Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, Colombia, 1963) es uno de los principales referentes de la crónica latinoamericana del siglo XXI. Desembarca en España con Viaje al Macondo real y otras crónicas (Pepitas de calabaza, 2016), una antología de sus reportajes, perfiles y artículos más célebres. Pliego Suelto contactó con él y conversó sobre el nuevo periodismo iberoamericano, el legado de García Márquez, la cultura del Caribe, el “Síndrome del entrecomillado” y el carácter anfibio de la crónica. Es autor de Botellas de náufrago (2015), La eterna parranda (2011) y El oro y la oscuridad (2005). Obtuvo los premios de periodismo Ortega y Gasset (2013) y Rey de España (1998).
¿Qué elementos hacen diferente o sui géneris el trabajo del cronista, en relación al periodista o escritor prototípico?
Ahora hay mucha cháchara con este tema de la crónica y, en parte por ese desafuero mediático, se han generado malentendidos que empiezan desde la clasificación: ¿Dónde ponemos esto? ¿En la literatura? ¿En el periodismo? ¿En la etnografía?
Algunas veces me han presentado en ciertos eventos públicos como “cronista y periodista”: ¿Acaso son dos actividades distintas?
El cronista, cuando narra, informa, hace periodismo. Se espera que sea un reportero diligente, y que con su trabajo revele algo que no ha salido a flote en las noticias previas sobre el tema. Se espera, además, que ayude a entender, a construir memoria.
En Colombia hubo un escritor que acuñó la frase “literatura de urgencia” para referirse a la crónica. Y Gabo dijo que “es un cuento que es verdad”.
Lo maravilloso de la crónica es ese carácter anfibio: se investiga con las herramientas del reportero y se escribe con las del escritor.
En una entrevista que concediste a La Nación (Argentina) afirmas: “Yo no mido a un cronista por las metáforas, sino por el polvo de sus zapatos”. ¿Podrías ampliar esta idea?
Me refería a que muchos creen que la belleza estética de la crónica otorga licencia para realizar un trabajo de investigación negligente, y no es así en absoluto: primero me traes una investigación sólida y después veremos cómo piensas plantear el texto.
Hemingway decía que la prosa no es diseño de interiores, sino arquitectura. A mí me gusta mucho esa imagen y la uso para ilustrar lo que te quiero decir: Ensúciate los zapatos de polvo en la búsqueda esforzada de los datos, y ya después hablaremos de la escritura.
En Viaje al Macondo real aparecen boxeadores, “palabreros”, juglares, futbolistas, guerrilleros, paramilitares, policías, etc. A la hora de configurar tu galería de personajes y sus respectivas metamorfosis, ¿qué elementos y detalles tomas en cuenta?
Creo en un periodismo que vaya más allá de eso que Alma Guillermoprieto llama “el Síndrome del entrecomillado”. Esto se presenta cuando los reporteros andan por ahí con la única intención de capturar frases sonoras en las redes sociales de la gente pública, o en ciertas ruedas de prensa apresuradas.
Hay que tomarse el tiempo suficiente para explorar a fondo la realidad y su contexto. Mi apuesta es por un periodismo en el que sea posible conocer los lugares más allá de la primera impresión, un periodismo que permita explorar la condición humana, y que haga visible a cierta gente excluida de la agenda informativa urgente, siempre tan apegada al poder.
He citado decenas de veces una frase de G.K. Chesterton que me encanta: “el periodismo consiste en decir ‘Lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo”. La crónica es el género apropiado para quienes creemos que no hay que esperar a que se muera Lord Jones para contar su vida.
En Aracataca (pueblo natal de Gabriel García Márquez) constatas que el Macondo creado por la ficción literaria tiene hoy múltiples versiones inventadas por los lectores y la recreación oral. ¿Hablamos de riqueza retórica de la cultura popular del Caribe o de un recurso económico frente a la llegada masiva de los turistas “cazadores de mitos”?
Creo que se dan los dos factores. De todos modos, el Caribe es quizá la región del mundo donde los sucesos hacen tránsito más rápidamente hacia lo mítico.
Cuando pasa algo importante, la gente empieza a deformarlo mientras lo va contando, y muy pronto resulta imposible distinguir lo real de lo ficticio. Por eso digo, en la crónica que escribí sobre el universo geográfico de Gabo, que en el Caribe la verdad no es lo que sucede, sino lo que se cuenta.
En ocasiones, en tus crónicas apelas a factores como el extrañamiento, el asombro y el hecho insólito. ¿Hasta qué punto crees que juega un papel el realismo mágico en tus crónicas y retratos de personajes?
He contado algunas historias que tienen esas características, pero son una mínima parte de mi producción. Si vives en un lugar donde suceden hechos absurdos, no puedes mantenerte al margen. Soy muy instintivo. Si algo excita mi voluntad de dejar un testimonio, lo dejo fluir.
El Caribe, la región donde nací, siempre le ha pertenecido más a Eros que a Tánatos. Nosotros no necesitamos que la historia tenga un cadáver, o varios, para animarnos a escribirla.
Por otro lado, no me considero alguien que rinda culto al realismo mágico, aunque haya amado –y aún ame– la obra de García Márquez. Creo que tengo otra manera de aproximarme a la realidad.
Durante el proceso de gestación de las crónicas del libro, ¿hubo alguna anécdota especial que puedas contarnos?
Como periodista descubrí esta historia que considero bellísima. En Colombia hay un acordeonista magnífico llamado Miguel López. El tipo se decepcionó de la música cuando vio que las emisoras no ponían sus canciones y las casas discográficas ya no lo tenían en cuenta porque lo consideraban un viejo pasado de moda. Entonces se apartó de la música como quien se aparta de un golpe. Guardó el acordeón en el cuarto de los trastos inútiles y se dedicó a consentir a sus nietos.
Un día se enteró de que tenía las arterias del corazón obstruidas y necesitaría una cirugía de riesgo. El médico le dijo que existía el riesgo de morir en el quirófano. La operación fue un éxito. En la primera cita postoperatoria el cardiólogo le recomendó una terapia que Miguel López no se esperaba: tocar el acordeón para tonificar su maltrecho corazón. Así que se vio obligado a desempolvar el instrumento. El acordeón no sólo lo ayudó a recuperar la salud sino también a protegerse de nuestro olvido.
Antes de finalizar, y respecto al legado de García Márquez, ¿de qué manera se percibe la trascendencia de Gabo en el periodismo literario panhispánico del siglo XXI y cuál es el papel de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)?
Gabo, aparte de haber dejado una obra portentosa en la literatura de ficción y en la de no ficción, nos ha legado la Fundación Para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Él la creó en compañía de un gestor maravilloso: Jaime Abello Banfi.
Por la FNPI han pasado miles de reporteros que han salido de allí inspirados y con impulsos para renovar el viaje. Es una fundación generosa que vela por la excelencia periodística, tan necesaria para nuestras sociedades.
Y, de cara a los próximos meses, ¿en qué proyectos te encuentras inmerso?
Un nuevo libro del que daré detalles en su debido momento.
Espero volver a España en breve para que sigamos conversando sobre Viaje al Macondo real. Pepitas de Calabaza hizo un trabajo editorial impecable y eso me tiene contento.