Signos herméticos de una nueva melancolía (Franz, 2021) es la tercera obra de Alfonso García-Villalba, uno de los autores más interesantes de la narrativa española actual que, con esta novela, consolida y amplía un mundo estético radicalmente original para el que me cuesta encontrar referentes dentro de nuestra tradición.
Habría que remontarse a William Borroughs, o a Philip K. Dick para encontrar ciertos (no tantos, tampoco) puntos en común. Y, sobre todo, y esto es, creo, lo más interesante, habría que salir del género novelesco, e incluso del fenómeno literario, para poder citar los nombres de David Lynch, David Cronenberg, Satoshi Kon (en cine), o de Charles Burns, Olivier Schrauwen o tantos otros en el cómic.
Lo que define Signos herméticos de una nueva melancolía (y que también podía encontrarse en su libro de relatos Esquizorrealismo, 2014, y en su anterior novela Homoconejo, de 2016) es una concepción del hecho narrativo que se aleja por completo de la idea de linealidad y, por supuesto, de la santísima trinidad del planteamiento-nudo-desenlace.
Pero, ojo: no es una novela lírica de fragmentos inconexos. Y tampoco se trata de que rompa la linealidad de una historia que se entregaría al lector desordenada, con analepsis y prolepsis en uno de esos juegos narrativos en los que al final todo encaja y se reconstruye. No.
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En Signos herméticos… lo que hallamos es una refutación absoluta de la idea de linealidad. Y reconozco que, puesto que la identificación narración-línea-camino está tan arraigada en todas las formas narrativas y ontológicas (si es que no son la misma cosa) dominantes, encuentro un placer especial cuando veo autores que como García-Villalba parecen no conocer esta ley y ofrecen al lector una experiencia literaria completamente alejada del acto, generalmente inane y complaciente, de leer una novela.
Si te paras a pensar, puedes deducir que la perfección tiene que ver con la geometría y concluir, por ejemplo, que la geometría no es más que una de las formas en que la ficción se sitúa delante de ti: la perfección es falsa, al igual que la verdad, y el delirio no es más que una forma de escapar de la línea recta y sus quimeras.
Signos herméticos…nos propone “escapar de la línea recta y sus quimeras” a través de figuras menos cartesianas como el rizoma, el bucle, la espiral o la esfera. La progresión de la novela se realiza a través de la repetición y la incorporación de nuevos elementos que son absorbidos por el cuerpo-máquina delirante-deseante que es esta narración que alterna la primera, la segunda y la tercera persona, y el tiempo presente, el pretérito y el futuro.
En realidad, funciona más como una pieza musical minimalista que como una novela.
Hay unos elementos centrales: tres personajes, un triángulo amoroso formado por un hombre (N), una mujer (Z) y una amante (Mau Mau). Y hay un espacio geográfico muy limitado: el campo de Cartagena (Los Belones, el Mar Menor, El Algar, El Llano del Beal…, un espacio, por cierto, que es también el dominante en sus libros anteriores y que adquiere ya unas dimensiones míticas, con cameos de personajes incluidos).
Los personajes están atrapados en ese tiempo no lineal y en unas dinámicas de deseo y desintegración dentro de las que el resto de elementos va incorporándose y formando parte de nuevas repeticiones y variaciones de motivos que expanden el territorio simbólico y ofrecen nuevas notas, pero que, una y otra vez, vuelven a repetir ciertos elementos para construir una obra claustrofóbica y compleja.
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Si hubiera que reducir y hacer una sinopsis tradicional de la novela habría que hablar inevitablemente de la infidelidad, pero hay que agradecer que el triángulo de amor bizarro que nos ofrece Signos herméticos de una nueva melancolía no tiene nada que ver con lo que podríamos esperar de una novela de análisis psicológico y sociológico en torno a los celos, la culpa, la clandestinidad, la familia, las normas sociales, etcétera.
La forma en que esos conceptos (no) están en la novela es su mayor riqueza porque consigue que un tema tan manido y previsible aparezca ante el lector como una experiencia fascinante en la que los personajes habitan unos bucles donde el sexo, el deseo, los celos y el impulso de desintegración, o de integración, en el otro dibujan un delirio que expande la realidad y refuta la tiranía de lo previsible.
Renunciar a la línea como estructura narrativa es también renunciar a la claridad y al significado consensuado de lo que es la realidad. Esa renuncia va mucho más allá de lo estilístico y se convierte en esencia de la narración, y tal vez por eso la cuestión de la identidad es central en la novela: los personajes se confunden, se desintegran (en las drogas y en el sexo, pero no solo y no siempre así) y tal vez la idea de que la identidad es también una narración lineal de la que se puede huir no esté del todo alejada de N o del resto de personajes.
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Los elementos que rodean y mueven a los personajes: las drogas (el blip, el escarabajo, el logos), cuyo uso continuado se vive también como una forma del deseo (es decir, como una puerta hacia la desintegración o la porosidad); la esfera y el bosque y las mujeres con cabeza de pájaro que conforman un espacio surrealista heredado de El Bosco; la promesa de una revelación del futuro de boca de una adivina (Délfica); los sonidos continuos de drones, ondas de baja frecuencia, rumor de coches en el nudo de autopistas, una guerra lejana en el televisor…
Todos esos elementos que entran y salen de la melodía principal ofrecen una experiencia lectora que se sustenta, más que en su significado, en su propio ritmo: el ritmo del capítulo y del párrafo y de la frase, pero también el ritmo amplio de la estructura repetitiva y sus variaciones.
Es por eso por lo que la experiencia del lector de Signos herméticos… se parece mucho más a la que se vive mientras se escucha una pieza musical: la lectura aquí es una experiencia en el tiempo, una duración, un ritmo cíclico de ondas que van repitiéndose y ampliándose como una composición musical minimalista.
El sentido y el significado se crean y se mantienen mientras dura la lectura y luego desaparece dejando un poso oscuro, hermético y melancólico, que nos acompañará durante mucho tiempo.