Todos iremos al paraíso (Stella Maris, 2016) es la nueva novela de José Ángel Mañas (Madrid, 1971). En el libro explora el proceso de transformación de una pacífica madre de familia y exitosa profesional en una asesina en serie. Mañas –autor de Historias del Kronen (1994) y colaborador de Pliego Suelto a través de su columna La literatura española explicada a los asnos– nos cuenta los pormenores de la gestación de la novela y las bambalinas del escritor en este nuevo y flamante thriller sicológico.
El escritor y sus fantasmas. Así titulaba Ernesto Sabato uno de sus libros. Eran reflexiones sobre su obra. Fragmentitos cortos, casi aforísticos, todos igual de suculentos. Claro que también podría haber titulado este artículo “El escritor y sus obsesiones”. O más prosaicamente, “El escritor y sus manías”. Esto último es, tal vez, lo que mejor se adapta a mi manera de ser. Soy tremendamente prosaico, no voy a decir lo contrario. Como persona, como escritor y como novelista. No hay nada que hacer al respecto.
Pero quizá en este caso sea más preciso hablar de obsesiones. La primera, seguramente, el cambio. Con cada novela me doy cuenta de que procuro sorprenderme. De que reacciono, a menudo, contra lo que he podido hacer antes. En los últimos tiempos, quienes han seguido mi obra, habrán constatado que había en las novelas una voluntad de ambición creciente, de hacer obras grandes. Elefantes de seiscientas páginas. Eso eran El secreto del Oráculo (2007) y Sospecha (2010), y contra eso me he obligado a cambiar. He querido recuperar el formato, más ágil, de las doscientas páginas. Me parece que corresponde más a los tiempos que corren. Y, después de la aventura ensayística de La literatura explicada a los asnos (2012), he vuelto a la ficción. Otro cambio.
Pero no es solo reacción contra el pasado. Durante los últimos tiempos he estado publicando, día a día, en El Español, un folletón en el cual recreo el año 36, de una manera casi caleidoscópica y densa, con mucha documentación. Eso dará lugar a un nuevo mamut. Es en lo que trabajaba mientras escribía Todos iremos al paraíso. He simultaneado los dos proyectos, y uno era una escapatoria del otro.
Frente al horror sin paliativos y real de la Guerra Civil (que podría titularse Todos iremos al infierno, dado que allí no se salva nadie); frente a ese horror de la realidad, el horror de la ficción, el de la novela negra, que es un horror casi lúdico, diría. Frente a la densidad documental de la historia no vivida, la ligereza del mundo contemporáneo, el que conocemos de primera mano. Frente a la complejidad multifocal de una obra con una galería inacabable de personajes históricos, la sencillez del thriller bien musculoso, de la novela corta, que es lo que más se parece al largometraje por su rigor narrativo. Aquí no puede sobrar nada. Todo tiene que tener un valor estructural, nada de chicha. Todo es significativo, y todo está construido y encajado como en un buen puzle.
La anécdota es inventada. Todos iremos al paraíso es un thriller sicológico donde la protagonista, Paz Reyes, se halla, de entrada, lo más alejada posible del universo del crimen. Es una mujer que tiene la vida resuelta, y está más que integrada. Tiene un buen trabajo, un marido perfecto, dos hijos maravillosos. Vive en una balsa de aceite existencial. Y no obstante, un cúmulo circunstancias aciagas encadenadas y una serie de decisiones equivocadas, van a hacer que se convierta en una asesina múltiple. Ella, que pensaba que lo tenía todo bajo control, va a comprender lo fácil que es resbalar en esa pasarela sobre el abismo que es la vida. Esa era el objetivo: explorar la delgada línea que puede separar lo que muchos consideramos como normalidad, de la monstruosidad.
Por lo general suelo titular los libros a posteriori, después de haberlos escrito. Con este, sin embargo, ocurrió lo contrario. Nada más tener concebido el cogollo argumental, de una manera sutil e inconsciente, se fue asociando a ello una tonadilla muy conocida de Michel Polnareff titulada, precisamente, «Todos iremos al paraíso» (1972). Es sabido que Polnareff la escribió de manera reivindicativa. Él era un provocador nato, que acostumbraba vestir con lentejuelas y que aparecía en público siempre con estrafalarias gafas de sol. Su estética y su comportamiento chocaban en la Francia todavía muy conservadora de los años setenta. De modo que, a manera de reivindicación personal, Polnareff, harto de críticas, respondió con este “Toodos iremos al paraíso, incluso yo”. Todos, insiste. Los santos y los asesinos, las monjas y las putas, todos juntitos de la mano.
Esa convicción de que, en ausencia de un juez absoluto que nos pueda recompensar o castigar por nuestras buenas o malas acciones, da absolutamente igual lo que hagamos en esta vida (que es como interpreto yo la canción) era la idea que tenía asociada a la anécdota central de mi novela. Ya sabéis que el final de la novela es cuando el autor se dedica a repartir premios entre sus personajes, y recompensa a los que entiende que se han portado bien o que le caen mejor (también en las novelas hay enchufados) y castiga a quienes se portan mal y le caen gordo. Bueno, pues en este caso yo había decidido –atención, spoiler– que Paz, pese a liquidar a media docena de personas, iba a tener su recompensa y se iba a salir con la suya. Es una suerte de happy ending paródico que tenía previsto desde el principio.
Y esos eran los elementos con los que me lancé a escribir la novela. Eso, ah, y una voluntad de hacer un thriller, un auténtico page turner, a la norteamericana. En ese sentido se me podrá observar que ya había hecho antes dos thrillers. Soy un escritor frustrado (1996) y Ciudad rayada (1998) son, desde luego, thrillers. Sin embargo salieron de manera instintiva. Con Todos iremos al paraíso por primera vez he querido, voluntariamente, montar una trama llena de peripecia, casi hitchcockiana, con sus puntos de giro bien marcados y sorprendentes, con un incidente prácticamente al final de cada capítulo que obligue a arrancar el siguiente. En definitiva, he descubierto el “suspense”. Y he disfrutado mucho.
También, con respecto a obras anteriores, he trabajado el aspecto descriptivo desde un ángulo diferente. De entrada, es cierto que quería cambiar de escenarios. Estaba un tanto cansado de Madrid y me apetecía pasear la cámara por la costa, y sacar escenas de mar y de playa y montaña. Hacer un poco de paisajismo, vaya. Pero también quería que aquello tuviera un vínculo con la historia. Y así, mientras que en novelas anteriores el escenario era casi anecdótico, aquí cobra carácter de espejo. El tiempo cambiante del norte refleja los estados de ánimo de Paz, que resultan, en medio de unas circunstancias tan agitadas, igual de inestables y volubles que la meteorología. Tan pronto llueve, como se despeja el día y asoma un sol espléndido.
He procurado que todos los detalles descriptivos realcen la visión del mundo de Paz. Hay un título de novela que una vez en una feria me llamó la atención, por lo intrigante: La confortable desesperación de las mujeres. Admito que no sé ni de qué habla. No obstante, el título se me quedó pegado en la retina y, cada vez que pienso en Paz, me acuerdo de él. Ese tono, tenuemente desesperado, es el que perseguía. Paz no es una histrión de la desesperación, como podía serlo el narrador de Soy un escritor frustrado. No, la suya es una desesperación más sutil, casi imperceptible a ratos, pero que la imaginería de la novela subraya.
Por último, tenía una deuda con las lectoras. Hasta aquí siempre he mantenido en mis novelas un prisma muy masculino. Con esta, para variar, he querido meterme en la piel de una mujer y explorar una nueva gama de emociones y sensaciones. Vista la reacción de las chicas que lo han leído, me siento satisfecho. Tengo la sensación de haber logrado ser creíble.
Madrid, abril de 2016