Pasear hoy por la calle que vio nacer a Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003) –el Carrer d’en Botella nº 11, muy cerca de la Plaza del Pedró, en el céntrico barrio de El Raval– nos da pocas pistas de lo que el escritor pudo presenciar en su infancia. A excepción, claro, del cartel del Restaurante de Bodas y Bautizos y de los balcones de los que cuelga entre estrecheces la colada de los vecinos. El Raval no es lo que era y, probablemente, nunca llegó a ser lo que idealmente se quiso que fuera.
En muchas de las novelas de la serie Carvalho, el detective o algún otro personaje huyen de Barcelona. Abandonan la escena del crimen, como en La rosa de Alejandría (1984), o escapan de la rutina de la ciudad, como hace Carvalho en Quinteto de Buenos Aires (1997). Un despacho con vistas privilegiadas a Las Ramblas o la posibilidad de contemplar Barcelona desde la altura de Vallvidrera no parece suficiente como para mitigar la pulsión de huir de la aglomeración de un Raval superpoblado. Antaño, por trabajadores procedentes de muy diversos puntos de la geografía española. Hoy, por una multitud de individuos de distintas nacionalidades que regentan tiendas de alimentación, restaurantes o bares—en su mayoría kebab—y negocios de aparatos electrónicos, telefonía y locutorios.
La Rambla del Raval se abre paso cerca del Carrer d’en Botella y, por un momento, una se olvida de las calles estrechas. Las multitudes se disuelven en la amplitud de la rambla y las personas aparecen repartidas en bancos unipersonales o terrazas de bar. El turismo masificado aún no ha llegado a colonizar totalmente esta zona.
Recuerdo la Barcelona sucia, mellada por los resultados de la guerra. Recuerdo también la Barcelona que iniciaba la etapa colosalista, que intentaba convertirse en la gran metrópoli, de lo que se ha dado en llamar la ciudad de ferias y congresos. Recuerdo la evolución de la ciudad, pero mis experiencias iniciales están vinculadas a una Barcelona de barrio, en la que aún era posible una vida y un espíritu de barrio, en la que había héroes de barrio, centros de reunión y lugares perfectamente característicos. MVM
Montalbán es uno de los cicerones de las minorías que quieren ver Barcelona más allá del Modernismo y del Gòtic. El autor barcelonés fue un gran cronista de los cambios que van de la urbe desolada y destartalada que precede a la transición hasta la ciudad del diseño de los años ochenta y la ciudad escaparate de los noventa, con la que tan poco sintonizó Montalbán desde su transformación olímpica. No sintonizó, hasta el punto de jugar con personajes reales como el expresidente del COI, Juan Antonio Samaranch (1920-2010), a quien señala como el “primer franquista que llega a la categoría de catalán universal” y a quien significativamente hace desaparecer en Sabotaje Olímpico (1991).
Resulta irónico que sea la figura de Vázquez Montalbán la que ahora atraiga a algunos curiosos a esta zona de la Rambla del Raval, dada la acidez de sus opiniones, pero lo cierto es que no podía disimular el cariño que sentía hacia el lugar que lo vio crecer. «Uno es casi siempre del país de su infancia” y “ese lugar es para mí el Raval de Barcelona”, según confesó el escritor –siguiendo las palabras de Saint-Exupéry– al hispanista Georges Tyras en Geometrías de la memoria. Conversaciones con Manuel Vázquez Montalbán (2003). El autor reivindicaba esa Barcelona en vías de extinción y se rebelaba contra la planificación de una nueva ciudad que no pensara en la gente del barrio de toda la vida.
A mí no me importa que sepulten mis cines, mis colegios, los puntos de referencia de mi infancia bajo una propuesta de paraíso que se llama Rambla del Raval y todo lo que le cuelga, sino que la deconstrucción se lleve por delante toda posible memoria de la ciudad mestiza y se practique a costa del vecindario más débil. MVM
Vázquez Montalbán escribió mucho sobre Barcelona y normalmente lo hizo en plural. En su libro Barcelonas (1987) presenta la crónica de una ciudad que acoge en su seno todas las ciudades posibles y contribuye a desmontar el imaginario de una ciudad unidimensional. En este sentido, fue muy crítico en sus observaciones acerca del nuevo modelo de ciudad que se pretendía para Barcelona, tal y como se lee en el prólogo que escribió para La remodelación de Ciutat Vella (2002) de Stefanie Von Heeren. Sería interesante saber qué pensaría ahora de esta Barcelona que se codea con Bangkok, París, Londres o Dubai en cuanto al número de visitantes anuales que recibe.
El homenaje a “Manolo” en un territorio lleno de contrastes
“Es estrafalario. A Manolo no le habría gustado”, dijo Maruja Torres de la plaza inaugurada el 3 de febrero del año 2009 en honor al escritor. “Es una plaza dura”. Sin salir de la Rambla del Raval, se puede entrar en la Plaza de Vázquez Montalbán. No le falta razón a Maruja Torres: la plaza es dura, muy dura. Cien por cien asfaltada y custodiada por impersonales edificios de nueva construcción, se pueden contar con los dedos de una mano los raquíticos árboles clavados en maceteros gigantes de hormigón.
El Hotel Barceló Raval flanquea la plaza desde una de sus esquinas. El hotel, de cuatro estrellas, es un cilindro vanguardista envuelto en una gigantesca cota de malla que contrasta violentamente con el nivel económico medio del barrio. Por casi 200 euros la noche se puede disfrutar de una velada en pleno centro de la ciudad y observar las vistas del Raval desde su terraza 360º. El edificio de enfrente ha sido recientemente escogido por el sindicato UGT para establecer su nueva sede y, desde entonces, ya no cuenta con los escaparates pintados en blanco y negro con pasajes de la vida y la obra de Montalbán, que intentaban hacer la plaza más representativa en el momento en que se inauguró.
La plaza se ve vacía y desolada en una mañana de invierno. Nadie ocupa los pocos bancos atornillados al suelo que la pueblan. Dos pakistanís conversan, quizá en urdú, al lado de una de las macetas de hormigón. Si se atraviesa por el paso inferior el edificio de la UGT, se llega a la Plaza de Salvador Seguí que, junto a la dedicada a Vázquez Montalbán, se suma a las reformas urbanas de la denominada Illa Robador. Las intervenciones en un barrio humilde, a trozos degradado, son una prolongación de las que ya se produjeron en la plaza del MACBA o en el barrio del Born hace unos años. La idea del Ayuntamiento es transformar la fisonomía del barrio para atraer estudiantes y jóvenes profesionales de otros puntos de la ciudad con el fin de que se establezcan en el Raval y se abran asimismo nuevos negocios atractivos para el turismo.
En la Calle d’en Robador, estrecha y algo escondida, limítrofe con la Plaza de Salvador Seguí, se vislumbra mucho movimiento esta mañana. No hay barrera física que impida acercarse a ella, pero es casi imposible pasear por esa calle sin sentirse intimidada. Las miradas de las prostitutas apostadas en los portales se centran en los forasteros, que transitan la calle sin intención de obtener sus servicios. Las miras y te miran, es inevitable. Pero eres tú quien está fuera de lugar, independientemente de si una sólo pasaba por allí en dirección a la nueva, bunkerizada y un tanto extraterrestre Filmoteca de Catalunya. La Calle d’en Robador no es un sitio de paso, eso se aprende.
Sin alejarse mucho de esa calle llego a “La catedral de los sentidos”, nombre con el que bautizó Manuel Vázquez Montalbán al Mercado de la Boquería. Una parada obligada tanto para el vecino del Raval como para cualquier persona que pase por allí con un poco de tiempo. “Un día vendrás a Barcelona y te llevaré al mercado de la Boquería. España está llena de mercados maravillosos”, le dice Carvalho a Alma en Quinteto de Buenos Aires después de olisquear las paradas, melancólico y sorprendido por los nombres de las partes de las bestias que le suenan extraños: “vacío, entraña, bife, bife de chorizo».
Un festival de sensaciones que se entremezclan a cada paso, a pesar de las aglomeraciones en los primeros puestos. El aspecto cuidado de los productos, y sus combinaciones de colores, atraen las miradas de las cámaras de los turistas, que hacen fotos, mientras se toman un zumo de —como mínimo— dos piezas diferentes de fruta natural. Un poco más adelante, entre la carnicería y la huevería contigua, es inevitable pensar en los huevos fritos con chorizo de los que habla Montalbán en Historias de padres e hijos (1987). Al fondo, una parada de comida ecológica nos demuestra que las nuevas modas y tendencias en nutrición también han aterrizado en este mercado.
Me marcho a casa y en un pasillo lateral del mercado me cruzo, empujando su carro de la compra con lentitud, a una señora mayor que contrasta con los turistas, las cámaras y las ofertas de zumos a 1 euro y me digo que, a pesar de todo, en el Raval todavía coexisten muchas Barcelonas, incluidas aquellas que Vázquez Montalbán tanto reivindicaba en sus libros y artículos. El Raval no es lo que era, eso es obvio, pero tampoco es lo que algunos idealmente planificaron que fuera.
Abel
03/09/2024
«TODO LO QUE SÉ SOBRE PEPE CARVALHO»
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