Yael Weiss: “Falta comprender cómo cambiarán los imaginarios a partir de todas las vivencias de la pandemia”

Fragmento cubierta «Hematoma», Yael Weiss, Elefanta Editorial, 2019

 
Entrevistamos a la escritora Yael Weiss (Ciudad de México, 1977) a propósito de Hematoma (Elefanta Editorial, 2019), una colección de diez relatos que apelan a la estética de la extrañeza, de la excitación, del cuerpo humano y sus planos sensoriales e introspectivos. La autora también reflexiona sobre la crisis sanitaria, el rol social de los escritores, el elitismo cultural, el binomio cuerpo-virtualidad, el aislamiento y la locura, y la necesidad de pensar por escrito. Weiss es editora digital de la Revista de la Universidad de México, y ha publicado –junto a Verónica Martínez Lira– la antología Constelación de poetas francófonas de cinco continentes (Espejo de viento-UNAM, 2010) y el libro de ficciones, Cahier de violence (Édition Et What, 2009).

Has publicado recientemente tu primer libro de cuentos, Hematoma, en el que se presenta una serie de personajes que, a menudo, reaccionan de forma extraña respecto a su entorno. ¿Siempre hay alguna explicación para nuestros actos?

Yo sostengo que sí, y también que los actos que nos parecen más extraños merecen una exploración. Pocas cosas me fascinan tanto como comprender de pronto por qué alguien actuó de cierta manera que, para mi razonamiento habitual, resultaba incomprensible. Casi siempre es una gran lección de otredad, no la otredad insalvable de, por decir algo, una piedra o un marciano, aunque quizá también podamos experimentarla, sino la otredad de un ser igual a nosotros, una otredad de pronto asimilada, universal. Reconocer que existe otra lógica que la nuestra es la gran aventura de ponerse en los zapatos de otro.

Yael Weiss, escritora

Por ejemplo, ¿qué lleva a un hombre a aceptar que un perfecto desconocido viva en su casa cuando él no está? De eso se trata uno de mis cuentos, de comprender a un personaje así, de penetrar en sus deseos, su psique, sus motivaciones, su carácter. ¿O cómo se convence una persona de que un cuerpo muerto en realidad está vivo y se lo lleva de fiesta? ¿Por qué piensa un señor sin previo adiestramiento que puede convertirse en un rescatista profesional?

Nuestros actos son gobernados por elementos que a veces ni siquiera reconocemos, en parte porque son inconscientes –relacionados con recuerdos encallados en lugares oscuros de la memoria– o bien porque están vinculados a los instintos. Los olores, los sonidos, el hambre modifican nuestro comportamiento. Me gusta, en la literatura, que afloren esos motivos oscuros, que se insinúe su poder.

En muchos momentos del libro aparece la idea de excitación, no solo sexual, por determinadas situaciones. ¿Por qué crees que es tan importante este estímulo tanto en tus cuentos como en las realidades que describes?

La excitación es un motor de acción. Es lo contrario a la calma, la saciedad, el estado meditativo. Nos saca de la pasividad y nos lanza al mundo, en busca de algo. Para hacer avanzar una narración, es imprescindible.

Para no responder tan lacónicamente, podría añadir que lo que excita casi siempre encierra un misterio. De eso trata para mí la experiencia de escribir: quisiera descubrir por qué tal cosa me excita, me molesta, me obsesiona, me seduce o me repugna. Si no hay un misterio o un problema, no hay historia.

Yael Weiss, 2009

En cuanto a la excitación sexual, vuelvo a tu primera pregunta. Es el motor de algunas acciones a primera vista ilógicas y a menudo reprensibles. Responde a instintos animales que hemos reprimido desde pequeños, pero que a pesar de todo entran en acción en momentos determinados. Son los resortes internos de cosas que hacemos o deseamos, aun si no sabemos por qué.

La violencia individual y colectiva, la propia y la ajena, atraviesa todo el libro, dejando especial huella en los cuerpos. ¿Necesitamos del dolor para sentirnos vivos?

Definitivamente. ¿No dicen que hay que pellizcarse para saber si una está despierta o dormida? El dolor que producen los impactos con otros cuerpos y objetos del entorno es la prueba de que compartimos un mismo espacio, un aquí y ahora, pero también que somos sólidos, con fronteras definidas, y que no podemos fundirnos con las otras masas, aunque lo intentemos con todas nuestras fuerzas.

El contacto dérmico me interesa en particular. La piel es la frontera entre lo propio y lo extraño, lo que nos permite tocar el mundo que nos rodea y que eso también nos toque a nosotros. Las caricias son agradables, enloquecedoras, pero son otra historia: no dejan marcas. A mí me fascinan las huellas que dejan la colisión de dos cuerpos, la cicatriz, el rasguño, el hematoma. Son inscripciones sobre la piel, testigos de un evento de contacto.

La experiencia virtual está en las antípodas de esta manera de estar en el mundo. En los videojuegos se simulan peleas donde nadie sale en verdad lastimado, en las redes se convive sin contacto corporal. Me da un poco de angustia que vayamos poco a poco hacia un mundo de pantalla, alejados de los demás cuerpos, de sus peligros pero también de sus abrazos.

Riikka Hyvönen, artwork

Por otro lado, gracias a los avances de la medicina, tenemos a la mano muchos analgésicos y optamos por la anestesia, incluso antes de sentir el dolor de una intervención dental, como si no soportáramos la idea del más mínimo dolor, como si todo tuviese que ser suave, a lo más una caricia, apenas un roce. Nos estamos perdiendo de todo un abanico de sensaciones.

Debo señalar que no estoy hablando de dolores intensos, porque ante un sufrimiento físico insoportable, ¡soy la primera en abalanzarme sobre los opioides! Agradezco que la ciencia nos brinde un alivio a la tortura de una muela arrancada o de una cirugía. Pero un poco de dolor no hace daño, me parece incluso placentero.

El cuento “La deriva” se abre como una metáfora sobre el mundo literario (mayor importancia del dinero, falta de reflexión sobre el presente, tapón generacional que dificulta la aparición de otras voces…) ¿Hasta qué punto querías anclar estas reflexiones con la realidad editorial?

Tenía más bien ganas de anclarlo en el “mundillo” de los escritores que después de un primer éxito, e incluso antes, han caído en las fórmulas fáciles, las recetas del bestseller, la complacencia, el encubrimiento mutuo de la mediocridad. Esos escritores también forman, por supuesto, ese tapón generacional, que mencionas y que dificulta la aparición de nuevas voces –cuando no son las de sus hijos, consentidos o ahijados, por supuesto–.

En México hay una larga historia de intelectuales que han colaborado con el poder y se han dejado cooptar por el dinero. Me horroriza. Por fortuna, hay individuos extraordinarios que conservan una independencia de pensamiento y un sentido crítico siempre fresco, pero presiento que la podredumbre es inevitable dentro de un gremio. El de los escritores, en particular.

Charles Fourier, 1825

En el cuento que mencionas retrato a un joven que quiere destruir el statu quo de un “Pueblo de escritores” corrupto, colaboracionista, intolerante y racista. Este muchacho toma por guía los viejos ideales revolucionarios que encuentra en libros de siglos pasados: textos de Bakunin y Fourier, por ejemplo.

No llega a consumar su revolución porque sucede algo fantástico: sube el agua y sumerge al pueblo. Pero imagino –y me gustaría que se pueda en efecto imaginar a partir del cuento–, que con el tiempo su revolución consumada caería en los mismos pecados de las generaciones anteriores: la pereza intelectual, la mentalidad acomodaticia, la indolencia ante el sufrimiento ajeno. Si no en una primera generación de revolucionarios, de seguro en las siguientes. Es un ciclo difícil de romper, lo hemos visto desde siempre.

En el cuento, lo que rompe el ciclo es un fenómeno climático que destruye al pueblo, igual que en un futuro cercano muchos poblados terminarán bajo el agua, si no se atiende el problema del calentamiento global. Los escritores de mi ficción están demasiado ocupados por sí mismos como para darse cuenta de lo que en verdad los puede destruir, el clima.

Quizá todo viene del horror que me provoca la sola idea de un pueblo habitado solamente por escritores y las ganas de verlo bajo las aguas, castigado, como una Gomorra contemporánea.

¿Crees que el escritor debe asumir algún papel, alguna responsabilidad con el presente?

No sé si “papel” en el sentido de figurar en el escenario público, pero una responsabilidad con el presente sí, absolutamente. No es forzoso que sea en el sentido del “compromiso” que pregonaban los franceses de la posguerra como Jean-Paul Sartre. Hoy tenemos claro que lo privado es político también.

Elefanta Editorial, 2019

La responsabilidad del escritor es con lo humano, con la exploración de la mente y de las emociones, debe iluminar los recovecos oscuros de los seres humanos y ayudar a ponernos en los zapatos del otro, o acaso, por fin, en nuestros propios zapatos. Puede hacerlo en la dimensión social y política, pero también en lo doméstico y en lo íntimo. Su compromiso es con la literatura, aquella que destruye tanto las ilusiones políticas y económicas como los falsos andamiajes del yo.

Hablo de la escritura. En la vida diaria, creo que si un escritor puede tener incidencia sobre la opinión pública –por el prestigio que ha ganado con su obra literaria– nos haría gran bien a todos, si expresa su compromiso con los más débiles, los amenazados, los que sufren, si se coloca públicamente del lado de la justicia y la exige. Lo aplaudo; lo considero un ejemplo a seguir, pero no algo obligatorio.

En diferentes cuentos ahondas en los problemas de comunicación entre los personajes, así como la sensación de aislamiento y soledad. Una lectura que puede resultar reveladora, pero también claustrofóbica en los tiempos que estamos viviendo. Bajo esta lupa, ¿cómo crees que afectará el confinamiento en la población? ¿Se acrecentarán estas sensaciones?

Me parece que la soledad y la falta de comunicación con otras personas conducen casi inevitablemente a la alienación. Algunos filósofos misántropos logran permanecer lúcidos, pero no es lo común. Otros se aíslan en cuevas, se iluminan y fundan religiones, lo cual es otra manera de estar loco, pero tampoco es lo común.

Lo frecuente es perder, precisamente, el “sentido común” si llevamos demasiado tiempo solos. Comunicarnos con otras personas nos permite corroborar que seguimos en un mundo compartido, que lo transitamos y pensamos en conjunto. Bajo ciertos estímulos y emociones, como la ira, el miedo, la paranoia, el estrés, la mente nos puede llevar muy lejos, podemos perder pie, y entonces son necesarios los demás para volver a tocar tierra.

Confinamiento COVID-19

Una persona de confianza por lo general nos hará entrar en razón, nos hará regresar al sitio donde se puede dialogar. Pero quienes no tienen estos puntos de amarre con el otro, porque viven en total soledad, corren el peligro de despegar hacia la insalubridad mental.

La mente es un caballo desbocado que no para de elucubrar. Si perdemos comunicación con el resto de los humanos, nos encerramos en un mundo propio que se llama locura. De ahí, me temo, es difícil volver.

Me preocupa, por supuesto, el confinamiento provocado por el COVID-19. Me preocupa que se extienda demasiado, o que se vuelve un recurso frecuente para aislar a la población. No solo me inquieta por la alienación mental de los individuos, sino porque sabemos que quienes están aislados tienen más dificultad para organizarse políticamente.

Están a merced de quienes tienen el poder y toman las decisiones. Pero sobre todo porque el aislamiento es lo contrario de un espacio de diálogo y del mundo compartido. Sin punto de encuentro para estrechar manos, para negociar y conmovernos ante el otro, siempre surgirá la guerra.

En Europa, los países se han blindado con confinamientos cada vez más restrictivos frente al aumento constante de contagios y muertes. México parece ir por detrás… ¿Cómo está afectando la situación?

La perspectiva económica es desoladora. No sabemos aún cómo pegará la enfermedad, pues durante la primera quincena de abril seguimos con un número bajo de casos graves y muertos por COVID-19. Pero el problema económico ya está aquí, pues se encuentra paralizada la actividad del país.

México, abril, 2020

A nivel nacional, sabemos que los más pobres siempre serán los más afectados por cualquier catástrofe. En esta coyuntura, el problema es el escaso acceso a los sistemas de salud, y la gran cantidad de personas que viven al día y no tienen ningún “guardadito” para un momento de emergencia, ninguna propiedad. En un país con tantos pobres como México, la situación es angustiante.

A nivel internacional, se reproduce exactamente el mismo esquema: los países más pobres y menos bien organizados serán los más afectados.

Aún falta ver cuáles serán los estragos en materia de enfermedad y muerte. Y finalmente comprender cómo cambiarán los imaginarios a partir de todas estas vivencias. Es importantísimo, pues con la imaginación construimos el futuro.

Me inquietan las deformidades que provocan ciertos traumas (el duelo, el aislamiento, la incertidumbre) en las visiones de mundo, porque la realidad se parece siempre a lo que pensamos que es la realidad y no quiero descubrirla desfigurada, devastada por el paso de la pandemia.

Pero a veces, solo a veces porque me siento pesimista –prueba de que yo misma estoy deformando mi visión del mundo negativamente ante la actualidad–, sigo esperando que sucederá al revés, que las mentes saldrán más fuertes, vigorizadas y decididas a conseguir la armonía general en el planeta.

En el relato “Ju” escribes: “la escritura sirve para hacer tiempo”. Ahora que parece que nuestra vida está más paralizada, ¿uno se puede concentrar para seguir adelante con la escritura?

Yael Weiss, escritora

La expresión “hacer tiempo” siempre me ha parecido ambigua. ¿Hacer tiempo es alargarlo? O sea: ¿crear tiempo igual que dios creó el mundo de la nada? ¿O más bien se trata de acortarlo con actividades que nos hagan olvidarlo? ¿O, tercera opción, se trata de habitarlo en su justa medida, ocuparlo plenamente? En el relato, es ambiguo también, pues no sabemos si la persona que escribe mientras vela el cadáver de una amiga quiere que el tiempo pase más rápido o más lento. El lector debe escoger, según le parezca al filo del relato.

Para volver al año 2020 y la pandemia, en efecto: nuestra vida se ha paralizado en muchos aspectos. Cuando empezó el encierro, yo podía cumplir con mis tareas de teletrabajo –que son de edición y me toman el mismo tiempo que en mi oficina– pero nada más. El tiempo que ya no ocupaba en desplazamientos, en hacer deporte, en ir a lecturas o asistir a compromisos sociales, no lograba ocuparlo en nada más.

Estaba con la boca abierta ante el desfile de noticias y la cascada de anécdotas y opiniones ajenas. Una ensordecedora verborrea mundial. Mi impresión es que la gente, desde el encierro, escribe más que nunca. Y eso es bueno, ese reflejo de dar testimonio, de anotar, de pensar por escrito. En cuanto a saber si todos los textos merecen leerse y publicarse… es otra discusión, y muy larga.

En mi propio encierro, poco a poco ha vuelto a mí el reflejo literario que me pareció por un momento perdido, avasallado por los eventos. Puedo leer de nuevo de manera sostenida y escribir.

Somos una plastilina dura que, aun si tarda, se acomoda poco a poco a la forma de un nuevo envase y lo ocupa en todos sus recovecos. Es tranquilizante poder adaptarse a nuevas situaciones, pero también es preocupante: no vayamos a acomodarnos demasiado bien con el encierro y concluir que no necesitamos salir de casa.
 

Sobre el autor
(Salon de Provence, 1986). Aunque nacida en Francia, España es, sin lugar a dudas, su país de adopción. De hecho, se especializó en literatura española y, concretamente, cursa un doctorado sobre dramaturgia contemporánea. Es co-directora de la Revista de Investigación Teatral Anagnórisis. Y, a pesar de la crisis, también co-dirige la Editorial Anagnórisis, sello digital especializado en teatro y estudios humanísticos.
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