En el marco de la última edición del festival Kosmopolis 2017 (Barcelona), tuvimos la ocasión de entrevistar a Jean-Yves Jouannais (Montluçon, Francia, 1964), crítico de arte, comisario y ensayista. El tema central de la conversación fue su nuevo libro, El uso de las ruinas (Acantilado, 2017), un conjunto de reflexiones acerca de las estrechas conexiones entre la literatura y la guerra. Jouannais es autor de los ensayos Artistas sin obra (Acantilado, 2014), Des nains, des jardins, essais sur le kitsch pavillonnaire (Hazan, 1999) y el exitoso L’idiotie (Beaux-Arts Magazine livres, 2003), así como de la novela Jésus Hermès Congrès (Verticales, 2001). Durante más de diez años fue redactor jefe de Artpress, la prestigiosa revista internacional de arte contemporáneo.
La guerra es un tema que aparece de manera reiterada en tus obras, como Les barages du sable o El uso de las ruinas (Acantilado, 2017). ¿Qué te llevó a interesarte por esta materia?
Hace diez años comencé a impartir el ciclo de conferencias “Enciclopedia de las guerras”, en el Centro Georges Pompidou. Soy crítico de arte y nunca he tenido especial interés en la guerra como tal, sin embargo, desde siempre me ha apasionado observar el tipo de literatura que ha ido generando.
En este sentido, la “Enciclopedia de las guerras” puede entenderse como un proyecto de lectura en el que me he propuesto abordar, en la medida de lo posible, el máximo número de libros relacionados con cualquier aspecto de cualquier conflicto bélico, desde la Ilíada hasta la Segunda Guerra Mundial; sean epopeyas, libros técnicos, novelas o incluso una obra de teatro de Shakespeare, pues la guerra está presente en la mayoría de las grandes obras.
La pregunta es por qué y cómo la guerra ha generado tanta literatura, hasta el punto de que podría haber producido toda la literatura. Dice Lacan que en cualquier cuadro hay una representación de la guerra, como si fuese una escena de batalla. En cierto modo, comprendí que en todo libro que me interesaba estaba presente la guerra, y no necesariamente en primer plano.
Precisamente, el ciclo de conferencias mantiene un gran punto de confluencia con El uso de las ruinas en ese afán de inventariar la guerra. ¿Cómo se inventaría una guerra?
El libro, como soporte, se ha convertido para mí en un objeto decepcionante y frustrante. La manera que tengo hoy en día de ver la literatura se acerca más a estas conferencias, y aunque nunca conformen un libro ni se publiquen, tengo la sensación de estar en el corazón de la literatura.
La ventaja con la “Enciclopedia de las guerras” es que puedo volver sobre determinadas cuestiones y completarlas. En cambio, El uso de las ruinas es un proyecto terminado y hasta cierto punto incompleto, pues faltan guerras como la Guerra Civil española o la Guerra de Secesión, entre otras. Me hubiera gustado escribir ese libro del mismo modo en que imparto las conferencias, es decir, tomándome tiempo para elaborar un catálogo exhaustivo.
En El uso de las ruinas, la manera que tengo de acercarme a la guerra es por medio de un personaje, y lo curioso es que hay muy pocas cosas inventadas, tan solo pequeños detalles. La mayoría de los personajes existieron y gran parte de las anécdotas son reales, pero he transformado ligeramente el material. Al final no sé si es un ensayo o una novela. No sé si hay más ficción que realidad o se trata de una realidad científica.
Los capítulos del libro son muy breves y se asemejan más a semblanzas biográficas. No existe, a primera vista, ningún orden concreto. ¿Por qué esta estructura?
Quería pasar de una época a otra. Escogí aquellos momentos que me intrigaban e interesaban. Y, una vez escogidas y trabajadas las historias, no tuve la necesidad de añadir otras o de completar las incluidas.
Trabajo tanto a partir de lo que conozco como de aquello que desconozco. Esta es una cuestión importante en la que no solemos pensar. Siempre se habla del talento de los escritores, pero no se habla del hecho de que los libros se escriben también desde las incompetencias.
Por poner un ejemplo, tanto en la “Enciclopedia de las guerras” como en El uso de las ruinas aparecen muy pocas referencias a las grandes guerras de Sudamérica, ya que hay escasa bibliografía en Francia sobre conflictos como, por ejemplo, el de Perú y Chile durante el siglo XIX.
En muchos de los retratos incluidos en el libro, las ruinas se erigen como un punto de partida para un renacer. ¿Dónde se sitúa tu interés por las ruinas?
Debo aclarar que no se trata de un gesto típicamente romántico, al menos eso no es lo que más me interesa de las ruinas. En mi opinión, todo estado de lo vivo –hablo de nosotros, pero también de los edificios– es un estado de ruina más o menos avanzada. La enfermedad puede acelerar las cosas o un seísmo puede provocar la desaparición de una ciudad. La ruina es la naturaleza misma de la creación.
En este sentido, en el libro aparece el nombre de Palmira, pero se ha de tener en cuenta que fue escrito antes de su destrucción. Lo que me perturba en toda esta historia es que la pérdida de un patrimonio de esta naturaleza es terrible e inexcusable, pero en el fondo solo es una aceleración de un movimiento natural. No hay ruinas de ruinas, sino estados de ruinas. No intento excusar nada, sino que trato de reflexionar sobre el significado de la muerte de las ciudades y de los lugares.
En todo caso, la muerte de los edificios, la muerte de las ciudades, no es nada en comparación con la muerte de los seres humanos, solo lo vivo es importante. El resto es como un decorado con una historia de más o menos valor. Es como los libros. No hay ningún libro, por muy genial que sea, que tenga más valor que la vida de un hombre.
El libro lleva como subtítulo “Retratos obsidionales”. ¿Nos podrías explicar su significado?
No me gusta el título “El uso de las ruinas”, lo encuentro un tanto pretencioso. En un principio quería titularlo El libro obsidional. Es un adjetivo extraño, que procede del verbo en latín obsidere, del que derivan en francés los verbos “cercar” y “obsesionar”. La palabra me resulta muy bella y, en cierto modo, también recuerda a la obsidiana, la piedra semipreciosa. Es un vocablo que brilla.
Es curioso poner de título algo que brilla para hablar de ruinas…
Tienes toda la razón. El editor me dijo que probablemente casi nadie conocería el significado de ese término y que, por tanto, podía llegar a resultar algo presuntuoso. A mí me gusta no entender alguna palabra, no me parece un gesto arrogante.
Tanto en el prólogo como en el epílogo aparece la figura de Enrique Vila-Matas como «verdadero autor» del libro, de modo que tú mismo serías un personaje más, uno que podría estar entre los retratos del libro. ¿Sabe Vila-Matas que es el «autor» de El uso de las ruinas?
Sí, lo sabe, pero a diferencia de lo que se lee en la introducción del libro, nunca he conocido físicamente a Enrique Vila-Matas. En una ocasión, coincidimos los dos en el Centro George Pompidou, invitados por asuntos diferentes. Al salir, lo vi de perfil y no sabía si esperar −como un verdadero fan− para saludarlo. Finalmente no me atreví. Suele ir bastante a menudo a París y cuando imparte una charla siempre pregunta si Jean-Yves Jouannais está en la sala.
Aun así, llevamos tiempo escribiéndonos. Aceptó escribir el prólogo para la reedición de mi libro Artistas sin obra. En el caso de El uso de las ruinas, dado que los capítulos me parecían naturalezas muertas colocadas unas al lado de otras, tuve la idea del prólogo al que te refieres, como si se tratara de un libro que Vila-Matas me había obsequiado.
Pensaba que estos días estaría aquí en Barcelona, pero se encuentra en París. No obstante, creo que tanto él como yo no deseamos, en el fondo, vernos. En cierto modo queremos seguir siendo personajes el uno del otro.
Es también una manera de prolongar el juego intertextual y las máscaras…
Es curioso porque cuando era joven inventé un escritor llamado Félicien Marbœuf, un personaje que se encuentra en el centro de Artistas sin obra. Vila-Matas se sirvió al menos tres veces de ese personaje, concretamente en Bartleby y compañía (Anagrama, 2006). También inventamos juntos a otro escritor que se llama Cadou.
¿Y cómo lo compartís?
De momento, lo utiliza más él que yo. En mi caso, apenas lo he usado, pero estoy seguro de que más adelante recurriré a él con mayor frecuencia.
En el prólogo del libro también se menciona a W. G. Sebald. ¿Hasta qué punto es importante para ti su obra?
Para mí hay dos obras fundamentales, en el sentido de cimientos y de origen. La primera es Bouvard et Pécuchet (1881), de Flaubert, y la segunda, Sobre la historia natural de la destrucción (1999), de Sebald. Esta última no es una novela, sino la transcripción de dos conferencias que Sebald impartió en Zúrich durante los años 80. Para mí, esta obra fue un disparador: un mundo que se abría ante mí, una manera de mirar las guerras, de cuestionarlas.
Para terminar, quisiera saber si estás preparando algún libro actualmente…
Lo cierto es que yo no me considero para nada un escritor. Tengo la suerte de poder publicar libros y a veces lo hago. Actualmente no estoy escribiendo nada, no pienso en ello en absoluto. No obstante, estoy preparando un texto del que no soy el autor, titulado MOAB, el acrónimo de “Mother Of All Bombs”, y que he transformado en “Mother Of All The Battles”, la madre de todas las batallas.
Es el retrato de una batalla que estoy creando a partir de todas las citas incluidas en la «Enciclopedia de guerras”, de modo que no hay ni una frase mía dentro, todas son de figuras como Churchill, Napoleón, o de historiadores.
Hace dos años que voy recogiendo frases para narrar una única batalla, evidentemente imaginaria.
Tiene algo de oulipiano…
Sí, es un gesto que se acerca al Oulipo. Creo que no tendría ningún interés como publicación.
Con todo, en septiembre, realizaremos un espectáculo en los Invalides, en el Museo de la Guerra, donde algunos actores leerán, recitarán e, incluso, cantarán el texto, ya que habrá partes musicales. Será algo así como una especie de ópera.
Es una experiencia nueva para mí, pues se acerca a lo performático, aunque sin alejarme del tema de la guerra. Un tema que no veo que sea el momento de abandonar, por no haber podido contestar aún las preguntas que me atormentan.