Conversamos con Pilar Fraile (Salamanca, 1975) acerca de su último libro, Días de euforia (Alianza Editorial, 2020), la historia de cinco personajes que viven atrapados en el mundo actual, donde la felicidad es una obsesión, el individualismo es un laberinto y padecen el bombardeo constante del big data, la inteligencia artificial, la «anglosajonización» del lenguaje y del comportamiento. Pilar Fraile es autora de la novela Las ventajas de la vida en el campo (Caballo de Troya, 2018), del libro de relatos Los nuevos pobladores (Ed. Traspiés, 2014), del ensayo Materiales para la ficción. De Poe a Foster Wallace, (Grupo 5, 2017) y del poemario Falta (Ed. Amargord, 2015).
[Leer un fragmento de Días de euforia]
Tu segunda novela, Días de euforia se ubica en un futuro muy cercano y fácilmente reconocible, y se centra en la búsqueda de la felicidad y de la plenitud de los protagonistas. Un tema que conecta con tus obras anteriores…
En la novela se ofrece una versión aumentada de muchas cosas que ya nos están pasando, una de ellas, es, sí, el controvertido papel de la felicidad en las sociedades postmodernas.
Es un tema que me interesa porque es paradigmático de nuestro modo de vida. Como sociedades liberales nos preciamos de que nuestra prioridad es la búsqueda de la felicidad de los individuos en la estela de Adam Smith.
Lo que observo es que este objetivo no se consigue demasiado, pero, como a nuestro sistema no se le da nada bien reconocer sus fallos, la felicidad se ha convertido en una imposición: estamos condenados a ser felices, o, en su defecto, a parecerlo.
Nos enfrentamos a diario a la tiranía del pensamiento positivo, del «todo va a salir bien». Y, finalmente, esa imposición se convierte en fuente de nuestra desgracia, y por eso, este asunto ejemplifica muy bien cómo funciona nuestro entramado social y moral, que es tremendamente paradójico.
Los cinco protagonistas de la novela tienen vidas que corren en paralelo. Además de estar interconectados por diversos motivos, buscan encajar en la sociedad a través de decisiones que no siempre son para mejor. ¿Hasta qué punto la novela conecta con el eslogan “reinventarse o morir”?
Esa estructura coral que mencionas, el juego de vidas cruzadas y situaciones paralelas, se impuso como forma de la novela desde el principio.
Me permitió plantear de una manera visible que los personajes dependen unos de otros y sus problemas son relativamente similares, aunque ellos, como si habitaran un juego de espejos deformantes, no alcanzan a darse cuenta de estas conexiones porque tienen una ceguera parcial que les impide ver a los otros.
Esta ceguera dificulta su toma de decisiones porque es, finalmente, una ceguera sobre ellos mismos. Obsesionados, como dices, con pertenecer, se ven abocados a decisiones prefabricadas que resultan no ser demasiado beneficiosas en la mayoría de los casos. Estas decisiones se basan en eslóganes publicitarios que pueblan su psique, como ese que mencionas u otros, como “Sé tú mismo”, igual de vacuos y peligrosos.
De alguna manera la narración parece apuntar a que el ser humano es incapaz de conquistar la felicidad. De ahí la proliferación del big data, de la inteligencia artificial, de los gurús… ¿Por qué se da esta tendencia a que las personas se estén convirtiendo en meros espectadores de su propia vida?
En la novela se dan una serie de situaciones bastante tragicómicas derivadas del hecho de que cuanto más tratan los personajes de buscar la felicidad, más se alejan de ella.
Creo que lo que les sucede, como señalas, tiene que ver con su condición de espectadores. Los han bombardeado con imágenes de lo que es la felicidad y tratan de ajustarse a ellas, eso les impide o les dificulta mucho vivir su vida, que se convierte en algo ajeno a ellos que ya no saben manejar.
Todos los desarrollos tecnológicos, como el big data, o la IA, que pueden estar muy bien para solucionar problemas de tipo técnico resultan muy inquietantes y algo aterradores cuando se usan para la “ingeniería de la vida cotidiana”.
A nosotros nos falta un paso para llegar a esa situación, pero en la novela ese paso ya se ha dado.
En el libro escribes: “El universo entero es una gran masa caótica en la que solo funciona el sálvese quien pueda. Sálvese aquí, en este instante que no significa nada. Luego no hay salvación.” ¿La individualidad ha llegado a tal grado de egoísmo que nos estamos condenando?
La frase que mencionas es uno de los pensamientos de Ángela, que es el personaje más reflexivo. Ella trata de buscar un sentido a la realidad, pero su mentalidad cientifista hace que se tope constantemente con un muro.
Otro de los motivos por los que acaba teniendo pensamientos de este tipo es su soledad. El individualismo feroz es una de las causas de que los personajes de la novela estén tan aislados y no encuentren un camino correcto para sus vidas.
La novela se divide en dos grandes partes: el crecimiento, relacionado con las grandes urbes en la que fluctúa más agresivamente el big data y la inteligencia artificial, y el decrecimiento, en el que los personajes buscan otra vida menos conectada, más rural. ¿Qué te parece el renacer de lo rural frente a los malestares sociales de la ciudad?
Por una parte me interesaba el juego entre la palabra “crecimiento”, que en la omnipresente jerga económica es algo así como “el bien absoluto”, y la de “decrecimiento”, que surge como oposición a la anterior, pero que, por venir de la misma fuente de pensamiento, acaba significando algo no tan disímil.
Mi planteamiento acerca de todo esto, que anticipaba en mi anterior novela, Las ventajas de la vida en el campo, es que estamos atravesando una gran crisis civilizatoria que ha calado hasta lo más íntimo: la estructura moral y las relaciones personales.
La idea de huir de las ciudades para resolver el problema me parece un síntoma más de esa crisis. Entiendo el impulso porque las grandes urbes se han vuelto invivibles, pero creo que esta huida no es más que una salida individual, como diría Ángela, un «sálvese quien pueda».
Las soluciones a todo esto solo pueden venir desde lo común, que ha sido sistemáticamente aniquilado a nivel, te diría, no solo moral, sino casi ontológico.
En Días de euforia encontramos una gran cantidad de anglicismos que usamos a diario para nombrar las realidades que nos rodean. Las palabras se van sucediendo, se van fosilizando en nuestra habla a una velocidad vertiginosa sin apenas dar tiempo a adaptarnos. ¿La lengua también maquilla lo que vivimos?
Las sociedades liberales occidentales han sufrido en las últimas décadas un proceso de estandarización descomunal, que, creo es más evidente en las del sur.
Esa estandarización ha supuesto una americanización o «anglosajonización» de la vida y, por supuesto, está muy presente en el lenguaje cotidiano.
Recuerdo que hace no más de quince años todavía era muy común reírse, o no tomarse demasiado en serio, a una persona que usase muchos anglicismos, aún se percibían esas palabras como ajenas, hoy en día forman parte de la lengua cotidiana.
Nuestra identidad se ha diluido y adoptamos sin pestañear lo que se nos impone y, tal y como señalas, eso resulta turbador y también alarmante.
Te pongo un ejemplo muy manido, pero que es muy gráfico. Hace no tanto tiempo a un local se le llamaba “local”. Desde que la especulación inmobiliaria se exacerbó se renombraron las cosas: los locales sin ventanas empezaron a llamarse lofts.
La realidad se renombra sí, pero se renombra, como dices, para maquillar lo que vivimos y hacerlo encajar con un sistema que es bastante indigerible si llamas a las cosas por su nombre.
Días de euforia fue seleccionada para el Sitges Tabook’s del Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña. ¿Cómo fue la experiencia? ¿Hay alguna posibilidad de ver la novela en la gran pantalla?
Que la novela fuera seleccionada fue una enorme alegría. Significa que, a nivel narrativo, funciona y que al jurado le resultó suficientemente interesante como para que se considerase la posibilidad de adaptarla.
La experiencia de mostrar tu obra en público siempre es muy enriquecedora, ves puntos de vista que tal vez se te habían escapado, te haces consciente de las interpretaciones y empiezas a calibrar si lo que has creado puede servir para entablar un diálogo con el público, que es de lo que se trata.
Una vez que la obra llega a una plataforma como la de Sitges hay posibilidades de adaptación, claro, la información sobre la historia llega a muchas productoras y directores y directoras.
El proceso, de todos modos, se ha dilatado porque, debido a las condiciones de la pandemia, ha habido que trasladar una parte a formato digital, así que aún es poco pronto para comentar los resultados.