Vengo de ese miedo (Tusquets, 2022), del escritor y guionista Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1973), gira en torno a la biografía del narrador, que sufre maltrato en el seno familiar. Pliego Suelto conversa con Oeste, quien ha escrito uno de los arranques más brutales leídos últimamente: “Quiero matar a mi padre”. Una frase salvaje y certera que impacta en la mente del lector partiéndola en dos mitades: una, beatífica, que se rebela contra el parricidio; la otra, atroz, que ahonda en la idea sanguinaria. En lo sucesivo, y una vez sublimado cualquiera de los dos sentimientos, lo difícil es no seguir deslizándose por las páginas de esta novela
¿Qué es el miedo para Miguel Ángel Oeste?
El miedo es un elemento que se pega a la memoria, y la única forma de combatirlo es mediante la escritura. Aunque nunca se le puede vencer, porque es parte de uno. Es lo que se ha vivido.
Encuentro algunas similitudes entre Vengo de ese miedo y Arena, tu anterior novela. Las dos irradian un sentir oscuro e impresionista, entre otras cosas. ¿Qué diferencias y trasvases encuentras entre ambas?
La principal diferencia está en el enfoque. Arena habla de un grupo de chavales, cuyo protagonista es Bruno, y la trama discurre en un momento concreto, que es el verano del 92.
Vengo de ese miedo, sin embargo, es más ambiciosa. No solo porque abarca desde mediados del siglo pasado hasta el presente, sino porque está escrito al compás de los acontecimientos y, además, acoge un intento de hibridar una serie de géneros, que van de lo terrorífico a lo cronicado.
Quizá ambas pudieran dialogar entre sí en algunos momentos, pero no es la intención. En cuanto al lenguaje, en Arena es intencionalmente más crudo, más salvaje, más descarnado. Aunque siempre intento que nada tenga demasiado adorno retórico. No es mi estilo.
Escribes que “nadie hacía nada”, en alusión a uno de los temas centrales del libro: el maltrato. ¿Cuánto hemos cambiado?
Visto desde aquí, lo que cuento parece impensable. Pero entonces vivíamos un momento en que la violencia se quedaba en los límites de la propia vivienda. La gente no atendía a esas cosas. Era el pan nuestro de cada día y debíamos tenerlo normalizado.
Ponle la etiqueta que quieras, pero con esto me refiero a los malos tratos en el seno familiar, contra la mujer y los menores. También a acciones de otro tipo, como dejar a los niños solos en casa o en el coche mientras los adultos salían a comprar.
Ahora aquello nos resulta intolerable como sociedad, y ya ciertas acciones no quedan impunes y se penalizan. Parece que esta generación de hijos, al igual que en el libro, se está decidiendo a ajustar cuentas con el pasado. Esto es algo que podemos apreciar también en otros ámbitos como la política, la protesta ciudadana e incluso el cine.
Es cierto que aún queda mucho por hacer, sobre todo porque hay muchas imposturas. Con todo, vamos por el buen camino.
Precisamente, evolucionar es lo que intenta el narrador de Vengo de ese miedo. No parecerse al padre y, por tanto, no perpetuar un carácter viciado. ¿Dónde acaba la biología y dónde empieza la voluntad de cambio?
Contra la herencia genética se lucha hasta donde se puede. Es otro miedo atávico que cada uno lleva consigo.
Es como los hawaianos con sus mantras –Hoʻoponopono – : “lo siento, perdóname, gracias, te amo”. Solo funciona para uno mismo, no para los demás.
También abordas el mundo de la noche de Torremolinos a través de un prisma atípico en literatura. Siguiendo la temática, te diría que es como si uno estuviera en un casino y, de improviso, se apagasen todas las luces. ¿Por qué? ¿No hay nada bueno?
A la gente le gusta poner el foco en la fiesta, y yo lo pongo en la resaca.
La diversión, mezclada con alcohol, está genial. Hay momentos de euforia verdadera. Eso sí, al día siguiente, cuando te duele la cabeza, ya no es tan bonito.
¿En qué momento la historia cristaliza y piensas “tengo que sentarme a escribirla”?
En realidad, es un libro que siempre he ido fraguando en mi cabeza.
Y también he tenido que realizar un trabajo de edición importante junto a mis editores: porque podría no haberlo dado por terminado nunca.
El narrador teme que las fuentes a las que acude no recuerden con nitidez los hechos que vivieron. ¿De verdad alguien puede olvidar sucesos de ese calibre?
Hay una clara confrontación entre los personajes. Mientras que uno dice una cosa, el otro afirma la contraria. Hay un estilo apesadumbrado que, sin embargo, está en consonancia con lo que siente el personaje, al que se le repite el dolor de forma continuada. Se trata también de jugar con los límites porosos entre la realidad y la ficción de lo que se va construyendo.
A mí me hace gracia cuando califican categóricamente la novela como un thriller. ¡Si es que la vida contada como tal es un aburrimiento! Enrique Vila-Matas lo explica perfectamente: desde el momento en que uno pone las cosas en papel y las ordena está creando una ficción.
Es como con los documentales, que muchas personas creen que son verdad. Yo he hecho documentales y todo está manipulado. Desde Murnau a Flaherty, pasando por Buñuel en Las Hurdes, tierras sin pan. Lo que se cuenta no puede reflejar la verdad, ya no existe. Todo está reconstruido.
¿Y el propio narrador? ¿Contempla él su personal deformación de la memoria?
Los recuerdos son engañosos. Y, claro, los primeros que están deformados son los suyos. Pero como decía también Faulkner: cuando armas un relato o una novela, lo haces con la experiencia, la observación y la imaginación. Al final todo está mezclado.
Antes hablabas de cine documental. ¿Ha habido en el libro un traspaso de recursos de ese mundo, que tú dominas muy bien, a la literatura?
En realidad, utilizo todo tipo de técnicas: del cine, de los cómics, de la narración gráfica… Uno no inventa nada, solo pone lo que ha visto sobre el papel para que la historia funcione. Lo importante es darle una poética propia.
Una vez tuve la suerte de estar con Juan Marsé. Él decía muy claro que le influía más el cine que la propia literatura. Es normal.
El leitmotiv de Vengo de ese miedo es la liberación. Después de todo, ¿sientes que has cumplido ese objetivo?
No, el pensamiento y el dolor nunca acaban.
La idea de que la escritura ayuda no es cierta. Ni cura, ni alivia, ni funciona. Al menos en mi caso.
¿Es posible al menos paliar esos sentimientos de alguna manera?
El remedio principal, lo que de verdad debemos intentar, es mejorar la educación de nuestros hijos para que los errores no se repitan.
Lo peor que puede ocurrirle a un niño es que no se sienta querido. No debe faltarles amor.