaffinity.com/es/film768126.html)
Rosanna Moreda
30/01/2013
«La realidad es un mundo terrorífico».
Con esta frase has logrado que se me ponga piel, (pelos si cabe), de gallina. Luego de desayunar unas pocas sobras de cena y de atisbar desde mi silla un tímido y fugaz rayo de luz, mientras pensaba en las predicciones, también desayunadas, (demasiada proteína, faltaba líquido) de Mc Luhan; la digestión confirmó mis temores, pues me serví de tu paracetamol.
Que la metáfora que al mismo señor (Mc Luhan) se le ocurre, entre mega reproducción humana y el proceso autodestructivo en células cancerosas, es cruel. Cruelísima sí, pero tan cierta como la implacable desolación que has transmitido con este artículo sobre una película que querría ver ya. La desolación final de lo vivo ante el medio, que a estas alturas es naturaleza, ciclo y mucho más…
Vibrante análisis. Rosanna Moreda
Daniel Gavilán
16/02/2013
Ya te lo comenté en su día pero con estas cosas nunca pasa nada por repetirse: Estupenda reseña para una desgarradora película. Aunque el tema no es exactamente el mismo, me recordó bastante al clásico de la animación británica Cuando el Viento Sopla.
Especialmente terrible ese malsano y asfixiante tramo final, destacando esa escena al cierre -con la casa vacía- a la que le veo un aterrador simbolismo. Next.